19 de mayo
Todo es cuestión de perspectiva. Otra vez me sentía como
en un cuento de hadas mientras los cristales del funicular reflejaban los
destellos de los fuegos artificiales alumbrando el perfil de los rascacielos de
Pittsburgh. Poco después, creí ser una princesa mientras Charles me daba la
mano para ayudarme a bajar de su altísimo coche. Y apenas unos segundos después
me transformaba en calabaza al recordar que iba con deportivas, sudando por el
paseo y el calor de la noche y compararme con aquellas parejas con pinta de
millonarias, vestidas para algún tipo de gala, que esperaban en el lobby a que su limusina les recogiera. Cuántas
cosas vividas en solo unos días. Como siempre, empecemos por el principio…
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16 de mayo, tres
días antes
Me encanta volar. Lo había olvidado y lo recuerdo siempre
que estoy a miles de millas del suelo, observando las nubes desde arriba, los
picos nevados de montañas imposibles de escalar (al menos por mí) y las
ciudades que parecen maquetas animadas. Me dirijo a Pittsburgh, Pensilvania a
un congreso, el primero al que asisto en Estados Unidos. He estado en alguno en
Canadá, me pregunto cómo serán las cosas por aquí. Dado que es una experiencia
sobre la que nunca he escrito y a lo mejor os produce curiosidad, voy a dedicar
el post a ello.
Para empezar, mi situación personal difiere bastante de
otros congresos a los que he asistido: o bien iba con más personas de mi grupo
o bien todos los asistentes iban en solitario, pero ahora iba yo por mi cuenta
y un buen número de los del Hospital de Niños (es decir, mis futuros compañeros
de trabajo). Alguna que otra vez me he alojado en hoteles cutres o alejados del
congreso, pero no me ha importado al ir con más personas. Estando sola en una
ciudad desconocida prefería evitarlo, así que pregunté si a alguien le
importaría compartir habitación conmigo (como comprenderéis, no me puedo
permitir gastar los casi 900 dólares que costaba alojarse cuatro días en el
hotel del congreso). Una anestesióloga muy maja se ofreció y acepté. A última
hora la compañera de habitación de otra de las postdocs que iba no pudo asistir
y terminé compartiendo habitación con ella. A efectos del blog la llamaremos
Shirley. Por fortuna para mí, mi futura jefa acabó cubriendo los gastos de las
dos, así que me salió bien la jugada.
El hotel es para verlo... habitaciones lujosas (no pongo
fotos porque ya os he enseñado algún que otro hotel de estos anteriormente y
son por el estilo), programa ecológico (no vienen a hacerte la habitación a no
ser que lo pidas), gimnasio, piscina, y servicios como que te alquilan ropa y
zapatos de deporte durante tu estancia para que puedas entrenar o que te llevan
al lugar del centro que quieras gratis.
Una llamada y todo listo en tu habitación |
Estoy un poco chafada... Shirley me ha dicho que en su
grupo de investigación (mi futuro grupo) no es oro todo lo que reluce, que la
jefa es controladora y paternalista y que hay luchas de poder un poco extrañas.
Pero bueno, es su punto de vista… ya me ha pasado otras veces que no me han
parecido para tanto algunos panoramas que me pintaban bien negros. Además, en
peores plazas he toreado, creo. Sin duda mi futura jefa tiene un estilo de
dirigir muy diferente del que tengo ahora y del que tuve en el pasado, y me apetece
probarlo. Estos días conoceré mejor a todos. De momento Shirley parece muy
maja.
17 de mayo
Hoy ha sido el encuentro de profesionales
en etapas tempranas de la carrera. Ha estado genial, me ha ayudado a ver las
cosas desde el otro lado, desde el punto de vista de los mentores. También he
visto a mi jefe, que es igual de majo dentro que fuera del trabajo, pero va a
su rollo aquí también.
Estas son las acreditaciones que deben llevar los asistentes, con lacitos debajo indicando si han ganado algún premio, si presentan un poster, si dan alguna conferencia... |
Shirley me ha presentado a un chico español que parece
muy apañado, me ha gustado ver que hay más gente de mi país en este mundillo.
