sábado, 11 de noviembre de 2017

62. Soplan vientos de cambio


“The future's in the air
I can feel it everywhere
Blowing with the wind of change”
Wind of change, Scorpions
29 de octubre de 2017
Hoy hace dos años justos que llegué a Seattle y no puedo evitar hacer balance, pensar en todo lo que he cambiado y en lo que significa para mí esta ciudad, que ya siempre estará en mi corazón. Me han dado las 3 de la mañana despierta, creo que es hora de reconocer que tengo un poco de ansiedad. No sé si es el nuevo trabajo que estoy a punto de comenzar, el ver que mi vida sentimental es un caos o que estoy completamente descontrolada con respecto a mis hábitos de vida. Hay muchas cosas en el aire, muchas cosas en juego y me percibo como un auténtico desastre. Me hace ilusión ver que empiezo el trabajo nuevo de verdad. En fin, será cuestión de respirar y sobrevivir. Seguro que al final hasta disfruto.

31 de octubre
Acaba un mes, una etapa, un trabajo. No me mudo, podré seguir viendo a mis amigos, incluso podré seguir quedando con ellos en los mismos sitios y trabajando en proyectos pendientes. Aun así, es innegable que algo ha cambiado… no sé qué es lo que pierdo pero vivo este momento como un pequeño duelo. Los sentimientos están a flor de piel y el día se me ha pasado lento, como si quisiera asegurarse de que pudiese prestar atención a todos los detalles que, en el futuro, recordaré con nostalgia.

Las hojas amarillas del otoño han hecho para mí una especie de baile al estilo de la bolsa de American Beauty, ha sido totalmente hipnótico y mágico. Seattle me ha regalado un día frío de cielos azul intenso donde, como decía, todo parecía pasar lento. Lenta iba yo, caminando con mi uña del pie rota (un accidente de tango) y mi maleta de ruedas, preparada para recoger mis pertenencias. Siento decepcionaros, pero no he utilizado la típica caja de las películas: con tanta mudanza y tanto viaje a mis espaldas, he pensado que una maleta con ruedas y una bolsa grande eran lo mejor.



La última mañana en la oficina ha empezado con un picoteo de Halloween en el que he probado mil guarradas, algunas caseras y otras no. Hoy es el día del año en el cual se perdona a los adultos que coman chucherías así que: ¿por qué no? Me ha venido bien, ya que en la fiesta he tenido la oportunidad de despedirme de mucha gente.




El resto del día ha consistido en limpiar, entre despedidas, ambos ordenador y cubículo… dos años resumidos en un pendrive y una maleta, no ha sido tan malo como esperaba. De hecho, me ha sorprendido la cantidad de proyectos que he sido capaz de cerrar antes de irme. Me dejo un par de flecos, por supuesto, pero era de esperar.

Hoy me he fijado en todo: la última vez que utilizaría mi acreditación para que el ascensor subiese hasta el piso 14, la última vez que metería la clave para iniciar sesión en mi ordenador, la última vez que entraría en la cocina a prepararme un té… son curiosas las nimiedades que te pueden hacer anticipar la nostalgia. Como todo en esta vida, nada es como esperas: casi estaba llegando a casa y me he dado cuenta de que me había dejado la cena y un yogur en la nevera… así que he vuelto antes de lo previsto. Eso me ha hecho pensar que nunca se sabe, que no se puede dar nada por hecho.

Hay una tradición americana que me gusta mucho y creo que deberíamos adoptar más. Es algo tan simple como dar tarjetas por cualquier ocasión: cumpleaños, despedidas, nacimientos de hijos, éxitos profesionales, para dar las gracias… Hoy me han dado una tarjeta y, aunque la esperaba, no he sido capaz de leerla en la oficina. Sabía que iba a llorar y no me lo podía permitir, necesitaba toda mi energía y claridad mental para terminar las cosas, así que voy a leerla ahora.

