martes, 25 de septiembre de 2018

70. Cóctel de verano: roadtrips, langostas y casinos

Hola Soletes,
 
Dorothy la descastada vuelve para contaros más aventuras. Me resisto a que llegue el otoño. No quiero. Eso significa que ha pasado mi cumpleaños, que las horas de luz se van a reducir a velocidad de vértigo y que la gran nube gris está a punto de cernirse sobre Seattle y quedarse allí al menos hasta mayo. No sé por qué, pero siempre me pongo triste en estas fechas… luego cuando empiece a ver los naranjas preciosos de los árboles, oler a pumpkin spice, ver actividades de Halloween y demás se me pasa. Pero no estoy preparada, todavía no. Así que voy a huir, me voy a casa una semanita (a los de aquí les parece muchísimo, pero os aseguro que entre los días de viaje y los que me quedo tonta con el jet-lag se queda todo en nada). Será una semana cargada de eventos (cosas académicas y cosas personales, como la boda de una gran amiga) y seguro que se pasa en un suspiro… 
 
Escribo esta vez desde mi azotea donde las manos, que me tiemblan por el frío, amenazan con hacerme volver pronto a mi apartamento. El sol aún no se ha puesto, pero se esconde juguetón detrás de una nube, haciendo que el viento frío parezca aún más helado. Las sirenas de la policía y los bomberos suenan a todo volumen y yo no puedo evitar pensar en las cosas que echaré de menos cuando me vaya… y en las que no echaré de menos en absoluto. 
 
Tengo este año una agenda de posibles viajes bastante interesantes que desvelaré cuando se confirmen, así que antes de que la vorágine de los aeropuertos y las maletas me consuma voy a parar a contaros un poco qué ha sido de mi verano. La verdad es que no ha estado mal para haber cogido solamente un día de vacaciones. Aquí os dejo este pequeño cóctel de experiencias, para hacerle un funeral irlandés a mi querido estío y beber a su salud. Es larguito y lleva muchas fotos, para compensar mi silencio.
 
1. Vacaciones en familia
A principios de agosto mis padres (Enrique y Emma en el blog) y mis hermanas (Tormenta y Wonder Woman) vinieron a visitarme. Fue un hecho bastante insólito, ya que Tormenta está actualmente haciendo su residencia en medicina y no es nada fácil elegir los días de vacaciones. No estábamos los 5 juntos desde 2015, por lo que fueron unos días muy especiales. Mi pequeño estudio parecía una habitación de un campamento de verano: toallas, maletas, ropa, bolsas de aseo, comida… se amontonaban por todas partes. Quizás fueron las ganas de estar todos juntos, pero milagrosamente no hubo problemas por compartir un cuarto de baño entre los cinco.
 
Además de conocer sitios nuevos de Ciudad Esmeralda, el primer fin de semana fuimos de viaje a la Península de Olympic. El viaje no fue ni remotamente parecido al que viví con mis hermanas en marzo del año pasado, tanto por el clima como por las aventuras. Paramos en playas preciosas e hicimos las paradas obligadas de Crepúsculo. Esta parte de Estados Unidos no deja de enamorarme... Aquí os dejo unas fotos que, como siempre, no hacen justicia a la realidad.
 
Creo que era el Lago Crescent
En la linde con la reserva Quileute, se ve que los pobres sacan dinero con el turismo...

Se lo curran, la verdad

Panorámica de La Push

Uno de los árboles "peludos" del Hoh rainforest

Ruby beach
El segundo fin de semana nos dirigimos a Vancouver. Sé que tengo pendiente escribir un post en condiciones sobre la ciudad, he estado cuatro veces y parece que la quiero toda para mí… prometo escribir algún post en el futuro cuando el frío del invierno me haga quedarme quietecita, retomando las notas antiguas de los otros viajes. Sólo diré que nos encantó, que anduvimos más que Kung Fu (toma referencia ochentera) y que pienso volver. Aquí unas fotitos también.
 
Desde la ventana del tren, es uno de los trayectos más bonitos que he recorrido... parece que vas en barco
Tras hacer senderismo en Deep Cove, un pueblecito cerca de Vancouver

2. La mariscada
A principios de septiembre tuvo lugar el Congreso Mundial de Dolor, cita obligada para todos los investigadores de mi área (si te lo puedes permitir, claro). A mí personalmente no suele gustarme mucho porque es enorme (miles de asistentes), casi nunca veo a nadie conocido y suele haber muy poco contenido de pediatría o psicología. Este año ha sido genial. He de decir que también ha sido el más intenso… no paré ni un momento y ahora mi cuerpo lo está pagando, pero bueno, no me arrepiento de haberle sacado jugo.
 
Pude ver a mucha gente que no veía desde hacía años, asistir a conferencias de las que coger ideas, reconectar con mi director de tesis y “tomar posesión” de una especie de cargo de representante de estudiantes que ahora ocupo en un consorcio que se dedica a promover el estudio y tratamiento del dolor en niños. 
 
Aparte de eso, la idea era conocer la ciudad. El congreso de este año tuvo lugar en Boston. Si tengo que ser sincera, lo único que conocía de la ciudad antes de ir (aparte de que le da título a una película) es que es la casa de los Red Socks (equipo de baseball), que Harvard se encuentra allí y que dicen que la langosta es muy buena. Si continúo con la sinceridad, me he ido casi como vine… pero no me arrepiento.
 
