sábado, 7 de julio de 2018

68. Cien gaviotas


“Hoy el viento sopla más de lo normal 
las olas intentando salirse del mar 
el cielo es gris y tú no lo podrás cambiar 
mira hacia lo lejos busca otro lugar 
y cien gaviotas donde irán.”
Cien gaviotas, Duncan Dhu
 
Hola Soletes,
Ha pasado una eternidad desde la última vez que compartí alguna de mis vivencias con vosotros. Más de tres meses en los que mi mundo se ha puesto patas arriba. Acabo uno de los días más largos del año casi de la misma manera que lo empecé: al aire libre y viendo cómo se apaga el sol. Ahora hace calor, la luz del día ha durado unas 15 horas y mi vida no puede ser más diferente. Mucho ha pasado en estos meses, tanto que no he tenido fuerzas para continuar con el blog... pero creo que ya es el momento, así que aquí va. Bienvenidos de nuevo a mis aventuras (y desventuras).
 
Esta vez no me he ausentado porque estuviese de parranda, ni tampoco porque estuviese muerta, claro, pero sí porque la vida me pesaba demasiado como para invertir mis energías en algo más de lo estrictamente necesario. Me encanta escribir, me hace feliz compartir mis andaduras por Ciudad Esmeralda con vosotros y es algo que además me relaja y me hace sentir conectada con los que están lejos. Pero hay veces en las que, como dice la canción, “el viento sopla más de lo normal” y se entra en modo supervivencia: hacer lo justo para seguir funcionando, atender al trabajo y la familia, y poco más.
 
Como supongo que tendréis curiosidad, os resumo un poco: a principios de abril, prácticamente al mismo tiempo, sucedieron dos cosas. Por un lado, Jay y yo lo dejamos. Fue una situación surrealista que no voy a detallar… pero sí os diré que es una de esas cosas que cuando te levantas por la mañana no te imaginas que van a pasar, que me costó procesarla y que está claro que estamos mejor así. Así que ese capítulo queda clausurado. No me arrepiento de haberlo conocido, ya que viví cosas geniales, pero no voy a negar han quedado cicatrices (metafóricas). Lo segundo es que decidí viajar a España por un problema grave de salud de un familiar, que por suerte se está recuperando poco a poco (te mando un besazo enorme y mucho ánimo desde aquí, que siendo mi “editora honorífica que caza todos los errores tipográficos” seguro que me estás leyendo). Al final el viaje se alargó, con lo que el ámbito laboral (que a esas alturas era casi lo único que iba viento en popa en mi vida) se volvió también un poco cuesta arriba. Volver aquí y tener la tarea de recuperarme estando lejos de mi familia y de la mayor parte de mis amigos se me hizo más duro de lo que esperaba.
 
Así que en eso he estado, Soletes, en descansar todo lo que he podido, ponerme al día y darme permiso para no estar al 100%, e ir a mi ritmo, dejándome sentir tristeza si lo necesitaba. Parece que todos los mensajes que nos llegan hoy por las redes nos instan a estar siempre con una sonrisa permanente en la cara y nos convencen de que, si no es así, algo estamos haciendo mal. Pues no estoy nada de acuerdo, pocas cosas pueden causar más ansiedad que obcecarse en seguir como si nada y covencerse a uno mismo de que somos a prueba de bombas. No somos robots, como humanos que somos tenemos un abanico de emociones que sirven para ayudarnos en diferentes momentos vitales, así que Soletes, no os dejéis apabullar por esa tiranía del "buenrollismo": si hay que llorar se llora, que luego las sonrisas salen con mucha más fuerza. Parece que aquí, en Ciudad Esmeralda, después de tanto llover por fin empieza a salir el arcoíris. 
 
Pues ese es el resumen de mis tres meses de silencio, espero volver prontito con nuevas aventuras, ya que en verano Seattle se convierte en un hervidero de festivales y actividades al aire libre y que pronto tendré visitas con escapadas rurales incluídas, así que seguro que hay mucho que contar. Por lo pronto, mañana voy a un lago a montar en hidropedal… a ver si doña patosa (es decir, yo) no acaba nadando con los patos. Mientras llega el siguiente (espero que más interesante y divertido), os dejo el enlace a un post que escribí el año pasado con consejos para viajar, por si decidís ir por ahí este verano.
 
Para terminar, quiero dar mil millones de gracias a mis amigos y familia por estar ahí y apoyarme mientras recupero mi brillo natural. Gracias por escuchar mis notas de voz, por los Skype desfasados, por los mensajes interminables, por sacarme sonrisas cuando creía que ya no me quedaban (aunque sea con bromas inapropiadas) y por hacerme ver que yo también tengo derecho a no ser siempre “perfecta”. Y gracias a vosotros, Soletes, por la paciencia, si no estuvieseis ahí seguro que no me habría animado a retomar esto. Hasta que os escriba de nuevo, os dejo con una foto del atardecer desde mi azotea.
 
No es una foto perfecta, pero aún así es bonita. Así que merece que la comparta :)

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