Es una tarjeta de Winnie the Poo donde todos los animales del bosque dicen frases como: “te echaremos de menos”, “mantente en contacto”, “¿puedo ir contigo?” “Va a llegar el otoño sin ti, es lo que pasa cuando la luz del sol se va”. Menos mal que no la he leído en la oficina… llorando a moco tendido estoy (literalmente, 4 clínex he necesitado), la verdad es que me hacía falta un desahogo, creo que hacía meses que no lloraba de esta manera. Es curioso cómo, aunque sabes que la gente te quiere, a veces hace falta que te lo digan para ser consciente de ello. Me hace gracia que casi todos los que firman (7 personas) destacan que les he alegrado y que he llevado energía positiva y buen rollo a la oficina. Que en Seattle te digan que eres como el sol es el mejor cumplido que pueden hacerte, creedme. No voy a defraudarles, seguiré en contacto como me han pedido. Me alegra mucho saber que nos esperan aventuras tipo camping o viajes por carretera, fiestas, eventos típicos de Seattle y demás cosas por hacer.



Aprovecho para escribir un agradecimiento especial para Laura y Ashley: sin vosotras habría sido casi imposible comenzar aquí, duro continuar y sin lugar a dudas mucho más aburrido y solitario. Soy muy afortunada de teneros, sabéis que me tenéis para siempre.

Ay, lo dejo ya, que lloro otra vez… Como decía al principio, seguiré pudiendo ver a aquellas personas que pasaron de ser compañeros de trabajo a buenos amigos. Es más, veré más a menudo a personas del hospital de niños con las que tengo muchas ganas de empezar a estar al 100% y que, quien sabe, a lo mejor en dos años son las que me hacen llorar.

2 de noviembre
Hoy hace dos años que empecé a trabajar en la Universidad de Washington. Hace justo siete que empecé a hacer mi tesis. El lunes comienzo mi trabajo en el Hospital de Niños de Seattle. Parece que noviembre es un mes de cambios para mí, hay muchos ciclos que se cierran y otros nuevos que comienzan. En Ciudad Esmeralda todo es más patente: las horas de luz disminuyen por días, las hojas caen en masa al suelo y las temperaturas descienden de forma casi vertiginosa.

No puede haber, por tanto, mejor momento para escaparme de ella. Casi hago la maleta bailando solo de imaginarme ese bañador puesto y la arena de la playa dificultándome caminar con las chanclas. Me muero por notar un poco de sol sobre mi piel, por oír las olas del mar rompiendo a mi vera y poder relajarme. No lo he dicho, pero me voy de conferencia a Florida.

Han sido unas semanas duras con el cambio de trabajo y me merezco esto, me lo merezco totalmente. No sé hasta qué punto podremos tomar el sol, ya que llegamos casi a las 12 de la noche, el congreso empieza a las 7.30 de la mañana del día siguiente y dura hasta bien entrada la tarde. Aun así, no pierdo la esperanza de poder comer al solecito, disfrutar de las vistas desde mi habitación y dejar que mis músculos se derritan en el jacuzzi por la noche. Creo que necesito esto para poder cambiar de perspectiva en condiciones. Y también para conocer a Barbara, otra chica que empezó su beca postdoctoral poco antes que yo.

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Uno de mis placeres culpables al volar es pedir un gingerale. Nunca lo pido en otras circunstancias y creo que me sabe mejor por ese mismo motivo: lo tengo asociado a esto que tanto me gusta, volar. Sí, vuelvo a las andadas y hago a mi iPad testigo y guarda de mis pensamientos. Mientras las burbujas me hacen cosquillas en la nariz, un atardecer morado precioso y la luna llena asomando me dicen que esta escapada al otro lado del país va a ser genial, y yo me lo creo.



3 de noviembre
Nos hemos saltado la primera conferencia porque necesitábamos dormir... y me alegro. La habitación del resort está bien pero no hace justicia al dineral que vale: el agua de la ducha no sale con mucha presión, no hay casi enchufes y los amenities no son nada del otro mundo pero bueno, la verdad es que el resort está muy bien localizado y la comida es muy buena. Las conferencias están interesantes por ahora.