La parte que pude ver era bastante industrial, no me llamó mucho la atención
El paseo marítimo sí que era bonito
Una de las primeras noches fuimos al que creo que es el sitio más recomendado para comer langosta: The Barking Crab (algo así como “el cangrejo ladrador” podéis cotillearlo aquí), un chiringuito de apariencia circense cuyas mesas daban directas a la bahía. Tenazas, baberos, cervezas en vaso de plástico y un rollo de cocina para limpiarte las manos: sí, parecía que era de los auténticos. El “circo” se transformó en el “circo de los horrores” cuando la camarera trajo la cuenta: 480 dólares (contando con la propina) a pagar entre seis, y eso que habíamos ido a media langosta por cabeza. Y entonces pasó algo inesperado; los comensales éramos: mi querida Bárbara, un amigo del laboratorio donde hice la tesis al que llamaremos Wade, porque tiene más peligro que su alter-ego (Deadpool), yo y tres anestesiólogos (dos de mi hospital y un amigo de ellos). Bueno pues se empeñaron en pagar… yo no sabía qué era peor, si el sablazo o la sensación de deberles mi alma para toda la eternidad. Al final decidimos dejarles (cobran como el cuádruple que yo, para ser justos) y hacer la artimaña que fuese para invitarles al postre. 

Atención al cartel (dice que se van a pasar por el forro cualquier petición de bajar la música, que no es una biblioteca ni el salón de tu casa), ah y me hizo gracia también que las luces están puestas en jaulas cangrejeras.

Caminamos hacia “la pequeña Italia” un barrio repleto de restaurantes y terminamos comiendo canolis en el sitio que aparentemente era más típico. Después de eso alguien sugirió “¿Y si vamos a un bar de puros?” No sabía qué narices era eso… con la ley antitabaco pensaba que no se podía fumar en ningún sitio, pero parece que era un club tradicional y que también era típico de allí. Aunque estaba realmente cansada (la noche anterior hubo varios “eventos” y me acosté a las tantas), decidí ir, al fin y al cabo, siempre podría volver a Boston yo sola y hacer las típicas cosas turísticas… pero ¿ir a un sitio oscuro y escondido a fumar puros? Era ahora o nunca. Al final no los fumé, sólo los probé (qué horror de olor y de sabor, con perdón de a quién le gusten) y acabé compartiendo una cachimba de cereza con Wade. Fue una noche muy chula, no sé si era la poca iluminación, lo peculiar del sitio, verlos a todos tan relajados y fuera de su ambiente o que me sentía como la oruga de Alicia en el país de las maravillas, pero se creó una de esas distorsiones que a veces se producen en el tiempo donde todo fluye de una manera extraña… como si las reglas de la sociedad, del mundo en general no se aplicasen allí. Tuvieron que encender las luces para que nos fuéramos. 
 
Esa era yo, básicamente
Aquí una foto medio censurada para que podáis ver el ambiente sin ver a mis compis

El último día tuve que tomar otra decisión: ir por Boston a hacer una ruta turística gratuita que me habían recomendado (os la dejo aquí por si vais y os interesa) o ir al MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) a ver un laboratorio de ingeniería aeroespacial en el que trabajaba un amigo de un amigo de Wade. Mi parte friki me obligó a elegir esa opción y, por supuesto, no se vio nada decepcionada. La ciencia del mundo de los cohetes no es para nada como me la imaginaba… tras ver alguna que otra película ambientada en la NASA me imaginaba hangares enormes y túneles de viento colosales, andamios por todas partes y al FBI haciéndote mil preguntas para decidir si podías entrar (¿demasiados capítulos de Expediente X?, puede ser). Hasta pude sacar fotos (paciencia, ahora vienen). El chico que trabajaba allí abrió las puertas con un simple código y allá que nos metimos. Visitamos varias salas, pero lo que más me llamó la atención es que casi todo ocurre en miniatura. Aparentemente es carísimo mandar satélites al espacio con toda suerte de aparatos y cachivaches, así que la nueva tendencia es construir mini satélites que puedan lanzar de forma individual, de manera que si algo falla no se pierda todo, sino una pequeña parte (ahorrando así recursos y dinero). En resumen: que donde esperaba ver macro estructuras vi nanotecnología y, sinceramente, me pareció casi más impresionante. También me alegró saber que hay muchos españoles allí y que están desarrollando líneas de investigación que son únicas en el mundo. A veces nos venden que en el ámbito científico estamos atrasados y no tenemos potencial, pero doy fe de que no es así. En resumen, Soletes: que me encantó mi tiempo en Boston, pero no sabría qué recomendaros si me preguntáis acerca de sus cosas típicas.
 
Me recordó al taller de tecnología de mi colegio más que al escenario de ciencia ficción que tenía en mi cabeza

Aunque me pareció salido de alguna película futurista de los 70, tipo Barbarella, resulta que es una réplica de los satélites que se mandan ahora, con sus paneles solares y todo

Pues ahí va parte de la magia: resulta que en cada agujero de los cuadrados esos pequeñitos pasan mil cosas que ayudan a que el satélite apunte a donde tiene que apuntar (no entro en detalles que al final doy una clase).

