domingo, 26 de noviembre de 2017

63. Totó, ahora sí que no estamos en Kansas


Hola Soletes, en el post de hoy os hablo de mi experiencia empezando a trabajar en el Hospital de Niños de Seattle. Como supongo recordaréis, llevo yendo allí una vez por semana desde hace casi dos años (en este post resumía las primeras impresiones que tuve por aquel entonces, ay parece otra vida) así que estaba convencida de que ya sabía lo que me iba a encontrar, que entendía los entresijos de la institución… pero me equivocaba, vaya si me equivocaba. A continuación, tenéis un resumen del primer atisbo de esta organización desde dentro. Pasen y lean.

6 de noviembre
Salgo de mi primer día de trabajo preguntándome si no he tenido un sueño extraño en el que todo transcurre dentro de un anuncio de Coca-Cola. He pasado unas ocho horas junto a otras 35 personas, que también empezaban hoy, realizando una especie de orientación laboral. La organización completa tiene casi 7.000 personas, así que no debería sorprenderme que un grupo tan numeroso comenzara en un día cualquiera del mes. El grupo se componía de personajes de diferentes perfiles: había desde enfermeras a jefes de servicio, personal de recursos humanos o finanzas, técnicos de laboratorio o investigadores postdoctorales.

En este mundo alternativo en el que todo es blanco y celeste y todos son tan excepcionales y sobresalientes en sus habilidades y buen hacer (casi dan miedo, vaya) que te hacen preguntarte qué haces tú ahí, tuvimos un maestro de ceremonias (porque aquello parecía un show más que una clase) que nos fue guiando por algunos de los datos del hospital, intercalando las explicaciones con vídeos: el presidente dándonos la enhorabuena por haber sido elegidos para formar parte de la empresa y hablándonos de la responsabilidad que ahora teníamos, vídeos típicos de campañas de recaudación de fondos con empleados felices y sonrientes, vídeos entrañables de pacientes agradecidos, etc.

Por tener, tuvimos hasta juegos: por equipos, tuvimos que definir qué eran para nosotros las palabras que componían el texto de misión y visión de la empresa, emparejar unas cifras con el concepto al que correspondían y luego tuvimos un concurso (con pulsadores y todo) en el que competíamos a ver qué grupo se sabía mejor el código de colores de las emergencias del hospital. La verdad es que también ha sido inspirador y entretenido, se han esforzado mucho en que no nos muriéramos de aburrimiento y absorbiéramos la mayor cantidad de información posible.


Detrás de las acreditaciones con las que accedemos a las instalaciones, y que debemos llevar puestas en todo momento, tenemos la “chuleta” por si dicen el color por megafonía para que sepamos qué es. Lo curioso es que los colores cambian de hospital a hospital…

Entre las cosas más interesantes que aprendí está la historia del hospital. La institución, que hoy se compone de miles de trabajadores encargados de atender el hospital en sí (donde se trata a los pacientes, con varios edificios), la parte de investigación (en la que trabajo yo) y la parte de fundación, encargada de recaudar fondos empezó con una sola persona. Anna Clise, una recién llegada a una Seattle que se había fundado hacía menos de 50 años, fundó en 1907 el hospital junto con 16 amigas a las que consiguió reclutar. Como muchas grandes hazañas filantrópicas, esta mujer fue motivada por la muerte de su segundo hijo (que tenía artritis reumatoide): al darse cuenta de que esta parte del país no tenía demasiados recursos para niños, decidió fundar un hospital infantil cuyo lema fuese “atender a quien lo necesite sin importar de donde viene (raza, religión o género) ni si puede pagar el tratamiento”. Estas mujeres comienzan a recaudar fondos en la comunidad, alquilan siete camas del entonces Hospital General de Seattle y consiguen algunos médicos que donan sus horas de trabajo para ellas.


Este es el logo original (cuando se llamaba Hospital Ortopédico Infantil), la verdad es que da un poco de miedo.

