Prefacio
(diarrea mental acaecida antes de poder escribir algo coherente o, si preferís,
el “making off”)
Creo que es cierto eso que dicen sobre la
hoja en blanco: es lo que más asusta a un escritor. Quizás no es miedo, quizás sea
sobrecarga de posibilidades. Me explico: cuando no has escrito aún nada, las opciones
que se abren ante ti son tan abrumadoras que, a veces, se amontonan unas junto
a otras intentando pasar las primeras. Quizás no sea falta de inspiración sino
todo lo contrario.
Aquí me hallo, en este día de enero, con la
barriga llena de sopa y la cabeza llena de ideas. Sí, de esas traviesas de las
que hablaba un párrafo más arriba. ¿Qué les cuento ahora? Me han dado unas
cuantas sugerencias pero ninguna que pueda desarrollar ahora mismo y quedar
satisfecha… hmmm… ¿Hablo sobre las cosas que me han pasado con las palabras
confusas del inglés?, ¿Hago ya el post sobre la Planta 6?, ¿Cuento lo
decepcionante que ha sido el día de Reyes por aquí? Ofú. Todo me parece bien y
a todo le encuentro fallos, creo que a las ideas revoltosas se une el
perfeccionismo de una servidora y la presión de no decepcionaros tras haber
creado expectativas sobre lo que vendría esta semana. Mi jefe dice que el
primer borrador tiene que ser malo, así que si estás bloqueado: escribe, ya
saldrá algo. Espera… ¿estoy escribiendo en el blog acerca de la experiencia que
supone escribir un blog?, ¿Sería, digamos, “metaescritura”?, ¿y a quién narices
le interesa eso? Ay, madre. Para de criticarte, STOP.
Vale, escribir sin juzgar, puedes
hacerlo. Elige un tema, lo desarrollas y punto. Si no les gusta pues ya sabes
que no ha sido buena idea.
Cri. Cri.
Cri. Cri.
Mira, me da igual, voy a escribir sobre
esto y al menos que se rían un poco de mis cosas. Ya está decidido, el tema de
esta semana es… trrrr… : ¡un poco de todo! Si no puedes contra ellos (la
avalancha de opciones, en este caso) únete.
El post
(en
intríngulis, la chicha, la enjundia, el meollo)
Supongo que recordaréis mis primeros post
en los cuáles relataba lo desconcertada y lo perdida que estaba respecto a
prácticamente todo (si no, lo podéis recordar aquí). Cuando uno se muda a un país
occidental, en el mismo hemisferio y demás, tiende a pensar que no habrá muchas
diferencias culturales. Y un jamón. También creía que al haber estado antes en
Norteamérica habría bastantes elementos que no me pillarían de nuevas, y en
cierto modo así ha sido, pero una cosa tengo clara: EEUU no es Canadá. Al menos
el Noroeste, o quizás Seattle, no tiene nada que ver con Nueva Escocia,
provincia canadiense donde las puertas de las casas y de los coches se quedan
abiertas por las noches, donde puedes olvidarte el monedero o la cámara de
fotos en un restaurante y encontrarlo intacto horas después, donde pisas a
alguien y te piden perdón (no es un tópico, me ha pasado). No es que esperase
que aquí fuese todo tan seguro pero tampoco que, día sí, día no, haya noticias
sobre tiroteos, robos, apuñalamientos o cuerpos encontrados en el lago. No sé
cómo no han creado un “C.S.I. Seattle”, la verdad.
La cuestión es que en estos dos meses
largos que llevo aquí he acumulado bastantes situaciones que me han dejado con
la boca abierta, a veces literalmente, un buen rato. Hoy me propongo compartirlas
con vosotros antes de que me acostumbre a ellas y lleguen a parecerme lo más
normal del mundo. Aquí van:
*Traducir.
