18 de enero
Parece magia. Las pequeñas luces blancas van formando una fila
alrededor de los muebles, iluminando los huecos de la mesa y la estantería de
una forma casi teatral. En cierto modo me recuerdan a las candilejas, esas
velas que iluminaban los teatros antiguos desde la parte de abajo del
escenario. Quizás sea porque el suelo es de madera y parece uno, en
cualquier caso, me hace sentir a gusto, me invita a vivir experiencias interesantes este “escenario” que he creado en mi pequeño apartamento. Como dicen un par de
canciones: “que venga la magia”. Estoy preparada.
Lo que parece casi alquimia es que hace menos de dos meses el
apartamento consistiese en un hueco rectangular, todo pintado de gris, con unas
cuantas cajas de cartón gigantes amontonadas en el centro. Quizás por eso me gustan
tanto las manualidades, quizás por eso he aprendido a tejer. Me fascina el
poder transformador que puede tener un poco de tiempo y creatividad. Cómo un
espacio desangelado, frío e inhóspito puede llegar a convertirse en un
lugar para atreverse a soñar. Sé que es algo efímero, pues no creo que esté
aquí más de dos años, pero merece la pena. Como dice un proverbio hindú que a
veces me recuerda mi madre: "sólo poseemos aquello que podríamos salvar de
un naufragio" y creo que ahí reside uno de los aspectos más agridulces de
la vida: la belleza de lo efímero. Lo que creemos que tendremos ahí para
siempre parece carecer de interés y se nos olvida que no poseemos nada, que no
sabemos lo que va a pasar mañana y que es mejor disfrutar del presente. Por
eso, aunque ya habéis ido siguiendo mis andanzas por la tierra de Oz, hoy
quiero centrarme en mi guarida, mi nido, mi cubil, mi palacio.
5 de diciembre de 2015
Después de pasar la primera semana en
un apartamento de Airbnb y el siguiente mes en un hotel, conseguí encontrar un
apartamento habitable, que me admitieran como inquilina, dar de alta la luz,
comprar los muebles, en fin, todo lo que ya relaté en los post 4 y 5. Una vez me
entregaron las llaves y miré a mi alrededor fui consciente: había tomado la
decisión de pasar los próximos dos años en un piso cuyo tamaño era la tercera
parte del de mi anterior vivienda, no tenía habitaciones y costaba el
triple.
Con vosotros, el lienzo en blanco (en marrón y gris, más bien)
Bueno, a ver qué podemos hacer con
esto… la verdad es que el cuarto de baño está muy bien, sobre todo comparado
con las cosas que he visto por ahí.
Aquí el protagonista de la fuga de agua de la primera noche
Anda, sí que era grande el armario…
no me extraña que los niños tengan pesadillas con los monstruos que pueden
esconderse ahí ¡Cabe una familia entera!
O uno muy grande
¡Genial! Ya están aquí los muebles.
Estaba un poco preocupada por cómo abrirles la puerta a los de IKEA (aún no
manejo bien eso de abrirla utilizando el móvil), o porque algún mueble no
cupiese en el ascensor, pero todo ha ido bien.
En este momento tuve dudas acerca de si tendría que salir yo del piso
para que cupiesen todos una vez montados… la percepción del espacio nunca ha
sido mi fuerte
Ahora sólo tengo que abrir las cajas
y empezar a montarlo. A ver dónde están las tijeras… ¡Aquí! ¿En serio?, ¿Vienen
atadas con una brida? Bueno, voy a buscar los cuchillos de cocina y la corto
con uno. El envase no se abre, es de plástico del duro. ¿Y si uso un abre
latas?
Problema resuelto
Tras un duro día de trabajo (con el incidente
de la fuga de agua incluido) me fui a la cama envuelta en el caos, deseando
haber comprado una colchoneta para dormir en el suelo al estilo japonés y
optado por una decoración minimalista.
Con lo bonito que estaba el piso vacío…
A la mañana siguiente me tocó
enfrentarme a unas mesas y una estantería yo sola (para el sofá cama conté con
la ayuda de Laura, menos mal). La verdad es que fue un buen método para tener
la mente ocupada mientras venían los de mantenimiento.
El combate fue duro pero gané (creo) al menos todavía sigue en pie
Un incidente añadido que no comenté
en los anteriores post es que me encontré con unas cuantas sorpresitas que
tardaron varias semanas en arreglarme, de aquella manera, a fuerza de insistir.
Lo comento porque cada vez estoy menos de acuerdo con eso de “estas cosas sólo
pasan en España”.
Esta era mi preciosa caja de fusibles a medio terminar
Y este el congelador de una de las neveras (tengo dos pequeñas)
nuevas. Let it go, let it go…
Volvemos al 18 de enero
No os aburriré con el resto del
proceso, sólo os diré que tras muchas horas de pensar qué hacía, y algunos
viajes a IKEA y otras tiendas de cachivaches, este es el resultado (que probablemente
acabaré cambiando):
El nido
La isla de la cocina
La cocina
El baño
El rincón de las candilejas
Ahora le toca el turno a los
exteriores, por supuesto.
Vistas desde la terraza del edificio, planta 15
Decoración de la entrada. Porque eso de plantar flores está demasiado
visto.
