sábado, 9 de diciembre de 2017

64. “Thanksgiving 3.0: Camino de Oregón”


Mi primer Acción de Gracias, Soletes, fue muy especial. Estaba recién llegada a Ciudad Esmeralda, descubriendo asombrada la cultura y las tradiciones estadounidenses (lo podéis recordar aquí). Mi segundo Acción de Gracias también lo fue, me parece mentira que haga ya un año que hiciese una comida-cena improvisada en Santa Mónica con Ray, que por aquel entonces estaba en Los Ángeles (pinchad aquí para leer sobre ese viaje). Este año también ha sido especial: Ashley me había invitado a pasarlo con ella en la casa de su familia, en Portland y como nunca había visitado el Estado de Oregón y estaba en mi lista, decidí ir un par de días extra y conocerlo.

La cena sería el sábado, porque una de sus hermanas está haciendo la residencia de medicina y tenía el jueves (cuando se celebra de verdad) de guardia. Ella se iba antes, por lo que me vi el mismo jueves montada en un tren “Camino de Oregón. 

A veces se me olvida que estamos en el far far west… en inglés esta película se llama “the way west”, algo así como “camino al Oeste”

Jueves
Al final me llevo el portátil… Quería que esta hubiese sido mi escapada de desconexión, mi fin de semana tranquilo y con tiempo para mí ya que en Navidades soy consciente de que estaré rebotando por la geografía española como una pelota de ping-pong. En fin, supongo que no se puede tener todo: aún no llevo un mes en el nuevo trabajo y tengo mucho que demostrar… Además, no sé si os lo he dicho: en un par de semanas estaré oficiando la boda de dos buenos amigos y aunque es un honor, me tiene un poco intimidada, así que quiero prepararme bien. Sea como fuere, sacaré ratitos de ocio.

Al notar las gafas tirantes en las orejas, he sido consciente de cómo se me ha cambiado la cara al ver el tren que me llevaría a Portland. Puede que esté enamorada de viajar y por eso no puedo evitar la sonrisa tonta... En fin, cargada a mi pesar con el ordenador, una maleta de mano y una mochila pequeña me dirijo a mi asiento dispuesta a emprender esta aventura de tres días y medio.

Qué bonito es el paisaje… casi me da pena que sólo sean cuatro horas de camino.

Al llegar, lo primero que me sorprende de Portland es que la forma de salir de la estación es cruzando las vías del tren, sin barrera ni nada… más tarde compruebo que es práctica habitual a lo largo de toda la cuidad. Supongo que la gente está acostumbrada y no hay accidentes. Casi al llegar a la parada del cercanías que me lleva a mi alojamiento, me arrepiento de no haber cogido un Uber; el pensamiento de “Pero no seas floja, ¿dónde está tu espíritu aventurero? venga, que te ahorras casi 20 dólares” que me animó a coger el cercanías se transformó en “Jolín, que es de noche, vas con la maleta, por una ciudad que no conoces y estás cansada… mala decisión”. Casi me tengo que dar la razón en lo segundo: en menos de 5 minutos me piden dinero dos indigentes… no me da demasiado miedo porque me he juntado con un grupo de seis personas que también espera al tren, pero aun así no puedo evitar ponerme tensa.

Llego a la parada donde tengo que bajarme y doy gracias a que no se baja nadie raro conmigo ni hay nadie en la estación. Lo que en el mapa de Google parecían 13 minutos de ir en línea recta por un barrio residencial, se convierten en más de 20 de arrastrar la maleta por calles oscuras y mal pavimentadas, gasolineras y otros negocios de polígono industrial. Ignoro a la gente rara con la que me cruzo y rezo porque no decidan que sería buena idea robarme el portátil. Un cocinero a tamaño real cuya mano “me apunta” me pega un buen susto hasta que me doy cuenta de que sólo es una más de las múltiples figuras decorativas de jardín que se acumulan en un establecimiento cerrado. Me río por dentro al tener un deja vu de mis primeros tiempos en Seattle cuando, literalmente, me asustaba hasta de mi sombra. Supongo que es la tensión por lo desconocido… a día de hoy me sé (más o menos) los barrios de Seattle y por uno así no pasaría sola andando de noche, ni de broma.

