“Every inch
of sky's got a star
Every inch
of skin's got a scar
I guess that
you've got everything now”
Everything
Now, Arcade Fire
27 de diciembre
He estado 21 días sin escribir, siento que casi podría
haber protagonizado un capítulo de la serie de documentales. Ya se ha pasado mi
tiempo en España... como siempre, ha volado, y volando rumbo a Seattle escribo
yo. Han sido unas semanas de estar muy arriba: nervios, acontecimientos
importantes... pero todo ha salido bien y aunque exhausta, estoy muy contenta y
sé que, por fin, me puedo relajar.
La vuelta al trabajo va a ser dura pero me la voy a tomar con calma... necesitaría unas "vacaciones de las vacaciones", como suele decirse, que no voy a tener. Aunque, bien pensado, como tampoco han sido vacaciones al uso (he trabajado a distancia), creo que simplemente me hace falta descansar. Tendré ocho semanas sin salir de la ciudad (a no ser que me tienten con ir de camping o algo así) y quiero aprovechar para reestablecer buenos hábitos de vida (básicamente volver a meter el ejercicio en mi rutina y cocinar cosas sanas). Pero este fin de semana me lo daré para estar en casa y descansar, a no ser que surja algún plan molón para fin de año que ya es este domingo, madre mía.
Casi pierdo el segundo vuelo, nos esperaron porque en el primer vuelo había 15 personas que también venían a Seattle. De momento voy alucinando con el avión de Norwegian en el que voy: la comida es más cutre que en Delta y si quieres manta y auriculares tienes que pagar, pero el avión es muy nuevo, tiene unas ventanas enormes cuyos cristales se oscurecen si pulsas un botón (en lugar de tener persianas), cabina presurizada para reducir el jet lag y puedes pedir cosas de la carta y del duty free desde el monitor de tu asiento y pagar con tarjeta de crédito ahí mismo.
Al llegar a Seattle me esperaban tres sorpresas: 1) hora y media de cola para cruzar la frontera, 2) que mis maletas no han llegado conmigo (era de esperar por lo apresurado de la escala), 3) una imagen bastante inusual: la ciudad nevada. En fin, las navidades no han terminado, supongo que es apropiado. Vamos a por nuevas aventuras: ¿tendré por fin las "navidades blancas" que no tuve hace dos años?
29 de diciembre
Hoy, volviendo del trabajo he vuelto a tener esa
sensación de puzle completado, de cómo unas cuantas piezas que habían estado
dando vueltas se han colocado, al fin, en su sitio. Durante estos días en mi tierra
se han cerrado etapas importantes con momentos muy bonitos: oficié la boda de
dos amigos y pude ver lo felices que estaban, estuve con Ray la semana antes de
defender su tesis y lo vi crecerse ante el final apoteósico de esa maratón y
hacerlo de maravilla, renové el visado por última vez, una amiga tuvo un bebé…
eso unido a seguir comprobando que el cariño de los míos (amigos y familia) no
cesa aunque esté lejos.
A pesar de estar cansada y con jet lag, he ido al trabajo contenta, con ganas de hacer cosas,
señal inequívoca de que me gusta lo que hago. He tardado poco en sentirme como
pez en el agua en mi piso, en esta ciudad que es también un poco mía (lluvia
incluida). Volvía por las ya oscuras calles, viendo cómo las luces navideñas se
reflejaban en el húmedo asfalto, pensando si cenaría hoy mi sushi preferido o
el falafel que acababa de comprar y ha sonado una canción que lo ha puesto todo
en su sitio. Everything now de Arcade Fire me ha hecho sonreír desde
dentro, una de esas sonrisas que te llegan a los ojos sin poder evitarlo: lo
tengo todo, lo tengo ahora. Tengo estrellas brillando en mi cielo y cicatrices
que me recuerdan lo que he aprendido. No tiene sentido querer más: cosas
buenas, cosas malas, experiencias que no borraría por nada.