No me refiero al idioma, que
también, eso merece un post aparte. Cuando llegas tienes que traducirlo todo
para enterarte de dónde tienes la cara, por ejemplo: miras cómo llegar al
trabajo y Google Maps te informa de
la distancia en millas, con lo cual no sabes si está cerca o lejos
(hasta que traduces a Km). También debes tener cuidado con los centímetros y
las pulgadas a la hora de comprar los muebles.
Miras el tiempo y te lo dan en grados Fahrenheit,
por tanto, no sabes si hace frío o calor (hasta que traduces a Cº), lo mismo
con el horno: lees tu querida receta en Celsius y… ¡a traducir si no quieres
quemar el bizcocho! Quieres hablar con alguien de España pero no sabes qué hora es
allí (hasta que traduces a la hora española). Las fechas
también son diferentes, aquí el formato es mes/día/año, con lo que me llevé algún
que otro susto mirando la caducidad de algunos productos.
Vas a comprar, ves el precio en
dólares (sin impuestos) y no sabes si es barato o caro (hasta que sumas el “tax” y traduces
a euros) y muchas veces te dan el precio por libra o por onza, así que lo
mismo: a traducir a ver a cuánto te sale el kilo. Hasta el tamaño de
los folios es diferente del español, el voltaje de los enchufes, las tallas de
la ropa, las señales y normas de tráfico…
Incluso los nombres de los pisos de los
edificios, normalmente la planta baja es la 1 (o L de Lobby), la letra B suele ser para el sótano (basement) cosa que descubrí cuando aparecí en un aparcamiento
mientras intentaba salir de un edificio con la cabeza en las nubes.
En mi edificio es la "1"
*Transporte.
Como la mayoría de cosas aquí es ecológico: los
autobuses son eléctricos o tipo tranvía, hay un monorraíl (hasta que lo vi
pensaba que eso sólo existía en las películas de Batman o de los Power Rangers),
hay tren… los autobuses llevan unas rejillas para que los usuarios puedan poner
sus bicicletas en la parte delantera. Hablando de bicicletas: hay carril bici
por casi toda la ciudad y alquiler en varios puntos.
Como la mayoría de cosas aquí está adaptado a
discapacitados, tienen verdaderas obras de arte ingenieril para que puedan
superar la escalera de entrada al bus o colocar sus sillas dentro.
Como la mayoría de cosas aquí es caro. Un
viaje normal en autobús cuesta 2.75$ (unos dos euros y medio) y el precio no
disminuye si te compras una tarjeta prepago… puedes sacar un pase mensual,
eso sí, pero cuesta 100$, así que dependiendo de la frecuencia con la que lo
utilices a lo mejor ni ahorras. Si pagas en efectivo debes llevar el cambio justo
porque no te devuelven, es decir: si tienes un billete de 5 dólares, eso es lo
que te costará el viaje. Lo único positivo es que si tardas menos de una hora
(creo recordar) en hacer el viaje de vuelta no te lo cobran.
Como la mayoría de cosas aquí es arcaico en
cierto modo: tienes que tirar de una cuerda, en lugar de pulsar un botón para
solicitar la parada. La costumbre es darle las gracias al conductor cuando te
bajas.
Como la mayoría de cosas aquí es futurista en
otros aspectos: hay coches que puedes coger por horas sacándote una tarjeta (Zipcar). No es un servicio de alquiler de coches
en el que te atiende una persona y firmas un contrato, simplemente vas a unos
puntos que tienen repartidos por la ciudad y te lo llevas, es el mismo sistema
que el alquiler de bicis en muchas ciudades. También puedes solicitar que te
recoja un coche a través de una aplicación móvil (Uber),
miran tu posición a través del GPS y listo. Indicas la dirección y pagas a
través de la app, por lo que no tienes ni que saber inglés… además te dan una
estimación del coste del trayecto (mucho menor de lo que costaría en taxi) por adelantado, puedes ver el recorrido (con
lo cual no pecas de turista al que le dan vueltas tontas) y puedes compartir el
viaje con otros para que vean por dónde vas.
