domingo, 29 de enero de 2017

42. Reflexiones amargas sobre un mundo que no entiendo

Cada vez leo con más frecuencia en las redes sociales publicaciones que empiezan diciendo “Yo no suelo hablar de política ni compartir publicaciones sobre estos temas pero…”. Pues bien, hoy me toca a mí. Esta tormenta ha desbordado mi vaso.
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Resulta difícil concentrarse, resulta difícil relajarse. Cuando se hizo público el resultado de las elecciones no pensé que fuese a ser para tanto, sinceramente. Desde mi ignorancia, o inocencia, creí sinceramente que un solo hombre no podía tener tanto poder: existe un congreso, un senado, un sistema democrático con sus leyes. Pensé, por tanto, que este señor, como “buen” hombre de negocios se limitaría a vender humo y después buscaría soluciones conciliadoras, más conservadoras que su precedente, para estar a bien con todos. Cuánto me equivocaba.

Al día siguiente, antes incluso de investirle ya cundió el pánico. Inmigrantes que dejaron de ir a trabajar porque no sabían si tenían que volver a su país para no ir a la cárcel, personas llorando, personas con crisis de ansiedad… y yo alucinando de lo sensible que era la gente aquí, pensando que habían dejado que el pánico cundiera y que eso era todo. Había una oposición para frenarlo, unos derechos humanos que respetar y una reputación de país del primer mundo, abierto y moderno, que cuidar así que no podía haber tantos cambios. Me equivocaba otra vez.

Con curiosidad y sorpresa observé la investidura de aquel también conocido como Mr. Cheeto (por su discreto tono de piel) y las grandes diferencias con su predecesor en la actitud, el trato a su esposa, etc. Tras eso y, literalmente, de la noche a la mañana empezaron las Órdenes Presidenciales absurdas y las protestas. Tiroteos aquí en Seattle, en el campus de una de las Universidades más liberales del país. Odio, muchísimo odio: a los de otras razas, otros países, otras religiones, otras orientaciones sexuales… odio a lo diferente, a lo que no se conoce o no se entiende. Sí que creo que esto no ha surgido de la nada, que estas personas ya pensaban así antes, pero sin duda se han enaltecido y empoderado. Y cuando la cosa empezó a salpicar a personas de verdad, a personas que conozco, y me consta que son buenas, el pánico me salpicó un poco a mí. 

Mi decepción y sorpresa llegaron al ver, como decía, todos los comentarios cobardes volcados desde el anonimato de Internet, denotando una ignorancia y un egoísmo absolutos con argumentos tan sólidos como “Que se vayan, son todos terroristas”. ¿Cómo podía ser que hubiera foros y grupos en internet destinados a fastidiarles la vida a otras personas sólo por ser diferentes? Me entristece, y mucho, pensar que todos esos esfuerzos, toda esa energía y capacidad de organización podría ser mucho mejor empleada para hacer el bien. Me cuesta tanto comprender qué hay en la cabeza de esas personas: ¿tan vacías están sus vidas que no tienen otra cosa que hacer que meterse en las de los demás?, ¿de verdad creen que son superiores y tienen el derecho de insultar, atacar y hacer daño a otros?

Algunas promesas presidenciales ya son realidades. Por ejemplo: prohibir la entrada al país de personas de países mayoritariamente musulmanes, inmediatamente y porque sí, incluidas personas con residencia permanente, personas que estaban aquí labrándose un futuro y ayudando a levantar el país (incluido el científico que iba a investigar sobre cardiología en Harvard, ese que quizás podría haberle salvado la vida si algún día le da un infarto) y que ahora no pueden entrar (o que no se atreven a salir por si les pasa lo mismo), construir un oleoducto que dañará al medio ambiente y beneficiará a sus empresas, pretender que México pague por el dichoso muro, suspender el programa de planificación familiar… Puedo entender que por tus creencias o por tu cultura estés en contra del aborto pero ¿qué sentido tiene eliminar un servicio cuya labor consistía en un 95% en ofrecer métodos anticonceptivos y prevenir las enfermedades de transmisión sexual (el 5% sí que tenía que ver con el aborto pero no usaba dinero público)?. ¿Qué se supone que pretende hacer cuando se encuentre con un montón de chicas embarazas y muchas personas con SIDA, hepatitis, etc.? Porque el Obama Care también lo ha quitado… y el español de la web de la Casa Blanca, y ha censurado a muchos científicos, y ha aprobado la tortura como método para los interrogatorios, y… Y lo peor es que hay muchas personas que lo aplauden y a las que les parece muy bien que haya hecho todo eso. En fin, que miedo me da lo que pueda pasar.

