Intento tener la
mente abierta. Intento no juzgar sin conocer. Intento ver, oír y callar primero
para poder actuar en conciencia después. Pero no siempre es fácil, hay ciertos
temas en los que nuestros prejuicios o creencias son tan fuertes que ni si
quiera nos damos cuenta de que estamos distorsionando la realidad. En mi caso,
debo confesar que uno de estos temas es la discapacidad. No sé por qué tiendo a
pensar que las personas con alguna discapacidad van a necesitar ayuda, son más
débiles o menos felices. Por mucho que con los años haya ido conociendo a
personas maravillosas que me demuestran lo contrario tengo tendencia a pensar
que es así.
Ya me ocurrió
cuando fui a visitar las instalaciones de la ONCE hace unos años: perdí una
buena parte del miedo a quedarme ciega. Vi todos los sistemas de ayuda y
compensación de los que disponían, la cantidad de profesionales dedicados a la
causa y lo bien adaptadas que estaban algunas personas. Al venir aquí, a trabajar
en el departamento de Medicina de la Rehabilitación, supe que iba a enfrentarme
a muchos retos.
Algo que me
pedisteis en el post de Reyes es que os contase más detalles acerca de mi
trabajo. Es parte importante de mi aventura aquí, así que hoy quiero relataros
cómo ha sido el proceso de enfrentarme a mi primer paciente: las dudas, los
miedos, los imprevistos, los prejuicios…
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21 de enero
Hoy al hacer la
compra me ha atendido una cajera sorda. No me he dado cuenta de que era sorda hasta
que ha transcurrido un rato. Cuando me ha saludado me ha hecho el gesto de
“hola”. En principio he pensado que quizás era por si yo era sorda, como una
forma de facilitar la integración de estas personas, pero he visto que no
cuando la que iba detrás mía le ha preguntado algo mientras ella no miraba y no
le ha respondido.
Entonces lo he
entendido, era su manera de decir: “hola, aunque me veas hablando perfectamente
no puedo oírte, así que por favor mírame a la cara cuando hables y pronuncia
bien”. Suele pasarme con personas con discapacidades, quizás sea que me imagino
en su lugar y no sé cómo lo haría y me maravillo de lo bien que se integran. No
sé qué me esperaba ¿qué llevase puesta una chapa diciendo “Soy sorda”? Me ha
pedido el carnet porque he comprado vino blanco (te lo piden si aparentas menos
de 27, qué halago) y al terminar me ha dado las gracias. De palabra y con la
mano. Le he devuelto el gesto (creo que “hola” y “gracias” es todo lo que sé de
lengua de signos, además en inglés no es igual que en español).
Ya me pasó uno de
los primeros días que fui a comprar. Mi cajero tenía una deformidad congénita
en los brazos. Mientras me acercaba a la caja me preguntaba cómo lo haría, si
tendría que pasar yo los artículos por el lector de códigos de barra o qué. En
cuanto llegué levantó la cesta, que a mí me estaba costando un triunfo cargar,
como si estuviese llena de aire. Tras esto, comenzó a pasar los ítems uno a
uno, a tal velocidad que casi no me daba tiempo de meterlos en las bolsas…
Ahora estoy
preocupada por el primer paciente que voy a ver en un par de semanas. No sólo
me preocupa el inglés (que no comprenda lo que me dice o que él no me entienda a
mí), me preocupa su discapacidad. Por lo que tengo entendido, no tiene
movilidad de cuello para abajo y me pegunto cómo entregarle los materiales del
tratamiento, cómo realizar algunos ejercicios para los que normalmente se
sientan en una silla reclinable, cómo pedirle que haga la tarea (los psicólogos
a veces pedimos a nuestros clientes que escriban, por ejemplo, sus pensamientos
en determinadas situaciones para después trabajarlos en consulta), etc. Si el
hombre no puede escribir, a lo mejor puedo pedirle que los grabe en audio o
algo así… a lo mejor tiene un ordenador a lo Stephen Hawkins o un cuidador que
le haga las cosas. No lo sé, supongo que lo mejor es preguntar y punto. Me preocupa
meter la pata y resultar maleducada al presuponer que puede o no hacer algo y
el hecho de tener que explicarme en inglés y estar en otro contexto cultural
(con sus correspondientes temas tabú) no ayuda.
