domingo, 28 de mayo de 2017

51. La ciudad de los puentes


19 de mayo
Todo es cuestión de perspectiva. Otra vez me sentía como en un cuento de hadas mientras los cristales del funicular reflejaban los destellos de los fuegos artificiales alumbrando el perfil de los rascacielos de Pittsburgh. Poco después, creí ser una princesa mientras Charles me daba la mano para ayudarme a bajar de su altísimo coche. Y apenas unos segundos después me transformaba en calabaza al recordar que iba con deportivas, sudando por el paseo y el calor de la noche y compararme con aquellas parejas con pinta de millonarias, vestidas para algún tipo de gala, que esperaban en el lobby a que su limusina les recogiera. Cuántas cosas vividas en solo unos días. Como siempre, empecemos por el principio…
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16 de mayo, tres días antes
Me encanta volar. Lo había olvidado y lo recuerdo siempre que estoy a miles de millas del suelo, observando las nubes desde arriba, los picos nevados de montañas imposibles de escalar (al menos por mí) y las ciudades que parecen maquetas animadas. Me dirijo a Pittsburgh, Pensilvania a un congreso, el primero al que asisto en Estados Unidos. He estado en alguno en Canadá, me pregunto cómo serán las cosas por aquí. Dado que es una experiencia sobre la que nunca he escrito y a lo mejor os produce curiosidad, voy a dedicar el post a ello.

Para empezar, mi situación personal difiere bastante de otros congresos a los que he asistido: o bien iba con más personas de mi grupo o bien todos los asistentes iban en solitario, pero ahora iba yo por mi cuenta y un buen número de los del Hospital de Niños (es decir, mis futuros compañeros de trabajo). Alguna que otra vez me he alojado en hoteles cutres o alejados del congreso, pero no me ha importado al ir con más personas. Estando sola en una ciudad desconocida prefería evitarlo, así que pregunté si a alguien le importaría compartir habitación conmigo (como comprenderéis, no me puedo permitir gastar los casi 900 dólares que costaba alojarse cuatro días en el hotel del congreso). Una anestesióloga muy maja se ofreció y acepté. A última hora la compañera de habitación de otra de las postdocs que iba no pudo asistir y terminé compartiendo habitación con ella. A efectos del blog la llamaremos Shirley. Por fortuna para mí, mi futura jefa acabó cubriendo los gastos de las dos, así que me salió bien la jugada.

El hotel es para verlo... habitaciones lujosas (no pongo fotos porque ya os he enseñado algún que otro hotel de estos anteriormente y son por el estilo), programa ecológico (no vienen a hacerte la habitación a no ser que lo pidas), gimnasio, piscina, y servicios como que te alquilan ropa y zapatos de deporte durante tu estancia para que puedas entrenar o que te llevan al lugar del centro que quieras gratis.

Una llamada y todo listo en tu habitación

Estoy un poco chafada... Shirley me ha dicho que en su grupo de investigación (mi futuro grupo) no es oro todo lo que reluce, que la jefa es controladora y paternalista y que hay luchas de poder un poco extrañas. Pero bueno, es su punto de vista… ya me ha pasado otras veces que no me han parecido para tanto algunos panoramas que me pintaban bien negros. Además, en peores plazas he toreado, creo. Sin duda mi futura jefa tiene un estilo de dirigir muy diferente del que tengo ahora y del que tuve en el pasado, y me apetece probarlo. Estos días conoceré mejor a todos. De momento Shirley parece muy maja.

17 de mayo
Hoy ha sido el encuentro de profesionales en etapas tempranas de la carrera. Ha estado genial, me ha ayudado a ver las cosas desde el otro lado, desde el punto de vista de los mentores. También he visto a mi jefe, que es igual de majo dentro que fuera del trabajo, pero va a su rollo aquí también.

Estas son las acreditaciones que deben llevar los asistentes, con lacitos debajo indicando si han ganado algún premio, si presentan un poster, si dan alguna conferencia...