Como la mayoría de cosas aquí es una locura. Ya
seas un peatón o un conductor, más vale que te andes con ojo: hay normas muy
raras sobre en qué carril colocarte o cuándo debes ceder el paso o avanzar. Por
ejemplo, el momento para girar si vas en coche es… chan chan: ¡cuando está en
verde para los peatones!, tiene toda la lógica del mundo. Digo verde por decir algo, las opciones son estas:
Esto equivale al verde fuente |
Esto equivale al rojo fuente |
*Bomberos.
Los camiones están muy chulos pero parece
que vienen con las sirenas obligatorias porque ya pueden ser las 4 de la mañana
y estar la calle desierta que los señores pasan pitando a todo volumen. Por
cierto, también hacen las veces de ambulancia si es necesario… los he visto
cortar una calle y ponerse a atender a un herido en un santiamén.
Este es uno pequeño
*Comida.
Gran tema. Al principio mi impresión
general fue: “qué asco”. Sin más. Después de pagar la novatada
y probar un intento de pechuga de pavo que era como chóped del malo mezclado
con gelatina, un humus que sabía a limón con detergente, unas tortas maíz con
sabor a jarabe y de no poder encontrar cosas como: jamón serrano, lomo, queso
blanco, orégano con sabor o pan de verdad (que no fuese chicle) y de observar
horrorizada los precios de los alimentos frescos (un calabacín
puede costar casi 2 euros, una patata 1 euro, una bandeja de pechuga de pollo
10) pensé que me iba a morir de asco o de hambre. Una vez que rebuscas bien
rebuscado y conoces más tiendas (y activas el modo maruja convirtiéndote en una
friki de los cupones y las ofertas) descubres que no es para tanto, que hay
sucedáneos de casi todo y que incluso hay cosas ricas que no existen en España.
¿He dicho ya que es cara? Creo que el premio
lo ganan los frutos secos, exceptuando los cacahuetes una bolsa pequeña te
puede costar 8 euros, y el alcohol. Además les encantan las cosas orgánicas (y
parece que tienen algún tipo de fobia al gluten) por lo que hay mucha oferta de
estos alimentos que, por supuesto, cuestan más. Eso sí, jumbo-maxi-packs de
porquerías refritas congeladas y helados de litro para arriba los puedes
conseguir baratos.
Luego están las cosas que me parecen extrañas:
mantequilla de cacahuete para todo, kilos de azúcar en cualquier producto que
sea dulce, aceite de palma, canola o coco en las composiciones de los alimentos
preparados (sí que se puede encontrar aceite de oliva Español sin demasiado
esfuerzo, por cierto), huevos enanos (aunque los compres del tamaño
supuestamente grande) y color amarillo claro... Por suerte hay una tienda con
productos españoles donde te puedes quitar el antojo de muchas cosas (The Spanish Table), aunque el jamón
serrano está a precio de oro y no tienen de todo. También me sorprende que las
marcas se mueven en otros campos, por ejemplo, Palmolive fabrica detergente y Frigo
tiene carnes congeladas.
*Tiendas.
Algo que echaré de menos cuando me vaya
es que haya una persona para ayudarte a meter la compra en las bolsas mientras
pasas por caja. También el poder sacar
dinero en efectivo
cuando vas a pagar (te lo dan allí mismo con el ticket) y la cantidad de tarjetas y cupones de
descuento a los que puedes acceder diciéndoles tu número de móvil.
Hay varias cosas que me llaman la atención.
En la sección de verduras es frecuente presenciar una pequeña tormenta: la
grabación de un trueno indica que van a empezar a pulverizar agua sobre los
vegetales, así que mejor apártate si no quieres terminar tan empapado como las verduras.