Tras abandonar la calle principal tengo que ir por carriles de tierra oscuros, sin aceras y con charcos, arrastrando la maleta… uso la linterna del móvil para ver algo y finalmente llego a la casa. Ahí la aventura continúa: tras encontrar la llave escondida en un candado con combinación, consigo abrir la puerta tras descifrar que la misma llave se usa en dos cerraduras distintas que abren en direcciones opuestas (ahí doy gracias a mis horas de videojuegos de la infancia). Subo la maleta a pulso por las escaleras enmoquetadas y por fin, puedo sentir que estoy sana y salva. La habitación está bien pero comparto baño con el hijo del dueño cuando en el anuncio ponía que era individual sorpresas de AirBnB. Aparte, esto está en la quinta puñeta, ahora entiendo que fuese tan barato, menos mal que llevaba un sándwich… a ver quién sale de aquí ahora a comprar la cena.



Aquí tenéis una foto del camino a la casa que saqué por la mañana, para que veáis que no exagero.

Este era el barrio
No tengo remedio… iban a ser 3 días y medio para mí, para no hacer nada… y ahora veo que he perdido el primero trabajando y viajando, que los dos últimos estaré con Ashley y que, por tanto, solamente me queda un día en el que quiero ver todo Portland, trabajar, y descansar… pues lo veo difícil, la verdad. A ver cómo me organizo.

Viernes
Hoy quiero explorar la ciudad e ir a varios sitios emblemáticos que me han recomendado... pero voy sin agenda cerrada, solamente me he apuntado a un walking tour (unas rutas guiadas de 2-3 horas que se hacen a pie) por la tarde para no perderme los esenciales. 


Aquí tenéis una creación del área de turismo donde te dicen todo lo que puedes hacer en función de tus gustos, la verdad es que está graciosa la idea.

Conforme pasa el día, voy conociendo mejor la ciudad. Su apodo es “La cuidad de las rosas” porque tienen rosas todo el año. La gente tiene un rollo parecido al de Seattle pero, en general, van con menos prisas y son un poco más cutres vistiendo. Aquí también huele a marihuana… aunque no es legal. Ah, y son muy ecológicos ellos y súper modernos (puedes pagar el bus con el móvil, por ejemplo, sin tener que bajarte una app especial). Su historia es mucho más oscura que la de Seattle… también se erigió en medio de la conquista del Oeste y sus principales negocios durante la fiebre del oro consistieron en prostitución y venta de alcohol… pero ellos además tenían unos túneles que daban al puerto donde se dice que había quien hizo fortuna secuestrando marineros y vendiéndolos a patrones de barco que iban hacia Shanghái, por lo que llamaron a esta práctica “Shanhaiing”


Lo primero que hago es ir a tomar el brunch a un sitio que me han recomendado. Me sorprende lo barato que es comparado con Seattle, pero no admiten reservas y tengo que esperar 45 min para terminar sentándome en la barra… por lo visto es lo común. La comida está riquísima y el ambiente está muy chulo. Merece la pena. Al pagar descubro otra cosa interesante: no sé si es cosa del Estado de Oregón o de ese restaurante en concreto, pero te piden que especifiques dos propinas: una para la cocina y otra para los camareros.

Para empezar pedí uno de sus famosos donuts de batata y chocolate
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El tour guiado ha estado bien, hemos recorrido el centro de la ciudad y nos han explicado curiosidades varias. Casi mejor os las resumo acompañándolas de sus correspondientes fotos:


Esta es Portlandia, estatua que pretendía ser símbolo de la ciudad. El autor pidió derechos de imagen y, como consecuencia, no hay nada sobre ella (tazas, camisetas imanes…) por lo que nadie la conoce.


Este es un icónico teatro de la ciudad, en cuyo ascensor se rodó una de las escenas más emblemáticas de 50 sombras de Grey.


El nombre de la ciudad se decidió lanzando una moneda al aire… esta es la moneda.


Para finalizar os presento la maravilla local que tiene el Record Guinness al parque más pequeño del mundo. No es más que un alcorque normal y corriente que está en medio de la carretera… pero tiene historia. Cuando construían la cuidad, dejaron un boquete en medio de la carretera. Un periodista local, tras preguntar varias veces si iban a taparlo y no obtener respuesta, decidió tomar cartas en el asunto y hacerlo por sí mismo. Plantó unas flores y declaró en su periódico que era el parque más pequeño del mundo. A raíz de eso se ha convertido en un símbolo de la cuidad que a veces tiene como inquilinos playmobils, barbies u otros habitantes.

Desde luego que se esfuerzan por hacer justicia al lema de la cuidad “Keep portland weird” (mantén Portland raro).