En medio de toda esta maraña, de levantarme y acostarme con noticias que me tienen meneando la cabeza con desaprobación y frunciendo el ceño cada dos por tres, hay también personas organizándose para intentar que se recupere el sentido común. No hablo de las protestas violentas ni de los otros tiroteos que ha habido. No me convence el argumento de que si no usamos la violencia no nos van a oír y bla bla bla, si juegas a su juego, ellos ganan. Nada que se consiga por la fuerza se mantiene mucho tiempo. Hay que organizarse, sí. Hay que alzar la voz, sí. Pero no hay que perder los valores por el camino, o al menos yo no estoy dispuesta. A lo mejor soy una ilusa, a lo mejor algún día me arrepiento, pero sigo creyendo que una resistencia pacífica es posible.

Perdón por la divagación. Lo que decía, que en medio de todo este caos hay protestas que han hecho historia, como la marcha de la mujer (con 0 detenidos en todo el país). Ayer empezaron a concentrarse miles de personas en los aeropuertos pidiendo libertad para los detenidos que son inmigrantes legales, y aún hoy lo siguen haciendo (hace un rato, sin ir más lejos ha pasado una manifestación por delante de mi casa). La cuestión es que hay abogados voluntarios defendiendo a los que intentan deportar y un juez federal ha conseguido poner la orden sobre la inmigración en suspenso.  

Os estaréis preguntando que, si tan bien me parecen estos movimientos, qué hago yo para apoyarlos, que por qué no he ido a los aeropuertos, etc. Me lo planteé fugazmente pero alguien recomendó por las redes sociales que solo fueran los ciudadanos estadounidenses porque allí habría policía federal y si detenían a algún no ciudadano podrían solicitar cambiar el estatus de su visado… a lo mejor fui egoísta, pero decidí no correr el riesgo. Ni ese ni el de que te peguen un tiro por tener la mala suerte de estar en medio. Mi respuesta, por tanto, es esta: contarle al mundo mi humilde opinión sobre lo que está pasando desde esta, que es mi ventana. Quizás me juegue más incluso, porque no soy un bulto anónimo en una manifestación, soy una persona con nombre y apellidos, quizás esto no sirva para nada, quizás nadie siga leyendo ya estas líneas interminables. Pero tenía que decirlo, tenía que alzar la voz a mi manera, de forma que los que no hablan inglés puedan enterarse de lo que pasa: aquí se están cometiendo injusticias y vulnerando derechos humanos.

Yo de momento no tengo de qué preocuparme, pero tampoco lo tenían todos los residentes legales que se fueron a casa a visitar a sus familias o salieron del país por negocios y a la vuelta se encontraron con que no podían entrar (ni ver a sus seres queridos de aquí, volver a casa con sus mascotas, etc.) en este país, que tampoco es perfecto, en el que habían decidido vivir. En menos de una semana estaré volando a San Francisco para mi entrevista, espero que se hayan calmado los aeropuertos para entonces… hace unos meses me habría parecido ciencia ficción tener que estar planteándome esto. Esto, o que como finalmente decidan quitar el visado de trabajo se puede truncar mi sueño de seguir creciendo por aquí.

En fin, Soletes, ya sé que el tono de este post no se relaciona con el del resto. No son unas fotos bonitas o unas vivencias que me dejan sorprendida y maravillada. Creo que lo feo también hay que narrarlo, después de todo, también forma parte de mi experiencia en Ciudad Esmeralda. Volveré con más novedades cuando pueda.

Gracias por leerme.

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2 comentarios:

  1. Yo también pensaba que las amenazas de la campaña electoral no llegarían tan lejos, pero....lamentablemente nos equivocamos.

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