De una forma u
otra, no me cabe duda de que va a ser una experiencia muy enriquecedora el
poder conocerlo y ver cómo se aprende a vivir así. Seguro que me ayuda a
eliminar más prejuicios y me enseña cómo ser natural en estos casos.
16 de febrero
Mañana tengo la
primera entrevista con el paciente. No he estado nerviosa en todo el día, sé que
puedo hacerlo, tengo un guion y sé que el paciente no me va a estar juzgando ni
analizando. Lo que me echa más para atrás es el inglés (pero qué es esto al
lado de defender una tesis…). También temo que me vaya a impactar mucho su
historia porque tiene más o menos mi edad. Espero no ser demasiado solícita ni
demasiado comedida, que nos entendamos bien y que no haya ningún problema
inesperado ni ningún choque cultural o malentendido.
A ver, sé
improvisar, sé que de todo se sale y que siempre se puede pedir perdón.
Intentaré preguntar las cosas sobre las que tenga dudas y ya está. Me ayuda
pensar dos cosas: 1) que sea como fuere en unas horas habrá pasado y ya las
siguientes sesiones serán más fáciles, 2) imaginarme con la sensación de
seguridad, satisfacción y sentimiento de realización una vez que haya
terminado.
Creo que es
importante exponerse, salir de la zona cómoda una vez más para seguir
creciendo, venciendo los miedos y avanzando, para demostrarme de lo que soy
capaz. Si no es perfecto: estoy en mi derecho, tengo que aprender y este es el
momento. Sin duda creo que el tratamiento será beneficioso para el participante
y eso hace que merezca la pena. Dicho esto me voy a dormir, que si no le
atenderá una terapeuta zombi. ¡Crucemos los dedos!
17 de febrero
16.45
Queda menos de una hora para que lo
conozca por fin, la última vez que estuve tan nerviosa antes de ver a un hombre
tenía unos motivos muy diferentes.
Ya hemos tenido varios incidentes: vamos
con retraso (se suponía que ya deberíamos haber empezado y estoy esperando a
que me avisen para ir, una vez que me avisen pasarán veinte minutos o así hasta
que empecemos), me acabo de enterar de que utiliza un respirador y deberá hacer
pausas al hablar… no sé si será una especie de Darth Vader o cómo sonará. Mi
jefe se va de viaje A NEPAL y no vuelve hasta dentro de once días. Espero que vaya
todo bien en su ausencia…
Lo malo de tener la cita por la tarde es
irte poniendo más nerviosa conforme avanza el día, lo bueno es que no he
dormido inquieta pensando en qué pasaría si me quedaba dormida. Aunque he de
confesar que he estado toda la noche soñando que le tenía que hacer trencitas
en el pelo a Lolita y no acababa nunca. Surrealista, yo y mis sueños de agobio.
En fin, hora de respirar profundo y ser fuerte. Tirar para delante que es lo
que queda. Me siento bien, tengo energía, así que seré capaz de improvisar y
hacer frente a lo que surja.
17.15
Ahora mismo una parte de mí desea que se
cancele por algún motivo... aunque sé que sería peor. Es como sacarte una
muela: cuanto antes, mejor. Creo que ahí está la magia: quedarte, esperar,
elegir enfrentarte. Luego nunca es para tanto y cuando lo es te sorprende lo bien
que te enfrentas a ello.
Creo que a parte de ser un fastidio tener
la cita por la tarde, lo es el que vaya con retraso: de alguna manera me había
planificado para estar tranquila hasta ahora y siento que no me quedan
estrategias… Es como cuando algún chico con el que había quedado ha retrasado
una cita o ha llegado tarde. El tiempo de descuento, el que pasa cuando ya
deberíamos habernos visto es el peor. Aunque luego todo va bien: nunca es tan
malo, a veces, incluso es genial.
18.30
Son casi las seis y media y todavía no he
entrado… si la entrevista inicial, que dura dos horas normalmente, está durando
tres y media no quiero ni imaginar cuánto voy a tardar yo: si entro a las seis
y media puedo acabar a las ocho tranquilamente. Me noto cansada, espero
espabilarme cuando entre.