Tras más de cien años, el hospital, exclusivamente dirigido por mujeres hasta 2004, y altamente dependiente de donativos, ha ido creciendo hasta convertirse en lo que es hoy: centro de referencia para los estados de Washington, Wyoming, Alaska, Montana y Idaho, que sigue atendiendo gratis a familias sin recursos. Casi desde el principio aparecieron las “guilds”, palabra que no sé muy bien cómo traducir (supongo que asociación o cooperativa sería lo más correcto), básicamente son grupos de voluntarios que se reúnen para hacer actividades de recaudación de fondos que luego donan al hospital, hay 450 de ellas, con miles de miembros en total que han recaudado millones de dólares en conjunto.

La verdad es que me han impresionado, no tenía ni idea de que el instituto de investigación, que está afiliado a la Universidad de Washington, tiene sólo 11 años y está entre los cinco mejores de Estados Unidos. En concreto, mi grupo de investigación está considerado el mejor en mi campo… hola vértigo, aquí vamos otra vez. Además del prestigio, de lo moderno y bien estudiado de las instalaciones (todas pensadas para ser ergonómicas, eficientes, seguras, ecológicas y respetuosas con el paciente) que una de mis hermanas calificó como “la Disneylandia de los hospitales” cuando las llevé a visitarlo, cuidan mucho al empleado. Por ejemplo, en mi edificio (además de la típica cocina con varias neveras, microondas, cafeteras, etc.) hay un gimnasio gratis 24h y paraguas que te puedes llevar a casa si resulta que ese día llueve mucho. Como están preocupados por el medio ambiente, los problemas de parking y la salud de los empleados, además de tener una tarjeta de autobús con viajes ilimitados por el precio de lo que cuestan dos viajes, cada día que vas andando, en bicicleta o en autobús te dan incentivos económicos (unos 4€ si vas al centro de trabajo y 1€ si trabajas desde casa, hay flexibilidad siempre que a tu jefe le parezca bien). También te prestan una bicicleta si es el método que quieres usar o te reparan la tuya si se te rompe y te pagan un taxi un cierto número de veces al año si no has ido en tu coche y tienes alguna urgencia. Ah, y por ser empleado tienes descuentos en hoteles, viajes, compras online, el cine, la factura del teléfono... Se encantan ellos mismos y hacen por transmitirlo: me regalaron un bolígrafo, una libreta y un termo del hospital el primer día y por lo visto organizan varios eventos sociales para que los empleados se conozcan entre sí (por ejemplo, helado gratis en verano y café en invierno o un concurso, que ganó mi equipo, para ir a un scape room).

El contrapunto es todo el papeleo que hay que hacer, los mil cursos online sobre seguridad, privacidad, “hay que ser bueno con todo el mundo”, “qué hacer si viene un terrorista a tu oficina” y otras cosas igual de sorprendentes. Por ejemplo, para que te den el incentivo de transporte, tienes que indicar cada día cómo has ido a trabajar, para que te paguen tienes que confirmar que has ido a trabajar, etc. Ah, se me olvidaba, y tienes que decirles qué seguro médico quieres, si quieres plan de pensiones y otros jaleos varios en los que espero no haber metido la pata porque, siendo sincera, no he acabado de enterarme del todo.

9 de noviembre
Hacía tiempo que no estaba tan abrumada (no voy a decir cansada porque me repito más que el ajo) pero vaya intensidad de todo: de equipo, de infraestructura, de cosas por hacer… Barbara, la otra postdoc que empezó conmigo y con la que fui a Florida sigue siendo genial, de verdad que me alegro de tenerla en el equipo, me siento más tranquila y más fuerte con ella.

Hoy ha sido mi tercer día. De momento voy bien, luchando mucho conmigo misma para no exigirme demasiado y tener paciencia por no tenerlo todo listo para antes de ayer, pero voy viendo como poquito a poco voy solucionando cosas y todo va encajando. Objetivo para esta semana: paciencia. Tras llamar a emergencias ayer sin querer, tratando de contactar con los informáticos para decirles que no me funcionaban la mitad de las cosas, tuve un golpe de realidad y me di cuenta de lo diferente que es trabajar aquí con respecto a ser una “simple” voluntaria. Creo que nadie, salvo yo misma, esperaba que fuese a estar al 100% desde el principio, así que he de bajar mi listón o me va a dar algo.