Otra de las cosas que me impresionó: máquina enorme (única en el mundo) que sirve para recrear en su interior las condiciones de vacío e ingravidez del espacio

Y aquí el postre: de pronto en el campus te encuentras esto que parece salido de una peli de Tim Burton. Es una creación de Frank Gehry, el mismo que diseñó el Guggenheim de Bilbao o el MoPOP de Seattle
3. El casino
Irse, volver… es un concepto curioso. Cuando has pasado tanto tiempo fuera de tu ciudad sabes que cuando vuelvas serás casi una extraña, que habrás cambiado tanto que tendrás que hacerte un sitio de nuevo. Aun así es tu norte, la estrella polar que te guía cuando las sombras se ciernen sobre Ciudad Esmeralda y no todo es de colores a este lado del arcoíris, el lugar que guarda a tus personas importantes. ¿Volver?, por supuesto. ¿Cuándo? No lo sé… 
 
Me queda más de un año por aquí, pero en mi área profesional tienes que tomar decisiones con mucho, mucho tiempo de antelación. Así que así me encuentro al terminar el verano. A veces parece como si estuvieras jugando a algún juego de azar: compras más papeletas cuanto más duro trabajas, cuantos más contactos haces, cuantos más miedos te quitas y te atreves a pedir becas, y proyectos, y presentarte a la “gente importante” aun sabiendo que el rechazo te puede caer en cascada, a irte lejos, a saltar sin red. Aun así: si no juegas no ganas… pero hay que saber a qué se quiere jugar: ¿Lo apostamos todo al rojo? ¿O seguimos jugando un poco más a ver si no se acaba la buena mano?
 
Estaréis pensando que qué narices tiene que ver esto con lo que yo hago. Pues bien, hace poco salieron unas plazas de profesor de universidad, si lo comparo con lo que tengo aquí sería algo bastante mediocre (un sueldo normalito por acabar enseñando los créditos de sobra que nadie quiere, por ser “la nueva”, con apenas tiempo y sin fondos para investigar, que es mi principal interés). Esa sería mi definición de “todo al rojo”, algo que con mi curriculum no es descabellado que consiga, pero que desde luego no me fui para acabar haciendo eso… Mi primera opción es pedir una beca muy prestigiosa, que si consigo me daría un sueldo decente y algo de presupuesto para investigar (y la seguridad de que la docencia, que me encanta, ojo, no se va a comer todo mi tiempo). El problema: que dicha beca sólo tiene un 10% de éxito, es decir, que lo más seguro es que me coma los mocos cuando la pida… entonces, ¿qué es lo mejor? Que me den la primera opción y acabar en un puesto que no me gusta pero al menos “es un trabajo” o ser tan pretenciosa como para no pedirla esperando conseguir mi plan A y arriesgarme a quedarme sin nada… Al final no he tenido que decidir: por una cuestión burocrática no puedo apostarlo “todo al rojo”, así que si no sale mi plan A tendré que recurrir a la creatividad… o considerar quedarme aquí un año más.
 
En fin, Soletes, que hago lo posible porque mi tolerancia ante la incertidumbre vaya mejorando, y confío en que comprando “papeletas” y no cerrándome a opciones algo bueno acabará por salir. Es duro cuando la recompensa no se equipara al esfuerzo, pero creo que ahí está la clave: currar y soñar a partes iguales. Mando desde aquí un beso enorme a Ray, al que de momento no le han tocado más que "ojos de serpiente" en el casino. Ya sabes lo que dicen: “desafortunado en el juego, afortunado en amores”, supongo que no se puede tener todo… (así me va… en fin, ese tema me lo guardo para otro post). Lo dicho: no te rindas que la única manera de no conseguir algo es dejar de intentarlo.
 
Muchos besos, os escribo a la vuelta del viaje a mi sur.
 
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domingo, 29 de julio de 2018

69. Extraños en la noche

“Strangers in the night
Exchanging glances
Wondering in the night
What were the chances”
Strangers in the night, Frank Sinatra
 
Hola Soletes, la verdad es que no sabía a qué dedicar mi siguiente post y, muy a mi pesar, la inspiración ha venido de la forma más inesperada. Mis últimas semanas han consistido básicamente en trabajar durante casi todo el día, ducharme, cenar y dormir, por lo que no tenía nada digno de reseñar. ¿Os acordáis de lo que os conté de los botes de el lago? Pues resulta que cuando intentamos ir a coger uno el sitio estaba cerrado. Había en la puerta un cartel diciendo que uno de los trabajadores había desaparecido el 4 de julio y lo estaban buscando... así que me quedé preocupada y sin paseo. Otra excepción a la rutina es que fui con Ojitos, que por cierto: ¡ha vuelto a Seattle!, al Dragon Fest, una celebración de la cultura asiática que tiene lugar en el distrito internacional. En una frase: tremendo calor, nos pusimos hasta arriba de comida y se les ocurrió poner un escenario en pleno sol sin toldos... o sea que tampoco hay nada digno de reseñar. Así que aquí va una de esas historias curiosas que supongo que podrían pasar en cualquier parte del mundo pero que a veces creo que sólo me pasan a mí. ¿Tenéis las palomitas a mano? 
 