Shirley me ha presentado a un chico español que parece muy apañado, me ha gustado ver que hay más gente de mi país en este mundillo. Tras eso hemos ido a la recepción de apertura (un picoteo). El último evento del día consistía en asistir a presentaciones de cinco minutos de personas mostrando sus datos. Entré y tras un rato me fui, porque todo lo expuesto era de ciencia básica y donde ellos veían resultados súper interesantes sobre las médulas espinales de las ratas yo solo veía bolitas de colores flotando por la pantalla...

Llegué a la habitación y Shirley no estaba, vi que había dejado sus cosas y le escribí para decirle que no sabía qué plan tenía pero que yo estaba por allí. Me dijo que le habían invitado a una cena, que me avisaba si luego iban a beber algo. Si la veo le diré de ir a visitar la ciudad el viernes por la tarde. Y si no quiere pues me voy yo sola, estoy acostumbrada a disfrutar viajando por mi cuenta y esta ciudad no va a ser diferente. Tengo curiosidad por el Monte Washington y el museo de Andy Warhol. 

19 de mayo
En las alturas siempre sopla más viento. O eso descubro cuando bajo del funicular del Duquesne Incline. Los vagones de madera me recuerdan a la noria del Prater de Viena, subimos y subimos por la empinada cuesta, usando ese vehículo que lleva haciendo el mismo recorrido desde hace 140 años.

Menos mal que he salido del hotel. Me hubiera dado vergüenza volver y que al preguntarme qué tal era la ciudad solo hubiese podido hablar de las moquetas del hotel... He venido por mi cuenta. Hoy me apetecía un poco de toma de tierra, poner mis pies en el césped, dejar que el viento filtrado por las hojas de los árboles me acariciase la cara y que los únicos sonidos que llegasen a mis oídos fuesen los de los pájaros. Las vistas son espectaculares... y el barrio muy tranquilo y curioso.

Vistas de Pittsburgh desde el monte Washington

He llegado al funicular gracias a una de las pijadas del hotel que comentaba antes: tienen una furgoneta que te lleva a donde quieras del centro. He llamado a Charles, el chófer, desde recepción (lo siento, nombre real esta vez, si no perdería encanto) y me ha recogido. Tras tres preguntas sobre si iba sola (por parte de: recepción, chófer y vendedor del funicular) he llegado a la cima.

El congreso ha estado bien, mañana quedan un par de conferencias plenarias, pero intuyo que no serán gran cosa. He retomado contacto con varias personas (por ejemplo, me reencontré con la jefa de Stanford y hemos hablado de una posible visita), me he dejado ver, he cogido ideas sobre un par de cosas, he robado las libretas y bolis de rigor (este es uno de los objetivos no escritos cuando asistes a un congreso) y he aprendido cómo son algunas dinámicas aquí. No sé si es porque están vinculados al mundo de la anestesiología, pero está todo muy institucionalizado y jerarquizado. Y les encanta beber, lo puedo asegurar. Y, ¿no comen? O tienen una agenda muy rara... yo ayer con dos copas de vino iba más que lista.

Ayer por casualidad me encontré con Shirley y al preguntarle qué plan tenía me dijo que algunos del grupo iban a otra cena. Estaba muerta de hambre así que me apunté. La comida tailandesa estaba deliciosa y la conversación fue muy amena. Salí corriendo antes de que terminaran porque tenía una “copa” de reencuentro con la gente del “campamento de dolor” del año pasado, del cual os hablé en este post. Me alegré un montón de ver a varios de ellos y saber lo bien que les iba, pero tras un rato me volví al hotel aprovechando que una pareja se volvía, ya que tenía un pequeño problema: me había quedado sin batería y no tenía ni idea de cuál era el camino de vuelta. Oops.

Hoy había una cena del departamento de anestesiología de mi Universidad a la que no estaba invitada (yo soy de medicina de la rehabilitación)... Shirley me dijo que me colara si quería, aunque no sabía si iba a poder. No sé cómo quedaría eso, si estaría mal visto por mi futura jefa, así que me he venido aquí. Le propuse el plan tanto al chico español como a otra chica muy maja que había conocido pero los dos me dieron largas… en fin. El no haber venido con amigos no me va a impedir disfrutar de la ciudad, que además parece segura y tranquila. Y, ¡hoy tengo batería!