Es cierto que para seguir en contacto con las cosas que
me importan (vida laboral y personal) tengo que ir volando de un lado al otro
del mundo varias veces al año pero: ¿y qué? Me gusta viajar. Todo encaja de esa
manera: allí sol, jamón y abrazos de los buenos; aquí un equipo de compañeros
estelar, una ciudad que se hace querer y me ofrece experiencias únicas y
libertad. Soletes, cierro 2017 sabiéndome feliz, sabiendo que quizás no se
pueda tener todo en el mismo momento y lugar… pero que las decisiones que he ido
tomando me han llevado a esta situación de amoldar el mundo y estirar el tiempo
para llegar a lo más cercano posible a ello. Estoy a gusto y con ganas de
seguir proponiéndome retos, y creo que eso es lo que importa.
Ya tengo planes para Nochevieja: iré a cenar a mi
italiano preferido con Barbara, luego iremos a una fiesta de su edificio (de 10
a 12, como la mayoría de las fiestas aquí terminan cuando empiezan las de
España) para, finalmente, subir a la azotea a las 12 para ver los fuegos
artificiales que tiran desde el Space
Needle (cosa que he querido ver desde que llegué, en aquellas primeras navidades en Ciudad Esmeralda). De nuevo las cosas salen casi mejor que si
las hubiera planeado… mi objetivo era no estresarme y lo he hecho dejando que
todo pase como tenga que pasar. Las uvas sí que las tengo, por supuesto, y me
las comeré con mi familia por Skype. Mis maletas están a
punto de llegar, así que tendré hasta un vestido medio decente que ponerme. Lo
dicho: aunque da casi miedo decirlo, parece ser que todo encaja.
31de diciembre de 2017
Último día del año. ¿Por qué será que tenemos que esperar
a que algo acabe para ponernos a hacer balance? Los días se suceden unos tras
otros, secciones de 24 horas, que agrupadas en 365 (o 66) nos hacen ver que los
años pasan, que cumplimos uno más, que nos hacemos viejos, etc. Pero es una
ilusión, el tiempo es continuo y no se detiene por nadie. Es cierto que, de
alguna manera, es la dimensión olvidada; la que no vemos y más fácilmente se
nos escapa, creo que por ello hacemos estos esfuerzos en poner marcadores a
este flujo incesante de segundos, minutos, horas y días. Por eso celebramos
cumpleaños y años nuevos. Pero no dejemos que esto nos engañe… sobrevivir, en
la mayoría de los casos, es algo fácil. Pasar sin pena ni gloria arrastrándose
por la vida pueden hacerlo la mayoría de los seres que habitan este mundo. Creo
que la magia, lo que realmente le da sentido a nuestro tiempo aquí es hacer que
ese tiempo merezca la pena, que los momentos dulces compensen a los amargos,
que no se nos escapen por el miedo a volver a saborear algo que no nos gustó.
Por eso es tan importante pararse a celebrar los logros.
Empiezo el día con algo muy simple que comencé a hacer
cuando me independicé, hace ya siete años: mirar por la ventana abierta con un
té en la mano, admirando el cielo, los edificios que me rodean y los ruidos de
las vidas que, ajenas a las mías, siguen su curso. Hoy además tengo a “Los
delincuentes” de fondo y me estoy comiendo un Donut Old Fashioned recubierto de chocolate (una especie de donete
gigante a lo rústico). Mi “yo ideal” me dice que debería haber empezado el día
meditando con cuencos tibetanos de fondo y en ayunas. Pero mira, si me
apetecían flamenquito y chocolate para salir de la cama, eso es lo que me
merezco, habrá que dejar algo para los propósitos de año nuevo, ¿no? Y ahora a
limpiar, casa y cuerpo, para terminar el año con todo en su sitio.
1 de enero de 2018
Me hace ilusión escribir ese número, el 8 siempre ha sido
mi número preferido y espero que lo siga siendo. Ayer a las 3 brindé por Skype
con mi familia tras engullir como pude unas uvas enormes y la tarde se pasó
entre juegos. Cené con Barbara, me alegré un montón de verla y de poder
ponernos al día. Seguimos charlando (y bebiendo) en su piso, donde conocí por
fin a su perrita (que es adorable) y pasaron unas cuantas horas más entre vinos
y confesiones. Cómo me alegro de que haya entrado en mi vida.