29 de julio
1.00AM
Por fin a dormir. Las temperaturas llevan varios días subiendo de 30 grados, lo que supone un calor inusual para Seattle que convierte mi minúsculo apartamento en un invernadero que se queda recalentado incluso por la noche. Como consecuencia, estoy durmiendo con la ventana abierta. Resulta que están arreglando la autopista que está a tres calles de mi edificio y a veces hacen un ruido insoportable, por lo que me encontré durmiendo con antifaz y tapones. Había sido un día largo y pensé que una noche de sueño reparador sería lo que me ayudaría a recuperarme. Ilusa de mí.
 
2.54AM
Mi corazón palpita con fuerza, algo va mal pero no sé qué es. Salgo del mundo de los sueños mientras me doy cuenta de que alguien está aporreando mi puerta y, a duras penas, atino a quitarme los tapones, atino quitarme el antifaz, y no atino del todo a ponerme los pantalones (es verano, así que a veces duermo con una camiseta). Me acerco a la puerta con mil posibilidades rondando por mi cabeza: ¿hay un incendio y los bomberos vienen a sacarme?, ¿algún vecino borracho intenta entrar al apartamento equivocado?, ¿A mi ex le ha dado un chispazo y ha venido aquí de madrugada? Me asomo a la mirilla y no hay nadie. El corazón me va a mil por hora y no puedo volver a dormirme… me siento vulnerable, como si tuviera que permanecer alerta.
 
Unos minutos después veo unas sombras en el pasillo. Me preparo para abrir la puerta cuando llamen pero no sucede, en lugar de eso oigo cómo algo se arrastra por el suelo. Enciendo la linterna del móvil para no delatar que estoy despierta y alumbro la zona cercana a la puerta. Han metido una tarjeta por la ranura… creo que descartamos los bomberos.
 
Básicamente la nota me preguntaba que si había movido los altavoces, que nunca antes había oído mi música y que ahora parecía que los tenía en su dormitorio. Y que le gustaban mis listas de reproducción. 
 
¿Qué? ¿Alguien pensaba que estaba dando una fiesta y por eso aporreaba mi puerta? Pero a quién se le ocurre no asegurarse primero, pegar la cabeza a la puerta para asegurar que la música venía de ahí o algo. En mi apartamento no se escucha absolutamente nada. En fin, mañana lo diré por el muro virtual de la comunidad.
 
Prueba A
 
Tras mucho luchar me quedo dormida sobre las 5.
 
6.00AM
Llaman otra vez.
 
Salgo de la cama como un rayo, esta vez decidida a tirarle de las patillas a quien sea que me esté haciendo pasar por este sufrimiento y me encuentro con mi vecina de al lado, una mujer de unos 50 años a la que apenas he visto en los 6 meses que lleva viviendo aquí. Me quedo muy sorprendida, se me queda mirando con cara extrañada de que yo tenga cara obviamente de dormida (y supongo que de cabreo) y de que estén todas las luces de mi casa apagadas. Le preguntó si ha sido ella la que ha estado llamando a mi puerta por la noche y ha dejado una tarjeta por debajo de la puerta y me dice que sí, que se va a volver loca que lleva toda la noche escuchando música y que le perdone, que pensaba que era yo porque no tiene más vecinos al lado. Así que le digo que seguramente serán los de arriba o los de abajo, que se queje a la inmobiliaria. 
 
Entonces me dice: “corre, entra mi casa que quiero que escuches la música”. A todo esto, yo estaba sin sujetador, con los pelos de loca de acabarme de despertar, descalza, y en pijama. No sé por qué, le hice caso y me dirigí a su apartamento mientras recordaba cómo alguna que otra vez la había oído discutir a gritos por teléfono y recé porque no estuviera loca de verdad. Entré en su apartamento y por el camino pise una toalla mojada (que supongo que habría puesto originalmente debajo de su puerta intentando amortiguar la música infernal que venía de "mi apartamento"), qué asco. Llegué a su dormitorio, decorado con muy buen gusto, por cierto, y no se oía ni una mosca. Me dijo, totalmente frustrada, que cuando vino a llamar a mi puerta pasó lo mismo, que la música paró un rato... que por eso pensaba que era yo.
 
Le dije que si le volvía a pasar podía avisar a la patrulla de cortesía, que para eso estaba. Emprendí el camino de salida hacia la puerta, lo único que quería era irme a intentar descansar de una vez. Ella se volvió, me sonrió y me dijo: “soy Rachel, por cierto”. Le estreché la mano y me largué como alma que lleva el diablo.
 
 Eso es lo que he dormido hoy según mi Fitbit: poco tirando a una m*****
 
11.30AM
Me voy a meter en la ducha y escucho un ruido fuera. Veo a mi vecina en el pasillo, entre su apartamento y el mío, de pie sin moverse, mirando al infinito. No ayuda a que me sienta mejor.
 
1.45PM
Oigo más ruidos y me asomo cuan vieja cotilla por la mirilla. Veo a la susodicha hablando con un hombre, que entiendo es de mantenimiento del edificio. Parece que está enfadada. No oigo bien lo que dice pero me parece que no habla de la música… habla de oír arañar, de que no está loca (cosa que empiezo a plantearme como posibilidad) y de que estaba en la cama y tocó “el cuerpo”. Seguidamente dice que se va abajo, que cuando acaben tiren las sábanas a la basura.
 