Tras eso hemos ido a la recepción de apertura (un picoteo). El último evento del día consistía en asistir
a presentaciones de cinco minutos de personas mostrando sus datos. Entré y tras un rato me fui, porque todo lo expuesto era
de ciencia básica y donde ellos veían resultados súper interesantes sobre las
médulas espinales de las ratas yo solo veía bolitas de colores flotando por la
pantalla...
Llegué a la habitación y Shirley no estaba, vi que había
dejado sus cosas y le escribí para decirle que no sabía qué plan tenía pero que
yo estaba por allí. Me dijo que le habían invitado a una cena, que me avisaba
si luego iban a beber algo. Si la veo le diré de ir a visitar la ciudad el viernes
por la tarde. Y si no quiere pues me voy yo sola, estoy acostumbrada a disfrutar
viajando por mi cuenta y esta ciudad no va a ser diferente. Tengo curiosidad
por el Monte Washington y el museo de Andy Warhol.
19 de mayo
En las alturas siempre sopla más viento. O eso descubro
cuando bajo del funicular del Duquesne
Incline. Los vagones de madera me recuerdan a la noria del Prater de Viena, subimos y subimos por
la empinada cuesta, usando ese vehículo que lleva haciendo el mismo recorrido
desde hace 140 años.
Menos mal que he salido del hotel. Me hubiera dado
vergüenza volver y que al preguntarme qué tal era la ciudad solo hubiese podido
hablar de las moquetas del hotel... He venido por mi cuenta. Hoy me apetecía un poco de toma de tierra,
poner mis pies en el césped, dejar que el viento filtrado por las hojas de los
árboles me acariciase la cara y que los únicos sonidos que llegasen a mis oídos
fuesen los de los pájaros. Las vistas son espectaculares... y el barrio muy
tranquilo y curioso.
Vistas de Pittsburgh desde el monte Washington |
He llegado al funicular gracias a una de las pijadas del
hotel que comentaba antes: tienen una furgoneta que te lleva a donde quieras
del centro. He llamado a Charles, el chófer, desde recepción (lo siento, nombre
real esta vez, si no perdería encanto) y me ha recogido. Tras tres preguntas
sobre si iba sola (por parte de: recepción, chófer y vendedor del funicular) he
llegado a la cima.
El congreso ha estado bien, mañana quedan un par de
conferencias plenarias, pero intuyo que no serán gran cosa. He retomado
contacto con varias personas (por ejemplo, me reencontré con la jefa de Stanford
y hemos hablado de una posible visita), me he dejado ver, he cogido ideas sobre
un par de cosas, he robado las libretas y bolis de rigor (este es uno de los
objetivos no escritos cuando asistes a un congreso) y he aprendido cómo son
algunas dinámicas aquí. No sé si es porque están vinculados al mundo de la
anestesiología, pero está todo muy institucionalizado y jerarquizado. Y les
encanta beber, lo puedo asegurar. Y, ¿no comen? O tienen una agenda muy rara...
yo ayer con dos copas de vino iba más que lista.
Ayer por casualidad me encontré con Shirley y al
preguntarle qué plan tenía me dijo que algunos del grupo iban a otra cena.
Estaba muerta de hambre así que me apunté. La comida tailandesa estaba
deliciosa y la conversación fue muy amena. Salí corriendo antes de que
terminaran porque tenía una “copa” de reencuentro con la gente del “campamento
de dolor” del año pasado, del cual os hablé en este post. Me alegré un
montón de ver a varios de ellos y saber lo bien que les iba, pero tras un rato
me volví al hotel aprovechando que una pareja se volvía, ya que tenía un
pequeño problema: me había quedado sin batería y no tenía ni idea de cuál era
el camino de vuelta. Oops.
Hoy había una cena del departamento de anestesiología de
mi Universidad a la que no estaba invitada (yo soy de medicina de la
rehabilitación)... Shirley me dijo que me colara si quería, aunque no sabía si
iba a poder. No sé cómo quedaría eso, si estaría mal visto por mi futura jefa,
así que me he venido aquí. Le propuse el plan tanto al chico español como a
otra chica muy maja que había conocido pero los dos me dieron largas… en fin. El
no haber venido con amigos no me va a impedir disfrutar de la ciudad, que además
parece segura y tranquila. Y, ¡hoy tengo batería!