A las 11 bajamos al hall. Pizzas, vino español y unos
cuantos vecinos nos esperaban para amenizar la última hora de 2017. Allí
conocimos a dos parejas gay muy interesantes: dos de la Marina y otros dos que
eran planificador urbanístico y músico experimental, respectivamente.
Casi a las 12 subimos a la terraza. Esta vez no hubo cuenta
atrás, no hubo beso a media noche. Pero hubo magia, champán y fuegos
artificiales. Charcos congelados en la azotea que me hacían comprobar que
estábamos bajo cero, a pesar de que yo no sentía el frío. Otro momento de
pertenecer, de quedarme sin palabras y rendirme a recibir 2018 de la forma más
surrealista. Este va a ser un buen año.
Hipnotizada por el momento, supe que hacía frío porque
alguien lo comentó. Intentando no resbalarme cogí a príncipe Eric (otro de los
vecinos al cuál acababa de conocer y al que no le cambio el nombre porque estoy
demasiado orgullosa de haberle puesto ese apodo) por el brazo y como buen
canadiense me acompañó hacia dentro. Bajamos al hall para continuar la fiesta y
ya no había nadie... Y el chico planificador dijo: vamos a seguir la fiesta en
nuestro apartamento. Cogimos las pizzas y el vino que quedaban y nos fuimos
para allá.
No sé cómo pasó, no sé cómo la noche nos llevó ahí. Pero
nos despedimos a las 3 de la mañana en un abrazo grupal a 5 bandas tras haber
intercambiado teléfonos. En esas 3 horas hablamos de la vida, de lo que nos
había traído a Ciudad Esmeralda, les puse motes a todos, bailamos canciones de
los 80 (desde Madonna hasta Boy George), de algún modo Julio
Iglesias acabó en la televisión, dos de los chicos improvisaron un dueto de
piano, alentados por mí, y finalmente intenté enseñarles un poco de tango. No
es mala forma de empezar el año, para nada.
El conductor del Uber que me llevó a casa era simpático y
empezamos a hablar... acabó sacándome que me dedicaba a la investigación y me
dijo sorprendido que cómo podía ser una científica si era una "party girl" (algo así como una
chica fiestera). Casi me enfadé por el prejuicio, como si los que nos dedicamos
a esto no tuviésemos derecho a divertirnos… Entonces seguimos hablando y
resultó que él había venido a EEUU a hacer un máster en salud pública... Con su
color negro de piel, acento africano y ropa étnica yo había asumido que estaba
aquí para buscarse algo mejor... ¿Quién era la prejuiciosa ahora? Y, ¿podía yo
culparle cuando llevaba una tiara de brillos y plumas que decía “feliz año
nuevo”? En fin, creo que ya tengo otro propósito para 2018: dejar los
prejuicios atrás, al menos un par más de los que ya han caído.
11 de la mañana
Me duele la cabeza. Encuentro brillantina en sitios
extraños y noto un moratón que no me extraña tanto. Tengo poca voz pero aún me
queda algo... no es mal balance para una nochevieja, no está nada mal, la
verdad.
3 de la tarde
Me niego a recordar el 1 de enero de 2018 como el día que
pasé tirada en la cama porque tenía resaca… no señor. Decido salir a la playa,
quiero grabar en mis retinas cómo se apaga el primer día del año. Bajo las
cuestas escuchando a Satie, necesito descubrir una versión dulce, tranquila e
inusual de Seattle. Y lo consigo. Consigo parar un momento, respirar, escribir,
sentir que estoy lista para lo que el año tenga que traerme. Le hago la promesa
de ser valiente y no perder oportunidades.
6 de la tarde
¿Será hoy ese “día menos pensado” que tanto ansiamos que
llegue? Aún no me creo lo que acaba de ocurrir. De nuevo parece ser que las
cosas de las películas suceden en la vida real. Tras mi paseo para ver el
primer atardecer del año decidí pedir un Uber para volver…
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… Soletes, estad atentos porque 2018 promete. En el
siguiente post os cuento lo que pasó y cómo se desarrollaron los
acontecimientos posteriores, dato que mientras escribo estas líneas, aún
desconozco. Os doy un adelanto, el título será: “First dates: edición Seattle
(Capítulo 8: Cuando menos te lo esperas)”.
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