Sí, me vine arriba y me puse a jugar a los detectives... ¡Tenía derecho a la verdad!
Madre mía, esto sí que me interesa… ¿Y si hay una plaga de ratones o algo? Y, ¿qué es eso de “el cuerpo”? (he preguntado a un par de amigas si se puede usar en inglés para referirse a animales, a ratones o cucarachas y me han dicho que no. Quizás no lo oí bien.
 
Viene otro hombre y junto con el primero (el de mantenimiento) entran en el apartamento pegando un portazo. No oigo nada más hasta que la guapa decide volver y pregunta: “¿Habéis encontrado alguno/a?” entiendo que debieron de contestarle que no, porque lo siguiente y último que escuché fue: “Pues entonces tenemos un problema”.
 
Y así me he quedado, sin saber qué narices cree ella que ha pasado, qué ha pasado de verdad y si tengo que preocuparme porque me coman las ratas o por tener una vecina con un trastorno bipolar que irrumpa en mi piso a media noche (digo esto porque sé que un brote de manía se puede desencadenar por la falta de sueño y a veces vienen acompañados de alucinaciones). Pero así es Seattle, Soletes, no importa el lugar ni la hora: el espectáculo está servido.
 
Fin(?)
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Por cierto, Soletes, en dos días viene mi familia a visitarme. Estoy muy contenta e ilusionada, pues hace como cinco años que no vamos los cinco juntos de viaje. El fin de semana que viene haremos un viaje por carretera alrededor de la Península de Olympic, tal como hice con mis hermanas el marzo pasado, cuando nos encontramos con el hombre lobo (podéis volver a leer el post aquí). Al otro vamos a visitar Vancouver, así que prometo volver con uno o dos post viajeros ilustrando esas nuevas aventuras. 
 
Disfrutad de las vacaciones si os contáis entre los afortunados que tenerlas.

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sábado, 7 de julio de 2018

68. Cien gaviotas


“Hoy el viento sopla más de lo normal 
las olas intentando salirse del mar 
el cielo es gris y tú no lo podrás cambiar 
mira hacia lo lejos busca otro lugar 
y cien gaviotas donde irán.”
Cien gaviotas, Duncan Dhu
 
Hola Soletes,
Ha pasado una eternidad desde la última vez que compartí alguna de mis vivencias con vosotros. Más de tres meses en los que mi mundo se ha puesto patas arriba. Acabo uno de los días más largos del año casi de la misma manera que lo empecé: al aire libre y viendo cómo se apaga el sol. Ahora hace calor, la luz del día ha durado unas 15 horas y mi vida no puede ser más diferente. Mucho ha pasado en estos meses, tanto que no he tenido fuerzas para continuar con el blog... pero creo que ya es el momento, así que aquí va. Bienvenidos de nuevo a mis aventuras (y desventuras).
 
Esta vez no me he ausentado porque estuviese de parranda, ni tampoco porque estuviese muerta, claro, pero sí porque la vida me pesaba demasiado como para invertir mis energías en algo más de lo estrictamente necesario. Me encanta escribir, me hace feliz compartir mis andaduras por Ciudad Esmeralda con vosotros y es algo que además me relaja y me hace sentir conectada con los que están lejos. Pero hay veces en las que, como dice la canción, “el viento sopla más de lo normal” y se entra en modo supervivencia: hacer lo justo para seguir funcionando, atender al trabajo y la familia, y poco más.
 
Como supongo que tendréis curiosidad, os resumo un poco: a principios de abril, prácticamente al mismo tiempo, sucedieron dos cosas. Por un lado, Jay y yo lo dejamos. Fue una situación surrealista que no voy a detallar… pero sí os diré que es una de esas cosas que cuando te levantas por la mañana no te imaginas que van a pasar, que me costó procesarla y que está claro que estamos mejor así. Así que ese capítulo queda clausurado. No me arrepiento de haberlo conocido, ya que viví cosas geniales, pero no voy a negar han quedado cicatrices (metafóricas). Lo segundo es que decidí viajar a España por un problema grave de salud de un familiar, que por suerte se está recuperando poco a poco (te mando un besazo enorme y mucho ánimo desde aquí, que siendo mi “editora honorífica que caza todos los errores tipográficos” seguro que me estás leyendo). Al final el viaje se alargó, con lo que el ámbito laboral (que a esas alturas era casi lo único que iba viento en popa en mi vida) se volvió también un poco cuesta arriba. Volver aquí y tener la tarea de recuperarme estando lejos de mi familia y de la mayor parte de mis amigos se me hizo más duro de lo que esperaba.
 