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Necesitaba esto. Pajaritos cantando en lugar de los pajarracos (gaviotas y cuervos) de Seattle, un paseo a mi ritmo, sin prisa, sin nadie a quien esperar o compromiso que cumplir, girado a izquierda o derecha a placer, sin importarme perderme. El barrio no puede ser más icónico de la América idealizada: flores por todas partes, casas de madera con patio trasero, mecedoras en los porches adornados por ondeantes banderas estadounidenses, casas de pájaros en los árboles, luces que se encienden a tu paso...

Una de las casas del barrio

En lugar de bajar e intentar encontrar sitio en el restaurante del hotel, cambio de idea y decido cenar en lo alto del Monte Washington, por el mismo precio pero con vistas. No me arrepiento para nada, me lo merezco, si se hace tarde para llamar a Charles, pido un Uber y a volar. Reconozco que casi me dejo arrastrar a esa inercia horrible de no querer moverse, de no salir del hotel. El país del McAuto, Amazon Prime, Uber food, etc. casi me arrastra al lado oscuro, pero de momento las recompensas por rebelarme me hacen seguir resistiendo.

Vistas de noche

Todo es cuestión de perspectiva. Otra vez me sentía como en un cuento de hadas mientras los cristales del funicular reflejaban los destellos de los fuegos artificiales alumbrando el perfil de los rascacielos de Pittsburgh. Poco después, creí ser una princesa mientras Charles me daba la mano para ayudarme a bajar de su altísimo coche. Y apenas unos segundos después me transformaba en calabaza al recordar que iba con deportivas, sudando por el paseo y el calor de la noche y compararme con aquellas parejas con pinta de millonarias, vestidas para algún tipo de gala, que esperaban en el lobby a que su limusina les recogiera. Notaba cómo me subían los puntos de glamour que perdí cuando me planteaba hacer pis en la papelera de la yurta. No tardé ni un minuto en sonreír para mis adentros y tomar perspectiva de mí misma, en recordarme que, sea como fuere, soy genial: princesa, aventurera, persona de a pie, ciudadana del mundo. En fin: que me gustan tanto las yurtas cómo los hoteles de cinco estrellas, supongo que, como buena malagueña, soy una especie de camaleón. Soletes, a veces es complicado ser uno mismo y saber que con eso basta y sobra: es lo que hay y hay que valorarlo. Ahora, una sirena me mira desde los techos acristalados de la piscina... espera: esa soy yo. Nadando de espaldas y feliz de haberme atrevido a bajar para ponerle la guinda al día.

20 de mayo

12.30 de la tarde
Terminan las últimas conferencias. Voy a comer con Shirley y una anestesióloga del Hospital de Niños (que es genial, por cierto) y pruebo las mejores albóndigas del mundo. Hmmm. Luego mi compi y yo damos un largo paseo por el río que atraviesa Pittsburgh y venimos al aeropuerto. Supongo que no ha estado mal el día. Finalmente, embarco hacia mi primer vuelo.

Ahí tenéis las albóndigas... hasta las coles de bruselas que llevaban debajo eran una delicia

Vistas desde el río, con el estadio de los Pirates de fondo

Tienda de reparación de robots en el aeropuerto, de mentira, claro


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Queridos Soletes, espero que os haya gustado esta perspectiva de cómo se vive un congreso científico desde dentro (o de cómo lo he vivido yo). Este fin de semana tenemos puente ha venido a verme mi amiga Escarlata (la que ya participó en el post Norte, Sur, este y Oeste) y a la que visité en el viaje a Nueva York que nunca llegué a contaros, puede que lo siguiente que leáis de mí sea alguna historia surrealista que nos ha sucedido a las dos mientras me visita. ¡Hasta pronto!

PD: Tengo noticias frescas, me han aceptado en un instituto de verano de dolor en Canadá, creo que no tendrá nada que ver con el del año pasado: dormiré en un colegio mayor, con baño compartido y comeré en el comedor universitario. Pero me apetece, me apetece mucho y creo que puedo aprender bastante. Y es gratis. Y no conozco Toronto. Y de pensar que hasta agosto no salía de Seattle otra vez me estaba entrando un sarpullido. Lo dicho: que me hace mucha ilusión, y que ya os contaré.

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