Hay una tienda en la que todo (todo) cuesta un dólar, por lo que no tienes que preguntar por
el precio. Hay outlets casi
de todo, incluso de comida. Los perros pueden entrar en casi todas ellas (y en
el bus, algunos restaurantes…). En algunas hay unas escaleras mecánicas
especiales para el carro de la compra.
Da como cosica verlos ir por ahí ellos solos
Las farmacias merecen una mención especial: venden de
todo (son tipo Opencor), desde
congelados o ensaladas hasta productos de limpieza, material de papelería,
conservas, o galletas; también revelan fotos, cargan la tarjeta del autobús… sin
embargo no te puedes pesar, no tienen las típicas básculas, si quieres saber
cuánto pesas no te queda más remedio que comprarte una.
*Horarios.
No cuadran con los españoles en absoluto.
Hay quien empieza a trabajar a las 6 y pico de la mañana. En la oficina, a las
11 ya huele a fideos orientales (y yo mientras con mi manzana de media mañana). A
las 5 no queda casi nadie allí. Si te invitan a cenar puede ser perfectamente a
las 5 de la tarde, sin embargo, muchos comercios abren hasta las 10 o media
noche, los hay incluso de 24 horas. Otros sólo tienen horario de 9 a 5, cierran
a medio día y no abren los fines de semana, como el USPS (el equivalente a Correos),
por lo que te ves obligado a faltar un rato al trabajo si necesitas enviar un
paquete.
*Marihuana.
Es legal. Como consecuencia puedes
encontrar tiendas especializadas y es habitual que en las tiendas normales
vendan semillas, pan, caramelos… y debes tener cuidado de no comprarlo sin
querer porque a veces lo llaman hemp (o mota, o weed…). No es raro encontrar a
personas por la calle riéndose o hablando solos, aunque también puede ser
porque el clima les vuelve tarumba o porque lleven algún “manos libres”
escondido y estén hablando por el móvil, a saber.
*Especímenes humanos, autóctonos y foráneos.
Ya los retrataré de forma más profusa. En
resumen, me he encontrado con muchísimos hípsters, artistas o modernillos, bastantes indigentes, una considerable diversidad racial y una buena colección de personajes extraños,
como un chico con unas rastas que le llegaban a la altura de los gemelos. Aquí hacen
cosas que me resultan sorprendentes, como comer enfrente del ordenador o si
están en la sala de descanso llevar música para no hablar con nadie, que te
digan “buenas noches” a las 4 de la tarde, que casi nadie lleve paraguas a pesar de lo que llueve o que algunos (que pueden andar)
lleven sillas con motor para desplazarse estilo WALL-E.
Como sigamos así, este es el futuro que nos espera fuente
*Protocolos y burocracia.
Otro mundo, otro post… tengo historias
reservadas. Sólo os diré que casi acabo reducida por un guardia de seguridad
cuando fui a la oficina de la Seguridad Social y que tardé 45 minutos de reloj
en poder enviar un paquete a España.
*Cosas del siglo pasado.
En muchos aspectos están muy avanzados
pero en otros… Las latas con abrefácil son un lujo infrecuente, y
supone una gran diversión utilizar un abrelatas cuando eres zurda.
Os presento uno de los muchos desastres obra de una una servidora
Los cheques. Para algunas cosas te exigen pagar con
cheque: ni efectivo, ni tarjeta y en algunas ocasiones debes enviarlos por
correo postal (como la luz o el agua) ¡con lo fácil que es domiciliar un
recibo! Eso sí, puedes personalizar tu talonario con la foto que quieras,
ponerle un estampado de leopardo rosa o la letra más cursi que se te ocurra.
La limpieza, en general. Encontrar un recogedor con
palo para no parecer Cenicienta cuando limpio me costó un poco y a día de hoy
no he conseguido encontrar un cubo con escurrefregona (o como se llame). Hay
toda suerte de productos que prometen matar al 99.99999999999999% de los
gérmenes pero se hace difícil encontrar una buena escoba.
fuente |
*Viviendas.