Así que en eso he estado, Soletes, en descansar todo lo que he podido, ponerme al día y darme permiso para no estar al 100%, e ir a mi ritmo, dejándome sentir tristeza si lo necesitaba. Parece que todos los mensajes que nos llegan hoy por las redes nos instan a estar siempre con una sonrisa permanente en la cara y nos convencen de que, si no es así, algo estamos haciendo mal. Pues no estoy nada de acuerdo, pocas cosas pueden causar más ansiedad que obcecarse en seguir como si nada y covencerse a uno mismo de que somos a prueba de bombas. No somos robots, como humanos que somos tenemos un abanico de emociones que sirven para ayudarnos en diferentes momentos vitales, así que Soletes, no os dejéis apabullar por esa tiranía del "buenrollismo": si hay que llorar se llora, que luego las sonrisas salen con mucha más fuerza. Parece que aquí, en Ciudad Esmeralda, después de tanto llover por fin empieza a salir el arcoíris. 
 
Pues ese es el resumen de mis tres meses de silencio, espero volver prontito con nuevas aventuras, ya que en verano Seattle se convierte en un hervidero de festivales y actividades al aire libre y que pronto tendré visitas con escapadas rurales incluídas, así que seguro que hay mucho que contar. Por lo pronto, mañana voy a un lago a montar en hidropedal… a ver si doña patosa (es decir, yo) no acaba nadando con los patos. Mientras llega el siguiente (espero que más interesante y divertido), os dejo el enlace a un post que escribí el año pasado con consejos para viajar, por si decidís ir por ahí este verano.
 
Para terminar, quiero dar mil millones de gracias a mis amigos y familia por estar ahí y apoyarme mientras recupero mi brillo natural. Gracias por escuchar mis notas de voz, por los Skype desfasados, por los mensajes interminables, por sacarme sonrisas cuando creía que ya no me quedaban (aunque sea con bromas inapropiadas) y por hacerme ver que yo también tengo derecho a no ser siempre “perfecta”. Y gracias a vosotros, Soletes, por la paciencia, si no estuvieseis ahí seguro que no me habría animado a retomar esto. Hasta que os escriba de nuevo, os dejo con una foto del atardecer desde mi azotea.
 
No es una foto perfecta, pero aún así es bonita. Así que merece que la comparta :)

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jueves, 15 de marzo de 2018

67. Sol y nieve

Hola Soletes,

Si, de verdad soy yo. Sigo viva… casi más viva que nunca, podríamos decir. Siento mucho haber tardado tanto en escribir, laboralmente es la etapa más estresante que he tenido desde el cambio de trabajo a finales de octubre: estoy escribiendo un proyecto de investigación, tengo que entregar un capítulo para un libro, un resumen para un congreso y un artículo para el número especial de una revista. Personalmente… pues he estado entretenida. He decidido hacer este post para poneros un poco al día porque si no, me temo que os ibais a quedar otro mes a pan y agua: en dos días vuelo a casa y luego voy a un congreso en Copenhague, así que ibais a tardar en tener noticias.

He decidido titular a este post “Sol y nieve” porque lo que voy a contaros son dos viajes que he hecho en este tiempo: una escapada de fin de semana a Portland con Jay y un congreso en Anaheim con visita a Disneylandia incluida. Este post tiene tanto fotos como “chicha”, para al menos podáis viajar un poco conmigo. Abróchense los cinturones porque despegamos ya.

Parte 1: Portland (nieve)
16 de febrero
Este es uno de esos momentos, esos puntos de inflexión en la vida en los que precisamente por lo intenso de lo vivido se hace difícil encontrar tiempo para escribir, uno de esos en los que me alegraré hasta el infinito de haber escrito porque son mágicos, sorprendentes y totalmente impredecibles. Mañana voy a Portland con Jay. He cogido un Airbnb esta tarde para la primera noche, la segunda noche no tengo ni idea de lo que haremos… la idea era ir un poco a la aventura y a ver qué nos encontramos. Si podemos, me encantaría ir a algún sitio a ver algo de naturaleza pero se supone que el domingo nieva. A saber. Me encanta la idea de coger coche y simplemente perdernos por ahí, de descubrir cosas nuevas. Y también de ir descubriendo a Jay. Me está encantando conocerlo, tengo esa sensación como cuando ves una serie que te encanta y no puedes parar de verla, y al mismo tiempo no quieres ver todos los capítulos para que no se acabe y conozcas toda la trama.
 
17 de febrero
Me encantan los viajes por carretera, el Noroeste del Pacífico es precioso, los momentos que pasamos en el coche son simplemente mágicos... como si estuviéramos conectando con el universo a través del movimiento del coche y las notas que resonaban en la cabina, envolviéndonos y obligándonos a estar presentes mientras las siluetas de los árboles ajenos a todo se iban desdibujando con la velocidad de nuestro discurrir por las carreteras. Es otro nivel, es darme cuenta de lo contenta que puedo llegar a estar, es añadir una pequeña chispa a la felicidad tranquila de la que ya disfrutaba antes.

Parada en Olympia, capital del estado de Washington para ver el Ayuntamiento
Es curioso cómo los lugares a veces se reducen a simples escenarios que parecen transformarse dependiendo de la compañía: la Portland de esta escapada no se parece en nada a la que vi en noviembre. Gracias a ir con alguien de aquí, he vivido una experiencia que no podría haber vivido de otra manera. Hemos ido a un bar roquero, con personajes muy interesantes y dibujos en el techo y allí Jay me ha enseñado lo básico de jugar al billar. Él es bastante pro (el chiquillo tiene múltiples talentos… me pregunto si algún día dejará de sorprenderme), ha sacado sus palos desmontables y me ha enseñado cómo lo hace. Me ha encantado verlo en ese ambiente, fluyendo concentrado calculando ángulos, disfrutando del juego. La parte en la que me enseñaba ha sido tan sexy como en las películas, pero muy sutil... tocando mis caderas o empujándome hacia adelante cuando era necesario. ¿O a lo mejor la película está en mi cabeza? Ni idea, lo importante es que me ha encantado.
 