21.00
Lo he conocido. Habla más o menos normal
y parece que me entiende bien. No es para nada como me lo imaginaba… tiene el
pelo algo largo rizado y es corpulento. Lleva la cabeza sujeta con una banda a
la parte superior de la silla. La silla la controla con la cabeza: es una maravilla,
puede moverla, inclinarla… ¡de todo! Lleva un respirador y a veces pierde el
aliento cuando se le está preguntado pero se comunica sin problema. Maneja su
móvil mediante comandos de voz y utilizando un palo, parece que se organiza muy
bien. Tiene un cuidador que va con él, conduce y demás. Le ha dado agua de una
forma rara con una jeringa y me ha parecido que se la ponía por la barriga… no
lo sé porque no he mirado.
Creo que nos llevaremos bien, hemos
reprogramado la sesión para mañana a las cinco. Me fastidia un poco porque hoy
he acabado cansadísima, supongo que pasaré otro rato de nervios (aunque no sé
por qué al conocerlo se me ha pasado un poco) y tendré que pasar a limpio los
resultados el viernes, con lo que quedará un día muy apretado. Pero bueno, solamente
van a ser cinco sesiones contando con mañana y sin duda merecerá la pena.
18 de febrero
Ya he terminado, ya ha pasado. Para
variar tenían que ocurrirme cosas. Para variar me quedo con la sensación de no
haberlo hecho bien del todo, de no haber sido suficientemente buena. Tengo
miedo de que no quiera venir la semana que viene.
Hemos estado una hora y media y creo que
hemos cubierto todo lo necesario para el caso. Sé que es un caso complicado,
que no se nace sabiendo y ha sido mi primer paciente en inglés y con tanta
discapacidad pero no sé, tengo una sensación difusa de que podría haberlo hecho
mejor. Supongo que mi auto exigencia no ayuda demasiado pero bueno: uno de mis
propósitos de este año es no ser tan dura conmigo misma, así que esta es una
buena oportunidad para ponerlo en práctica. De momento creo que debo sentirme
orgullosa por haber decidido aceptar este reto.
Como soy yo, obviamente tenían que
pasarme cosas. Para empezar, el viaje en ascensor hacia la sala de terapia fue
el más largo que he tenido en estos casi cuatro meses. Paró en la planta 13,
12, 11, 10, 9, 8, 7, 6… y vestíbulo. Llegué con el tiempo justo para averiguar
qué llave abría la puerta de la sala de terapia, colgar el cartel de
“experimento en curso, no molestar”, retirar la silla del participante para que
pudiese colocar la suya, quitarme el abrigo, sacar la grabadora, mi entrevista,
el bolígrafo y sentarme a esperar. El llegó enseguida, entró a toda pastilla
con su silla y me preguntó si creía que el enfermero debía esperar dentro o
fuera. Le dije que, en mi opinión, era mejor que esperase fuera, ya que le iba
a hacer algunas preguntas que a lo mejor prefería no contestar delante de otra
persona.
Me respondió que entonces prefería que
esperase fuera, que me había preguntado por si había algún problema con el
respirador, pero que no creía (NO CREÍA, ¡¿Qué?!, ¿a lo mejor sí?). Le pidió al
enfermero que sacara la bolsa de “no sé qué”, y me dijo que si empezaba a hacer
un ruido parecido a las pedorretas tenía que usarlo. Oh por Dios… espero que
no. Al final el enfermero se fue sin explicarme nada. Le pregunté al paciente
por la bolsa, que no sabía usarla porque no era enfermera, y me dijo que daba
igual, que seguramente no habría problema. Me pasé toda la sesión tensa por si
tenía que salir corriendo a buscar a las enfermeras pero por suerte todo fue
bien.
Casi todo. Cuando estábamos terminando su
silla empezó a emitir un pitido y me pidió que pulsara el botón de “reset”. No
lo encontraba y el pobre dándome indicaciones. Al final lo encontré y el pitido
cesó. Hoy me he dado cuenta de lo importante que es el lenguaje corporal y
gestual para entender a las personas, y más en inglés. También se me ha hecho
más dura la entrevista porque él tenía la boca detrás del aparato que usa para
mover la silla y no podía verle los labios, lo que sumado al ruido del
respirador de fondo, hacía que la conversación fuera digna de un “listening” de
esos maravillosos que ponen en los exámenes de inglés.