Moquetas,
moquetas por todas partes. En la mayoría de los sitios la gente se quita los
zapatos para entrar, en principio es más higiénico que repellar el barro de la
calle o la porquería que lleves pegada a las suelas. No os dejéis engañar, es
una trampa. Imaginad la situación: invierno, lluvia, botas enormes que te
cuecen los pies en su jugo, te quitas las botas y: ¡calcetines sudados por todo
el suelo!, di que sí, y como te huelan los pies, premio doble. Buagh. De verdad
que hay edificios que huelen como a gusanitos de queso, yo creo que es por eso.
Menos mal que conseguí un piso con suelo de madera… aunque la verdad es que
luego vas de visita a alguna casa, ves lo cómodo que es estar descalzo en la
moqueta mullida y se te pasa.
Están muy de moda los “Walk in closet” una especie de vestidores o
mini almacenes que vienen de maravilla para esconder los trastos y organizar
estudios enanos como el mío.
Lo que no
hay son lámparas en
el techo del salón, normalmente ponen lámparas de pie con varias posiciones de
intensidad. O eso o te apañas con la luz de la cocina. Como en muchos países, no hay persianas de verdad, por lo que un buen antifaz puede convertirse en un gran aliado. En la mayoría tampoco hay lavadora ni secadora pero sí una lavandería común en el edificio. A veces tampoco tienen portero automático en edificios de 15 plantas o más (normalmente porque
tienen más de 50 años) pero tienen un sistema para que puedas abrir la puerta
pulsando una tecla de tu teléfono móvil.
Algo que me encanta es el “trash chute” ese tobogán para las bolsas de basura que se ve en las películas y te evita
tener que empaparte o congelarte mientras la tiras, aunque debo confesar que
me asusta la idea de que se me puedan caer las llaves y tenga que ir yo detrás para
recuperarlas.
Las cocinas también tienen su aquel,
muchas incluyen esa especie de placas en forma de espiral que se calientan y son muy
complicadas de limpiar. Encontrar una tapa
para las sartenes y que no
salte el aceite también ha sido otra odisea (pensando en positivo, a lo mejor
mi piso se revaloriza gracias al Pollock en el que se ha convertido la pared de
la cocina). Creo que otro elemento esencialmente genuino es la trituradora. Sinceramente,
aún no le veo el sentido y vivo con miedo de que se me caiga una cuchara y
explote o algo. Quizás la culpa la tengan Los Picapiedra…
Aunque en los dibujos era un cerdo el que tragaba los desperdicios, también se "estropeaba" fuente
Aunque en los dibujos era un cerdo el que tragaba los desperdicios, también se "estropeaba" fuente |
Epílogo
(o “bueno,
ya está bien… ojú que post más largo, vamos a cerrar con algo profundo a ver si
queda coherente”)
Cuanto más tiempo pasa, más me sigo
sorprendiendo, quizás (posiblemente) lo que aquí he escrito sea una versión
limitada y sesgada de cómo son las cosas y habrá quien lo vea de otra manera (o
a lo mejor existen sitios como “el paraíso de las fregonas” que yo desconozco).
Por tanto, llego a la misma conclusión que Sócrates hace ya tantos siglos: sólo
sé que no sé nada. Podría seguir y seguramente me faltarán aún costumbres
insólitas por descubrir pero creo que por hoy es suficiente.
Probablemente os cuente más detalles
sobre algunos de esos temas en futuros post, si hay alguno en particular que os
interese no tenéis más que decírmelo. Como siempre, podéis comentar este post
(de verdad que es fácil, instrucciones en el post de Reyes) o dejar un
comentario en la página de Facebook, que también podéis seguir, dándole a “me gusta” para ir
recibiendo las novedades.
Nos vemos la semana que viene, Soletes. Portaos bien con 2016, que el pobre está empezando e igual anda un poco perdido.
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