Estaba más oscuro de lo que parece
Terminamos la noche con él jugando al póker y yo mientras escribiendo. El sitio al que fuimos era bastante raro, de alguna forma me recordaba al casino que aparece en Twin Peaks, pero sin la parte de las “chicas”, claro. Llamamos por teléfono para ver si había sitio en la mesa de póker y nos dijeron que sí, pero que el lugar no estaba exactamente donde Google maps decía… tenía pinta de clandestino. Por fuera estaba decorado con diamantes, corazones, picas y tréboles que iban de suelo a techo, por lo que quedaba bastante claro qué se hacía en el interior. No sé si me llamaron más la atención los que organizaban aquello o los jugadores. Al entrar, nos recibió una especie de Betty Boop escotada y que casi parecía que iba a una comicon a hacer un cosplay… no sé a quién parecía más interesada en seducir, si a Jay o a mí. Nos dirigió a un mostrador donde Jay compró las fichas y nos pusieron una pulsera (como esas típicas de los resorts de todo incluido: los jugadores las tenían verdes y los no jugadores azules). El/la croupier de su mesa (no llegué a averiguar qué artículo sería más adecuado ponerle) era también de lo más curioso. Los otros jugadores también parecían sacados de una película: hombrecillos con pinta de dedicar mucho tiempo al juego, de ser infelices en sus rutinas y necesitar una inyección de adrenalina o de buscar un lugar donde sentirse atendidos y ser importantes. Yo estaba muerta de sueño tras una semana bastante intensa, así que no miento si digo que me alegré cuando terminó la partida y nos fuimos a descansar.
 
18 de febrero
Tras una noche de calor inesperado que llevamos como pudimos (nivel: no sé cómo se baja la calefacción así que voy a enchufar el ventilador del techo), llegó una mañana de abrazos, de prepararse el desayuno mutuamente, de conducir de nuevo cogidos de la mano con la ciudad cuan videoclip mientras canciones de rockeros muertos hacían de banda sonora.
 
Una cosa interesante que ha pasado es que Jay y yo queríamos ir al mismo sitio sin saberlo. Se llama The Grotto, es el sitio que me quedé con las ganas de ver la otra vez que vine a la ciudad porque estaba muy lejos. Él quería ir a un sitio “con un acantilado” que no sabía cómo se llamaba. Encontré “el que yo decía” por internet y resultó ser el mismo. El sitio en cuestión es un santuario en medio de unas montañas y unas cuevas. Se respiraba un ambiente muy espiritual y único, por lo visto van muchos peregrinos allí. Mientras una nevada espontánea nos sorprendía, mi primer impulso ha sido ir a besarlo para celebrarlo. A él le ha hecho mucha gracia. Hemos tenido momentos de ver la nieve caer, momentos de estar cogidos de la mano y mirar al infinito. Y un momento místico de entrar en una capilla, supuestamente milagrosa, en la que no sé muy bien cómo he acabado comunicándome con no sé quién y pidiendo una señal de cómo manejar las cosas o por qué camino tirar. Ha sido raro, este chico me está haciendo cuestionarme cosas que no me había cuestionado desde hacía tiempo. De verdad, ¿tiene que venir un desastrillo con patas con el que conectes hasta en lo más extremo para poner todo tu mundo del revés y quitarte vendas de los ojos que no sabías que tenías?
 
Aquí la nevada inesperada

Una de las pocas copias en bronce de La Piedad, de Miguel Ángel que hay en el mundo

Aquí la cueva
Tras volver del sitio mágico, hemos hecho un poco de turismo por la ciudad y le he hablado a Jay de los sitios que visité la otra vez que fui a Portalnd. Para terminar el día, le he acompañado a un torneo de billar… suele jugar y le hacía ilusión ir a uno en Portland. He dormido fatal, así que estoy aquí a base de té a ver si aguanto. Situación actual: otro bar motero que podía ser perfectamente como el Merlotte’s de True Blood, personajes variopintos, música Country, y yo con el Mac escribiendo. Me parecía bien venir porque también me apetecía verlo en su ambiente y saber cómo me siento yo en estas situaciones pero he comprobado lo que sospechaba: que nunca podré ser esa chica que va a todos los partidos de su chico, y se limita a sonreír desde la grada. No, creo que prefiero que (exceptuando ocasiones especiales), si no vamos a estar con más gente, cada uno haga sus cosas y ya nos encontremos al terminar. Principalmente porque no es que me sobre el tiempo, y tengo la sensación de que él también estaría más a gusto sin tener que estar “pendiente” de mí, simplemente porque el billar es una actividad individual que requiere concentración.
 