Cuando hemos terminado le he preguntado
si tenía alguna duda. Al principio me ha dicho que no pero cuando he insistido
me ha preguntado que cuánto tiempo llevo haciendo esto. Mierda. Le he dado un
par de vueltas contándole mi experiencia sin mentirle pero sin decirle tampoco
que es el primer paciente de sus características que veo y que será la primera
vez que atienda a alguien en inglés. En realidad la sesión de hoy ha sido la
más difícil, las otras consisten en seguir un guion y poco más.
Al ir a llamar al enfermero para que lo
recogiera, le he ayudado con el móvil y resulta que tenía el número mal: ha
contestado una mujer. Nos ha dado el número del enfermero (lo he apuntado de medio
lado con una mano, mientras sujetaba el móvil a la altura de la boca del
paciente con la otra). Finalmente, le he propuesto mirar a ver si el enfermero estaba
esperando fuera y, por suerte, así ha sido.
En fin, espero que no se haya sentido
incómodo y que vuelva la semana que viene. Mis inseguridades me hacen tender a
pensar que me ha preguntado porque me ha visto inexperta aunque, por ejemplo,
al entrar me preguntó si era licenciada y cuando le dije que era doctora se
sorprendió, así que a lo mejor es porque me ve joven (la cara de niña ataca de
nuevo). También hay personas que son más prejuiciosas que otras y preguntan
“por si acaso”, así que no tiene sentido darle más vueltas. Yo me he preparado
como mejor he sabido y lo he hecho lo mejor que he podido. Espero que haya sido
suficiente y si no pues bueno, lo he intentado… así es la vida.
Ah, no os lo he dicho pero el chico también
tiene un blog, quien sabe si está escribiendo su experiencia conmigo en estos
momentos.
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Hace tiempo leí un
estudio muy curioso: entrevistaron durante años a personas que habían ganado la
lotería para preguntarles por su nivel de bienestar y felicidad. Para sorpresa
de los investigadores, el nivel de felicidad se incrementaba notablemente al
principio pero después descendía a los niveles anteriores a resultar premiados
y en algunos casos incluso descendía. Cuando preguntaron los motivos, los
participantes contestaron que se habían acostumbrado al lujo, lo que antes les
hacía felices ahora les resultaba normal. Muchos mencionaban, incluso, que
ahora se sentían más estresados al tener que gestionar su patrimonio, estaban
preocupados por que les robasen o habían perdido amigos por no querer
prestarles dinero.
Los investigadores
entonces se plantearon lo siguiente: ¿qué ocurrirá si sucede lo contario?,
¿cómo se sentirán las personas a las que les haya ocurrido algo muy malo? En
esta ocasión entrevistaron a personas que habían tenido accidentes que les
causaron secuelas físicas permanentes (amputaciones, ceguera, parálisis…). Tras
un periodo de adaptación, de dos años de media, la mayoría decían sentirse
igual de felices que antes de tener el accidente. Algunos incluso comentaban
que ahora valoraban más la vida, que habían aprendido a disfrutar de los
pequeños detalles y se habían sorprendido del apoyo percibido por parte de sus
seres queridos. A esto se le conoce como “crecimiento postraumático” y es común
en diferentes situaciones de alto impacto emocional.
Bajo este fenómeno
(y otros como la habituación a las drogas) se esconde algo conocido como “los
procesos oponentes”, no voy a entrar en detalles porque hoy el post parece una
clase de psicología pero podríamos resumirlo como “a todo se acostumbra uno”. Ojo:
no estoy diciendo que todos los ricos sean miserables ni que lo mejor que
podéis hacer para ser felices es tiraros a la carretera, mi reflexión es que a
veces deseamos con fuerza algo que quizás no nos haga felices y llegamos a
temer otras cosas que, de ocurrir, quizás nos hagan más fuertes.
Un beso enorme,
Soletes. Continuará…
Cada semana me sorprendes más gratamente con tus vivencias y cada día te admiro más por tu valentía y tu positivismo. No seas tan dura contigo misma!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, María Jesús! Pues si, poco a poco... :)
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