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Necesitaba esto. Pajaritos cantando en lugar de los
pajarracos (gaviotas y cuervos) de Seattle, un paseo a mi ritmo, sin prisa, sin
nadie a quien esperar o compromiso que cumplir, girado a izquierda o derecha a
placer, sin importarme perderme. El barrio no puede ser más icónico de la
América idealizada: flores por todas partes, casas de madera con patio trasero,
mecedoras en los porches adornados por ondeantes banderas estadounidenses,
casas de pájaros en los árboles, luces que se encienden a tu paso...
Una de las casas del barrio |
En lugar de bajar e intentar encontrar sitio en el
restaurante del hotel, cambio de idea y decido cenar en lo alto del Monte
Washington, por el mismo precio pero con vistas. No me arrepiento para nada, me
lo merezco, si se hace tarde para llamar a Charles, pido un Uber y a volar.
Reconozco que casi me dejo arrastrar a esa inercia horrible de no querer
moverse, de no salir del hotel. El país del McAuto,
Amazon Prime, Uber food, etc. casi me arrastra al lado oscuro, pero de momento
las recompensas por rebelarme me hacen seguir resistiendo.
Vistas de noche |
Todo es cuestión de perspectiva. Otra vez me sentía como
en un cuento de hadas mientras los cristales del funicular reflejaban los
destellos de los fuegos artificiales alumbrando el perfil de los rascacielos de
Pittsburgh. Poco después, creí ser una princesa mientras Charles me daba la
mano para ayudarme a bajar de su altísimo coche. Y apenas unos segundos después
me transformaba en calabaza al recordar que iba con deportivas, sudando por el
paseo y el calor de la noche y compararme con aquellas parejas con pinta de
millonarias, vestidas para algún tipo de gala, que esperaban en el lobby a que
su limusina les recogiera. Notaba cómo me subían los puntos de glamour que
perdí cuando me planteaba hacer pis en la papelera de la yurta. No tardé ni un
minuto en sonreír para mis adentros y tomar perspectiva de mí misma, en
recordarme que, sea como fuere, soy genial: princesa, aventurera, persona de a
pie, ciudadana del mundo. En fin: que me gustan tanto las yurtas cómo los
hoteles de cinco estrellas, supongo que, como buena malagueña, soy una especie
de camaleón. Soletes, a veces es complicado ser uno mismo y saber que con eso
basta y sobra: es lo que hay y hay que valorarlo. Ahora, una sirena me mira
desde los techos acristalados de la piscina... espera: esa soy yo. Nadando de
espaldas y feliz de haberme atrevido a bajar para ponerle la guinda al día.
20 de mayo
12.30 de la tarde
Terminan las últimas conferencias. Voy a comer con Shirley
y una anestesióloga del Hospital de Niños (que es genial, por cierto) y pruebo
las mejores albóndigas del mundo. Hmmm. Luego mi compi y yo damos un largo
paseo por el río que atraviesa Pittsburgh y venimos al aeropuerto. Supongo que
no ha estado mal el día. Finalmente, embarco hacia mi primer vuelo.
Ahí tenéis las albóndigas... hasta las coles de bruselas que llevaban debajo eran una delicia |
Vistas desde el río, con el estadio de los Pirates de fondo |
Tienda de reparación de robots en el aeropuerto, de mentira, claro |
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Queridos Soletes, espero que os haya gustado esta
perspectiva de cómo se vive un congreso científico desde dentro (o de cómo lo
he vivido yo). Este fin de semana tenemos puente ha venido a verme mi amiga
Escarlata (la que ya participó en el post Norte, Sur, este y Oeste) y a la que visité
en el viaje a Nueva York que nunca llegué a contaros, puede que lo siguiente
que leáis de mí sea alguna historia surrealista que nos ha sucedido a las dos
mientras me visita. ¡Hasta pronto!
PD: Tengo noticias frescas, me han aceptado en un
instituto de verano de dolor en Canadá, creo que no tendrá nada que ver con el
del año pasado: dormiré en un colegio mayor, con baño compartido y comeré en el
comedor universitario. Pero me apetece, me apetece mucho y creo que puedo
aprender bastante. Y es gratis. Y no conozco Toronto. Y de pensar que hasta
agosto no salía de Seattle otra vez me estaba entrando un sarpullido. Lo dicho:
que me hace mucha ilusión, y que ya os contaré.
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