Ha pasado otra cosa rara, al llegar al sitio del torneo Jay me ha dicho: creo que si te pones en esa mesa puedes ver la partida desde ahí. En la mesa en la que me he sentado había un mapa, en cada mesa uno distinto. Era del sur de España, en concreto cerca de la parte donde me siento yo un nombre ha llamado mi atención: “Málaga”, era un mapa tan grande que hasta podría decir dónde estaba mi casa. ¿Cuáles son las probabilidades de poder ver tu casa en un mapa de una mesa cualquiera, de un bar cualquiera, de una cuidad cualquiera de Estados Unidos? Encima se lo digo a Jay y me dice que puede ser una señal, que él ha elegido este sitio y me dijo que me sentase justo en esa mesa para verle bien. De verdad, no puedo con tanto misticismo. Corto y cierro.
 
Para que veáis que no os engaño...
19 de febrero
Acabamos por volver a su casa a las tantas. Por el camino de vuelta paramos en Tacoma en una especie de museo de Chihuli al aire libre que está ahí escondido para quien lo quiera ver.


Estas son algunas de las piezas que se pueden ver gratis
20 de febrero
Ya en Seattle hemos ido a dar un paseo a un sitio precioso, uno de esos que te hacen ver que no estabas tan enamorada como creías de la ciudad porque aún puedes quedarte más prendada de ella. ¿Habrá sido la compañía quizás? La cuestión es que al final hemos vuelto ya de noche, linternas en mano y tenía la sensación como de estar caminando dentro de un sueño. Como en aquellos campamentos de verano en los que estaba tan cansada que parecía que yo flotaba por los días en vez de los días pasar y proveerme de experiencias. Me ha dado un poco de miedo pero me he dejado llevar y he vuelto a casa sana y salva.
 
Sin palabras...
 
Parte 2: Disney (sol)
Cuando tenía 5 años lanzaron La Sirenita en vídeo. Antes de empezar había un anuncio diciendo que abrían Disneyland París. Corría 1992 y yo tenía mi primer sueño de la infancia. Recuerdo que mi mejor amiga y yo hicimos planes: preparamos nuestras bicicletas con comida y muñecos y nos decidimos a ir. Málaga-París en bicicleta, no está nada mal. Obviamente, nuestros padres lo descubrieron a tiempo y nos quitaron la idea de la cabeza. A medida que crecía, seguí con esa espinita y al descubrir que el parque original estaba en Estados Unidos también quise ir. Cuando cumplí 18 años mis padres me llevaron por sorpresa a Disneyland París y fue de ensueño. Ahora, gracias a que un congreso al que voy se celebra allí voy a tener la oportunidad de conocer el parque original, el que Walt Disney soñó. Ahora que lo pienso: qué egocéntrico ponerle a un parque de atracciones tu apellido, ¿no?. Es curioso pensar que si Walt Disney se hubiera llamado “Smith” sería “Smithlandia”.
 
3 de marzo
Jay me recogió, me llevó a su casa, me cocinó sopa de tomate y un sándwich mixto a la plancha que estaba riquísimo y me llevó al aeropuerto puntualmente.
 
Voy en el avión rumbo al congreso, objetivo: aprender cosas nuevas y pillar un poco de solecito californiano. Acaban de decir que vamos a aterrizar en Orange County: California here we come! ¡¡No me creo que vayamos a ir a Disney hoy!! Seguiremos informando.

La verdad es que sí que es naranja...
10 de la noche
Pues ya lo he hecho: he visitado Disneyland. Como siempre que esperas algo con mucho anhelo, la realidad se aleja de tu perfecta fantasía. Todo era más pequeño de lo que esperaba (el castillo de París es el doble de grande, por ejemplo) y predominaba un aire de nostalgia vintage. Aun así, me ha encantado conocer algunos clásicos: Piratas del Caribe, crucero por la jungla, los cohetes y los coches. También he descubierto cosas nuevas: un submarino inspirado en Buscando a Nemo en el cuál vas bajo el agua y se las apañan para proyectar animaciones… al mezclarse con las algas y los corales que son reales, da la sensación de que los personajes están vivos de verdad. Por último, he revisitado una de las atracciones que más me gustó de París:  una basada en Toy Story en la cual eres del mando estelar y tienes que vencer al emperador Zurg, para ello tienes una pistola laser y un coche que puedes girar y te dan puntos cuando aciertas en unas dianas. Queríamos ir al Space Mountain pero Barbara y yo estábamos cansadas, heladas, y la cola era de hora y media… así que nos fuimos al hotel a descansar y eso fue todo.
 
Por pequeño que fuese, no negaré que transmitía magia...

Los cohetes famosos

El cuarto de Andy <3
5 de marzo
El resto de los días transcurren entre charlas, talleres, ratos de trabajar al sol en la piscina con canciones Disney de fondo y descansos en nuestra habitación temática. Tras eso vuelvo a Seattle, a un inesperado sol, al trabajo sin final y a Jay. Me ha gustado el Condado Naranja… creo que volveré.

Detalle de la habitación
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Soletes míos, lo dicho. Me voy a la cama que me han dado las tantas y mañana me espera un día de acabar cosas a marchas forzadas y preparar la maleta. Escribiré para contaros qué tal Copenhague y su nieve. Eso sí: no sé cuándo… intentaré que sea pronto.

¡Mil besos!

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