Ya me voy haciendo un “hogar” laboral aquí. Este es mi cubículo. No se ve pero el otro "muro" es de cristal y puedes escribir con rotulador (es una chorrada, pero es algo que veía en las películas y siempre había querido hacer).

Objetivo para la siguiente semana: reunirme con todos mis nuevos compis y superiores y ver en qué podemos colaborar y planificar cómo integrar hábitos de vida saludables en mi rutina, que últimamente es un desastre. He dicho.

15 de noviembre
Me han dicho que estoy rompiendo las reglas… pero creo que no en el mal sentido. En la formación del primer día coincidí con Pamela, una chica americana cuya energía me encanta, que resulta que trabaja en mi misma planta. Habla español y dice que quiere practicarlo, así que vamos a empezar a hacer una “comida en español” una vez a la semana con un par de personas que están en la misma situación. Por lo visto eso es raro, eso de hacer migas con personas de otros departamentos no es algo habitual. Pero me da igual, en ninguna de las interminables normas que nos explicaron el primer día estaba eso escrito y no voy a mentir: me encanta romper las reglas que no están escritas, si no sería todo muy aburrido.

17 de noviembre
Otra semana superada, acabo de volver de un “happy hour” de seis horas… madre mía qué diferente es este ambiente, parece que se toman en serio lo de “work hard, play hard”, pero con el sueldo (que, por cierto, cobraré cada dos semanas) que aún no sé en qué consiste después de impuestos no sé yo si me va a dar para pagar los precios desorbitados de los cócteles que se sirven en Ciudad Esmeralda.

Parece que ya le voy cogiendo el truco a todas las chorradas burro-cráticas que hay que hacer, o al menos sé con quién hay que hablar si yo no tengo ni idea, pero soy consciente de que aún me queda mucho por andar. Me doy hasta final de año para estar integrada, creo que eso tiene más sentido.

Esta ha sido una semana agridulce. Por una parte estoy contenta: las reuniones han ido bien y los compañeros parecen muy abiertos y deseosos de colaborar. Por otra un poco triste: una de las postdocs, con las que he colaborado bastante, se vuelve a su país de forma repentina… como ya decía, en esta ciudad más vale que te prepares para los adioses inesperados, porque son muchos los amigos que se van casi sin avisar. Para terminar con un sabor más dulce, ha llegado a mi correo electrónico la guinda del pastel: la confirmación de que me aceptan una presentación en un congreso que tendrá lugar en California en Marzo (y aquí si presentas algo te pagan los gastos de viaje). ¿Y dónde? Nada menos que en el Hotel Disney, en Disneylandia (el original que fundó Walt Disney). Eso, Soletes, es poco menos que mi sueño de la infancia… lo que me hace, una vez más, pensar que la manera en la que los sueños se cumplen es muy muy rara, que nunca sabes hacia dónde te llevarán tus pasos pero seguro que el camino tiene sorpresas escondidas para recompensar tu esfuerzo. Prometo contarlo todo en el post correspondiente.

19 de noviembre
Mañana es lunes otra vez, y esta va a ser una semanita corta: el jueves es Acción de Gracias y he decidido que necesito un descanso. Me voy de Seattle, necesito un par de días en soledad, un tiempo conmigo misma, sin agenda ni objetivos, en los que pueda descansar, bajar el estrés y dejarme llevar. Sé que mi viaje a España y mis “vacaciones” de Navidad están a la vuelta de la esquina pero siendo realista también sé que de lo que se dice descansar tendré más bien poco tiempo. Así que este es mi momento, unas mini vacaciones en… en el próximo post os lo cuento.