El congreso tiene lugar en Amelia Island, una isla al norte de Florida, cerca de Jacksonville. Esta zona de Estados Unidos no se parece en nada al noroeste del Pacífico, donde se encuentra Seattle. Aquí hay mariposas enormes y gecos (una especie de lagartijas pequeñitas), ah y hormigas y mosquitos, a los que obviamente he servido de cena. Estos días tenemos cielos azules y 25 grados mientras en Seattle nieva.



9 de la noche
El día no ha hecho más que mejorar: la última actividad programada ha consistido en un coctel de bienvenida, en el que por cierto los vinos eran españoles. Allí he hecho varios contactos de los que estoy segura que saldrán colaboraciones. Para terminar, hemos ido a una hoguera en la playa donde hemos asado s'mores y esta vez los he probado con Reeses (las famosas tartaletas de crema de cacahuete cubiertas de chocolate) en lugar de con chocolate.

El momento más mágico ha venido al final... como hacía tan buen tiempo, Barbara y yo hemos ido a dar un paseo por la orilla. He metido los pies y la temperatura de agua era perfecta, la luna brillaba enorme y redonda por encima de mi cabeza y el agua negra y opaca, en lugar de darme miedo, me invitaba a sumergirme en ella. Vislumbré una especie de isla, un montículo de arena que sobresalía unos metros más allá y me sentí impulsada a llegar hasta él. Me remangué la falda y empecé a caminar por el agua, cuya corriente no dejaba de empujarme. Allí, en esa montaña de arena de la costa del Atlántico Norte me sentí, por un momento, conectada con el universo. Lo que más me alegra es hacerme consciente de que esa experiencia, por insignificante que pueda parecer, la he tenido por atreverme, por no darle mil vueltas y dejar que los inexistentes monstruos marinos me asustasen, cosa que me habría sucedido hasta no hace mucho.

4 de noviembre
Me he levantado a las 6 de la mañana. Un sábado. Por trabajo. Vale, ahora ya puedo seguir con las cosas buenas sin sentir que os estoy dando demasiada envidia. El desayuno ha sido exquisito y las conferencias realmente me están dando otro punto de vista y varias ideas para investigar.

Tras una cena con conferencia incluida, me reúno con Barbara y nos disponemos a hacer una de las cosas que se nos habían quedado pendientes: probar el jacuzzi. Al ir a pedir toallas nos dicen que está cerrado, que lo volverán a abrir a la mañana siguiente. Y entonces hacemos lo que ni de lejos se me habría ocurrido a mí sola: meternos igualmente mientras nos escondíamos un poco con la esperanza de que no nos vieran. Al ser nuestra última noche, era en ese momento o nunca. Ya, estaréis pensando: "oohh, qué malotaa" pero para la niña buena que llevo dentro os puedo asegurar que fue todo un atrevimiento. Terminamos la noche con confesiones entre más s'mores a la orilla del Mar y haciendo la maleta para el día siguiente. Creo que van a ser dos años divertidos.



5 de noviembre
Tras otro opíparo desayuno y más ponencias, la conferencia termina y nos dirigimos al aeropuerto. No me creo que ya mañana empiece el trabajo, me parece mentira que esté pasando de verdad... que haya llegado el momento de adentrarme en este nuevo entorno que me hace ilusión y me da miedo a partes iguales. Tengo ganas de ver cómo será, de que la fantasía deje paso a la realidad.

Nuestro segundo vuelo va con casi dos horas de retraso debido a la nieve en el aeropuerto de destino. Me da mucha pereza pensar que aún debo llegar, hacer la colada, ducharme y prepararme para mañana. Me da pereza pensar en el día que me espera. Pero bueno, es lo último duro que me toca hacer en esta etapa de transición... después de esto, será momento de acomodarme a mi nueva rutina, paso a paso, a tener paciencia conmigo misma cuando me sienta torpe o ineficiente. Supongo que algunos retos consisten en saber frenar, en lugar de acelerar.

Y con esta reflexión os dejo, Soletes. En dos semanas os hablaré más del trabajo nuevo que, de momento, me está sorprendiendo bastante.

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