Además tengo acceso a un gimnasio,
que no está nada mal, a una piscina, un jacuzzi y una zona común con sofás y
mesa de billar que se puede reservar si la quieres en exclusiva para algún
evento (os pongo aquí la página web de la inmobiliaria que gestiona los edificios,
por si queréis cotillear todo lo que os cuento). También tienen varios servicios incluidos
como: mantenimiento, recoger los paquetes que te lleguen, regarte las plantas
si no vas a estar en casa, hay una cafetería de autoservicio, cada mes
organizan eventos (noche de juegos, concurso de cocina, fiesta de navidad, etc)
y hay hasta una red social del edificio. Creo que, después de todo, sí que
tengo algunas ventajas con respecto a mi piso anterior, de hecho, no creo que
pueda volver a permitirme vivir en un sitio con todas estas comodidades.
23 de enero, pasada la media noche
Miro a mi alrededor y tengo un poco
de miedo. De alguna manera estoy consiguiendo hacer muchas de esas cosas que
tantas veces me había propuesto pero que quedaron convertidas en simples
“buenos propósitos”. Estoy consiguiendo ser constante, que no me coma el caos y
el desorden, cuidarme… Me encanta esto. El apartamento es algo material pero de
alguna forma refleja todos esos logros, todas esas metas y sueños que se van
cumpliendo. Casi no me creo que sea yo, que esto me esté pasando a mí. Las cosas
aquí son muy diferentes y, en ciertos aspectos, más difíciles. Ese tiempo que
ahora dedico a crear o invierto en proyectos personales es tiempo que dejo de
pasar con mi familia y mis amigos… si pudiera elegir, escogería una y mil veces
estar con ellos y ser un poco más desastre. Pero no puedo elegir. Por eso
intento sacar provecho de la situación y explorar los “hobbies de interior” que
me ayudan a teñir de color estos días grises y recogidos. Mi miedo es que esto
no sea real, que en algún momento me abandone a la dejadez o se me acaben las
ideas, que esté en una especie de “luna de miel” con la ciudad y empiece a
odiarla un día, de repente. Supongo que no será así: como ya habéis podido
comprobar, no sólo veo cosas bonitas en mi experiencia y, por tanto, creo que estoy
siendo realista. Supongo que entonces mi miedo puede ser como esa sensación que
tenemos a veces cuando pensamos que nos va demasiado bien, que en algún lado debe
estar el fallo. Pues no quiero, me rebelo, me quedo con el “lo consiguieron
porque no sabían que era imposible”. Me va a ir bien y punto. Decidido. Y dicho
esto, me voy a dormir.
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Knock, knock
¿Han llamado?
-
Knock, Knock
Sí, qué raro que peguen a la puerta
tan tarde, a ver si ha pasado algo y algún vecino necesita ayuda...
Abro la puerta y me encuentro a un
armario empotrado con pinta de sueco y a un chico negro con pinta de ir muy
bebido. Me arrepiento de no tener una cadena o algo que me permita impedir que
entren por la fuerza. Les pregunto qué quieren y empiezan a contarme un rollo
sobre que habían dejado los zapatos en el rellano y alguien se los había robado
(todo eso gritando). Les digo que bajen la voz, que es más de media noche y
habrá gente durmiendo, que llevo un rato escuchando a varias personas gritando
y riéndose… Me dicen que están intentando irse pero no pueden porque no tienen
zapatos, que si he visto algo. ¿En serio? Voy vestida con una bata rosa de un
conejo, estoy en zapatillas y con un moño ¿Tengo pinta de haber estado por ahí?
Les digo que no he salido y les cierro la puerta en las narices. Ante mi
sorpresa, oigo que siguen llamando a más puertas… no me extrañaría que algún
otro de sus amigos sea el que le ha robado los zapatos para hacer la gracia, o
tal vez algún vecino que ha decidido tomarse la justicia por su mano y vengarse
por todo el escándalo, quién sabe.
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Perdonad la interrupción Soletes, estoy tan desconcertada como
vosotros. Pues listo, ya os he contado cómo es ese rincón de Seattle que sólo
yo veo y que, de alguna manera, se ha convertido en mi lugar seguro en esta
gran Ciudad Esmeralda. No voy a deciros que es mi casa porque soy de las que
piensa que su casa está donde está su corazón… y el mío está muy muy lejos de
aquí.
Volveré la semana que viene con un post que, como os comenté, incluye
la colaboración de varias personas. El post es… no sé ni cómo describirlo. Sólo
puedo deciros que viaja… mira, no os voy a decir nada sobre el contenido
pero sí os voy a revelar el nombre, su título es: “Norte, sur, este y oeste”.
¡Que tengáis una semana genial!
Intriga. .. a esperar el próximo. .☺☺
ResponderEliminarCreo que la espera merecerá la pena ;)
EliminarIntriga. .. a esperar el próximo. .☺☺
ResponderEliminarQué mono te ha quedado el apartamento después de tantas peripecias! !!!! Cómo se te ocurre abrir la puerta sin preguntar??????
ResponderEliminar¡Gracias! Pues si... primera y última vez.
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