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sábado, 11 de noviembre de 2017

62. Soplan vientos de cambio


“The future's in the air
I can feel it everywhere
Blowing with the wind of change”
Wind of change, Scorpions
29 de octubre de 2017
Hoy hace dos años justos que llegué a Seattle y no puedo evitar hacer balance, pensar en todo lo que he cambiado y en lo que significa para mí esta ciudad, que ya siempre estará en mi corazón. Me han dado las 3 de la mañana despierta, creo que es hora de reconocer que tengo un poco de ansiedad. No sé si es el nuevo trabajo que estoy a punto de comenzar, el ver que mi vida sentimental es un caos o que estoy completamente descontrolada con respecto a mis hábitos de vida. Hay muchas cosas en el aire, muchas cosas en juego y me percibo como un auténtico desastre. Me hace ilusión ver que empiezo el trabajo nuevo de verdad. En fin, será cuestión de respirar y sobrevivir. Seguro que al final hasta disfruto.

31 de octubre
Acaba un mes, una etapa, un trabajo. No me mudo, podré seguir viendo a mis amigos, incluso podré seguir quedando con ellos en los mismos sitios y trabajando en proyectos pendientes. Aun así, es innegable que algo ha cambiado… no sé qué es lo que pierdo pero vivo este momento como un pequeño duelo. Los sentimientos están a flor de piel y el día se me ha pasado lento, como si quisiera asegurarse de que pudiese prestar atención a todos los detalles que, en el futuro, recordaré con nostalgia.

Las hojas amarillas del otoño han hecho para mí una especie de baile al estilo de la bolsa de American Beauty, ha sido totalmente hipnótico y mágico. Seattle me ha regalado un día frío de cielos azul intenso donde, como decía, todo parecía pasar lento. Lenta iba yo, caminando con mi uña del pie rota (un accidente de tango) y mi maleta de ruedas, preparada para recoger mis pertenencias. Siento decepcionaros, pero no he utilizado la típica caja de las películas: con tanta mudanza y tanto viaje a mis espaldas, he pensado que una maleta con ruedas y una bolsa grande eran lo mejor.



La última mañana en la oficina ha empezado con un picoteo de Halloween en el que he probado mil guarradas, algunas caseras y otras no. Hoy es el día del año en el cual se perdona a los adultos que coman chucherías así que: ¿por qué no? Me ha venido bien, ya que en la fiesta he tenido la oportunidad de despedirme de mucha gente.




El resto del día ha consistido en limpiar, entre despedidas, ambos ordenador y cubículo… dos años resumidos en un pendrive y una maleta, no ha sido tan malo como esperaba. De hecho, me ha sorprendido la cantidad de proyectos que he sido capaz de cerrar antes de irme. Me dejo un par de flecos, por supuesto, pero era de esperar.

Hoy me he fijado en todo: la última vez que utilizaría mi acreditación para que el ascensor subiese hasta el piso 14, la última vez que metería la clave para iniciar sesión en mi ordenador, la última vez que entraría en la cocina a prepararme un té… son curiosas las nimiedades que te pueden hacer anticipar la nostalgia. Como todo en esta vida, nada es como esperas: casi estaba llegando a casa y me he dado cuenta de que me había dejado la cena y un yogur en la nevera… así que he vuelto antes de lo previsto. Eso me ha hecho pensar que nunca se sabe, que no se puede dar nada por hecho.

Hay una tradición americana que me gusta mucho y creo que deberíamos adoptar más. Es algo tan simple como dar tarjetas por cualquier ocasión: cumpleaños, despedidas, nacimientos de hijos, éxitos profesionales, para dar las gracias… Hoy me han dado una tarjeta y, aunque la esperaba, no he sido capaz de leerla en la oficina. Sabía que iba a llorar y no me lo podía permitir, necesitaba toda mi energía y claridad mental para terminar las cosas, así que voy a leerla ahora.

