“- ¿Qué pasa?, ¿crees que no soy suficientemente dura para entrar en el grupo?
- Creo que no eres suficientemente
blanda.”
The East, 2013
Hola Soletes, hoy os traigo un post de
los reflexivos. Últimamente había escrito sobre temas más ligeros, como
curiosidades o eventos primaverales, pero esta semana os hablo sobre algo más introspectivo,
una reflexión sobre aspectos que no me había planteado de mi experiencia aquí.
Sin más, procedo a desnudar un poco mi alma, espero que os guste el resultado
pues es la única que tengo.
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Creo que, por primera vez, entiendo
aquello de “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Hasta ahora he
sido yo “la amiga que se iba” y mis sensaciones de estos días no hacen sino
reafirmar mi creencia acerca de que es más difícil para el que se queda. El que
se va está ocupado con el cambio, debe empezar de cero, enfrentarse a nuevos
retos, se maravilla con lo desconocido o se alegra de volver a la familiaridad
del hogar (al menos durante un tiempo), es cierto que echará cosas de menos
pero cambiará su rutina entera y todo el contexto será nuevo.
Para el que se queda nada cambia, se
alegrará por el que se ha ido, celebrará su partida si ha sido para bien y
recordará con alegría lo que han vivido juntos… pero se quedarán con un vacío.
Un vacío en su rutina, en su agenda, en aquellas risas que ya no podrán compartir
o esas bromas que ya no podrán hacer porque el único que las entendía ya no está.
Debo confesar que no estaba preparada
para esto. Antes de venir me imaginé una y mil veces las situaciones que podría
encontrarme, lo que supondría vivir a casi 10.000 km de casa y no pensé en las
despedidas que tendría que vivir por el camino de baldosas amarillas. Claro que
imaginaba que, tras los dos años, cuando llegase el momento de partir de forma
definitiva me dejaría aquí personas especiales. Esperaba que fuese así: ser yo
la que me iba, otra vez. Con lo que no contaba es con el contexto que tenemos
aquí: visados que caducan, nuevas oportunidades laborales, cursos que terminan,
familias a las que se echa de menos… y resulta que me ha tocado decir adiós
antes de lo esperado, antes de lo deseado.
¿Recordáis a Laura, mi compañera de
trabajo? Pues tras varios errores burocráticos del todo surrealistas ha tenido
que dejar el trabajo, al menos de manera temporal, y no sabemos cuándo podrá
volver a Ciudad Esmeralda. Hay dos postdoc en el Hospital de Niños, con las que
también he hecho bastantes migas, que se mudan a otro Estado en julio y en
septiembre. ¿Recordáis a Carmen, la chica con la que pasé la Nochebuena? Pues
en un mes vuelve a España, de manera definitiva. Y no sólo se van ellos, justo
otras dos personas a las que conocí en aquella primera quedada del grupo de
Españoles, allá por noviembre, se van. Una de ellas, a la que llamaremos “Ojitos”,
se va a principios de junio pero volverá en septiembre (menos mal) y otro chico
se acaba de ir a vivir a otro país. Ha sido el primero de todos los de esta
lista y supongo que, quizás por eso, el que más me ha dolido (dicen que las
primeras veces dueles más, ¿no?). Creo que ha sido el que me ha hecho
consciente de todo este proceso de idas y venidas, de que es mejor disfrutar a
las personas mientras las tengas porque no sabes lo que van a durar a tu lado.
No todo es malo, también ha llegado hace
poco una compañera suya muy graciosa (cuyo nombre en clave será Galadriel), con
la que creo que no me voy a aburrir en estos meses, eso sí, esta es otra que
viene con fecha de caducidad, como dice ella: “como un yogur”, pues se va en un
par de meses. Pero bueno, por suerte seguirán viniendo personas de las que
aprender y a las que conocer. Tal como comentábamos el otro día: seguro que
dentro de seis meses estamos todos haciendo cosas que ni sospechamos con
personas que aún no conocemos. Además, en agosto viene una gran amiga y algo me
dice que voy a conocer de su mano otros “aspectos” de Seattle que ya os
contaré.
En fin, vaya drama he montado en un
momento. No sé si es que le cojo cariño a la gente muy rápido, si es que al
estar lejos los nuevos amigos se convierten en tu familia, si soy muy sensible,
o todo a la vez… Lo que sé es que aunque el ser así implique sufrir en momentos
como este, no quiero cambiarlo. No quiero aislarme en una pompa en la que no me
importe nadie solo para ser inmune a su ausencia. No quiero convertirme en un
robot al que le de igual todo pues precisamente una de las cosas que más me
gustan de viajar es poder conocer a personas diferentes a ti, personas que
ilustran que se puede entender la vida de forma totalmente distinta y ser
también felices, personas que te enseñan que se puede vivir de maneras que
creías inviables, que te demuestran que hay seres humanos por ahí que seguro
harán grandes cosas en el futuro y son de lo más humilde. Creo que parte de
crecer consiste en volverse más “blando” en lugar de más “duro” si la situación
lo requiere, en aprender cuándo es procedente quitarse la armadura para poder
sentir más, aunque eso nos deje temporalmente fuera del campo de batalla.
Tocados pero no hundidos, señalados por cicatrices invisibles que acariciaremos
con cariño con el pasar de los años… cicatrices que conformarán lo que somos,
que serán el mejor testigo de que hemos pasado con pena pero también con gloria
por nuestra experiencia en este mundo.
Sólo espero que igual que el destino, la
vida, el Monstruo Espagueti Volador, o quien sea que mueve los hilos, me ha cruzado con
personas tan geniales aquí y ahora, me permita volverlas a encontrar en los
rincones más insospechados de este inmenso y pequeño mundo ¿tal vez cuando
vuelva a pasar el cometa Halley…? Hasta entonces, queridos amigos, ha sido un
placer formar parte de vuestra historia, gracias por dejar que me asomase a
vuestra alma, os deseo lo mejor, hasta que nos volvamos a encontrar.
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Esta entrada ha sido más corta de lo
normal pero creo que también más intensa… así que, lo uno por lo otro. Me voy a
dormir, que es casi la hora de cenicienta y no quiero ser una calabaza cansada
mañana. Aquí os dejo los enlaces de siempre, para vuestro uso y disfrute:
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