Es una tarjeta de Winnie the Poo donde todos los animales del bosque dicen frases como: “te echaremos de menos”, “mantente en contacto”, “¿puedo ir contigo?” “Va a llegar el otoño sin ti, es lo que pasa cuando la luz del sol se va”. Menos mal que no la he leído en la oficina… llorando a moco tendido estoy (literalmente, 4 clínex he necesitado), la verdad es que me hacía falta un desahogo, creo que hacía meses que no lloraba de esta manera. Es curioso cómo, aunque sabes que la gente te quiere, a veces hace falta que te lo digan para ser consciente de ello. Me hace gracia que casi todos los que firman (7 personas) destacan que les he alegrado y que he llevado energía positiva y buen rollo a la oficina. Que en Seattle te digan que eres como el sol es el mejor cumplido que pueden hacerte, creedme. No voy a defraudarles, seguiré en contacto como me han pedido. Me alegra mucho saber que nos esperan aventuras tipo camping o viajes por carretera, fiestas, eventos típicos de Seattle y demás cosas por hacer.



Aprovecho para escribir un agradecimiento especial para Laura y Ashley: sin vosotras habría sido casi imposible comenzar aquí, duro continuar y sin lugar a dudas mucho más aburrido y solitario. Soy muy afortunada de teneros, sabéis que me tenéis para siempre.

Ay, lo dejo ya, que lloro otra vez… Como decía al principio, seguiré pudiendo ver a aquellas personas que pasaron de ser compañeros de trabajo a buenos amigos. Es más, veré más a menudo a personas del hospital de niños con las que tengo muchas ganas de empezar a estar al 100% y que, quien sabe, a lo mejor en dos años son las que me hacen llorar.

2 de noviembre
Hoy hace dos años que empecé a trabajar en la Universidad de Washington. Hace justo siete que empecé a hacer mi tesis. El lunes comienzo mi trabajo en el Hospital de Niños de Seattle. Parece que noviembre es un mes de cambios para mí, hay muchos ciclos que se cierran y otros nuevos que comienzan. En Ciudad Esmeralda todo es más patente: las horas de luz disminuyen por días, las hojas caen en masa al suelo y las temperaturas descienden de forma casi vertiginosa.

No puede haber, por tanto, mejor momento para escaparme de ella. Casi hago la maleta bailando solo de imaginarme ese bañador puesto y la arena de la playa dificultándome caminar con las chanclas. Me muero por notar un poco de sol sobre mi piel, por oír las olas del mar rompiendo a mi vera y poder relajarme. No lo he dicho, pero me voy de conferencia a Florida.

Han sido unas semanas duras con el cambio de trabajo y me merezco esto, me lo merezco totalmente. No sé hasta qué punto podremos tomar el sol, ya que llegamos casi a las 12 de la noche, el congreso empieza a las 7.30 de la mañana del día siguiente y dura hasta bien entrada la tarde. Aun así, no pierdo la esperanza de poder comer al solecito, disfrutar de las vistas desde mi habitación y dejar que mis músculos se derritan en el jacuzzi por la noche. Creo que necesito esto para poder cambiar de perspectiva en condiciones. Y también para conocer a Barbara, otra chica que empezó su beca postdoctoral poco antes que yo.

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Uno de mis placeres culpables al volar es pedir un gingerale. Nunca lo pido en otras circunstancias y creo que me sabe mejor por ese mismo motivo: lo tengo asociado a esto que tanto me gusta, volar. Sí, vuelvo a las andadas y hago a mi iPad testigo y guarda de mis pensamientos. Mientras las burbujas me hacen cosquillas en la nariz, un atardecer morado precioso y la luna llena asomando me dicen que esta escapada al otro lado del país va a ser genial, y yo me lo creo.



3 de noviembre
Nos hemos saltado la primera conferencia porque necesitábamos dormir... y me alegro. La habitación del resort está bien pero no hace justicia al dineral que vale: el agua de la ducha no sale con mucha presión, no hay casi enchufes y los amenities no son nada del otro mundo pero bueno, la verdad es que el resort está muy bien localizado y la comida es muy buena. Las conferencias están interesantes por ahora.



El congreso tiene lugar en Amelia Island, una isla al norte de Florida, cerca de Jacksonville. Esta zona de Estados Unidos no se parece en nada al noroeste del Pacífico, donde se encuentra Seattle. Aquí hay mariposas enormes y gecos (una especie de lagartijas pequeñitas), ah y hormigas y mosquitos, a los que obviamente he servido de cena. Estos días tenemos cielos azules y 25 grados mientras en Seattle nieva.



9 de la noche
El día no ha hecho más que mejorar: la última actividad programada ha consistido en un coctel de bienvenida, en el que por cierto los vinos eran españoles. Allí he hecho varios contactos de los que estoy segura que saldrán colaboraciones. Para terminar, hemos ido a una hoguera en la playa donde hemos asado s'mores y esta vez los he probado con Reeses (las famosas tartaletas de crema de cacahuete cubiertas de chocolate) en lugar de con chocolate.

El momento más mágico ha venido al final... como hacía tan buen tiempo, Barbara y yo hemos ido a dar un paseo por la orilla. He metido los pies y la temperatura de agua era perfecta, la luna brillaba enorme y redonda por encima de mi cabeza y el agua negra y opaca, en lugar de darme miedo, me invitaba a sumergirme en ella. Vislumbré una especie de isla, un montículo de arena que sobresalía unos metros más allá y me sentí impulsada a llegar hasta él. Me remangué la falda y empecé a caminar por el agua, cuya corriente no dejaba de empujarme. Allí, en esa montaña de arena de la costa del Atlántico Norte me sentí, por un momento, conectada con el universo. Lo que más me alegra es hacerme consciente de que esa experiencia, por insignificante que pueda parecer, la he tenido por atreverme, por no darle mil vueltas y dejar que los inexistentes monstruos marinos me asustasen, cosa que me habría sucedido hasta no hace mucho.

4 de noviembre
Me he levantado a las 6 de la mañana. Un sábado. Por trabajo. Vale, ahora ya puedo seguir con las cosas buenas sin sentir que os estoy dando demasiada envidia. El desayuno ha sido exquisito y las conferencias realmente me están dando otro punto de vista y varias ideas para investigar.

Tras una cena con conferencia incluida, me reúno con Barbara y nos disponemos a hacer una de las cosas que se nos habían quedado pendientes: probar el jacuzzi. Al ir a pedir toallas nos dicen que está cerrado, que lo volverán a abrir a la mañana siguiente. Y entonces hacemos lo que ni de lejos se me habría ocurrido a mí sola: meternos igualmente mientras nos escondíamos un poco con la esperanza de que no nos vieran. Al ser nuestra última noche, era en ese momento o nunca. Ya, estaréis pensando: "oohh, qué malotaa" pero para la niña buena que llevo dentro os puedo asegurar que fue todo un atrevimiento. Terminamos la noche con confesiones entre más s'mores a la orilla del Mar y haciendo la maleta para el día siguiente. Creo que van a ser dos años divertidos.



5 de noviembre
Tras otro opíparo desayuno y más ponencias, la conferencia termina y nos dirigimos al aeropuerto. No me creo que ya mañana empiece el trabajo, me parece mentira que esté pasando de verdad... que haya llegado el momento de adentrarme en este nuevo entorno que me hace ilusión y me da miedo a partes iguales. Tengo ganas de ver cómo será, de que la fantasía deje paso a la realidad.

Nuestro segundo vuelo va con casi dos horas de retraso debido a la nieve en el aeropuerto de destino. Me da mucha pereza pensar que aún debo llegar, hacer la colada, ducharme y prepararme para mañana. Me da pereza pensar en el día que me espera. Pero bueno, es lo último duro que me toca hacer en esta etapa de transición... después de esto, será momento de acomodarme a mi nueva rutina, paso a paso, a tener paciencia conmigo misma cuando me sienta torpe o ineficiente. Supongo que algunos retos consisten en saber frenar, en lugar de acelerar.

Y con esta reflexión os dejo, Soletes. En dos semanas os hablaré más del trabajo nuevo que, de momento, me está sorprendiendo bastante.

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