Para terminar el día, he ido a Powell City of Books y es enooorme. Me he pasado un par de horas y no la he conseguido ver entera… Era de esperar, ya que es la librería más grande de Estados Unidos. Me he ido porque entre la espera en el sitio del brunch y el tour estaba harta de estar de pie. Ah, en este Estado no hay impuesto de venta (IVA) así que las cosas son un poco más baratas. Y, por supuesto, he tenido que aprovecharlo…




Otras cosas curiosas respecto al transporte son que no te puedes echar la gasolina tú mismo, sino que tiene que ser un trabajador de la gasolinera y que no puedes parar un taxi por la calle, tienes que pedirlo por teléfono (por lo visto tenían problemas con gente que subía y luego no quería pagar, así que ahora te obligan a dar tus datos antes).

Estaba tan cansada que no he querido ni buscar dónde comprar comida. He vuelto a la casa, he picado unos tomates cherrys que me quedaban, anacardos, atún y piquitos. Menos mal que venía preparada.

Sábado
El sábado por la mañana me recogió un amigo de Ashley y fuimos a su casa. Tal como ocurrió el primer año, me parece que son una familia ideal en una casa ideal: todos con carreras brillantes, muy monos, y allí currando desde las 12 de la mañana para que la opípara cena para 16 personas esté lista para las cuatro de la tarde. Todo se sucede como un ballet en el cual unos cortan las verduras, otros las colocan en bandejas, otros comprueban la temperatura del horno, se encargan de la salsa o trinchan el pavo con la sincronización perfecta para no meterse en el área de trabajo del otro (la gran cocina con isla central ayuda, la verdad…) y para que nada se enfríe antes de tiempo. Contrario al ambiente que a veces se vive en las fiestas de este tipo, todo se hace con calma, disfrutando de la conversación, aprovechando para saborear la primera copa de vino y comenzando a degustar los aperitivos que van saliendo primero. Entonces lo entendí: la cena empieza a las cuatro, la celebración, el momento familiar, empezaba a las 12.

¿dije pavo? Podéis llamarle señor don pavo mejor


Me dejaron encargarme de las servilletas y me hizo mucha ilusión

Antes de comenzar con la cena, tan variada como deliciosa, se leyeron unos textos de agradecimiento muy bonitos. Una vez hubimos terminado, entre todos fuimos llevando cosas a la cocina y recogiendo un poco. Luego jugamos al jungle speed y a Mascarade (un juego de mesa de esos de adivina quién es quién). Y como dos horas después pasamos a los postres (menos mal, porque si no creo que nadie habría probado bocado). Tras retirarse la mayoría de personas, los “jóvenes” (básicamente las hermanas de Ashley + parejas y yo) nos quedamos jugando a las cartas hasta casi media noche.



Domingo
Por la mañana pude trabajar un poco, luego comimos sobras (es tan divertido como las sobras de Navidad) y por la tarde visitamos una fábrica de cerveza artesanal.

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Termino este post desde el avión que me lleva a casa por Navidad, maravillada por una aurora boreal que he visto mientras sobrevolábamos Islandia y pensando que parece mentira que haga tres años que defendí mi tesis doctoral… parece otra vida llena de aventuras y sorpresas y ¿sabéis qué? Voy a hacer todo lo posible para que dentro de tres años lea esto y vuelva a sorprenderme de las cosas maravillosas que han pasado. Pero ahora es momento de tomarme un merecido descanso. Volveré en enero.

¡Felices fiestas y feliz 2018!

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domingo, 26 de noviembre de 2017

63. Totó, ahora sí que no estamos en Kansas


Hola Soletes, en el post de hoy os hablo de mi experiencia empezando a trabajar en el Hospital de Niños de Seattle. Como supongo recordaréis, llevo yendo allí una vez por semana desde hace casi dos años (en este post resumía las primeras impresiones que tuve por aquel entonces, ay parece otra vida) así que estaba convencida de que ya sabía lo que me iba a encontrar, que entendía los entresijos de la institución… pero me equivocaba, vaya si me equivocaba. A continuación, tenéis un resumen del primer atisbo de esta organización desde dentro. Pasen y lean.

6 de noviembre
Salgo de mi primer día de trabajo preguntándome si no he tenido un sueño extraño en el que todo transcurre dentro de un anuncio de Coca-Cola. He pasado unas ocho horas junto a otras 35 personas, que también empezaban hoy, realizando una especie de orientación laboral. La organización completa tiene casi 7.000 personas, así que no debería sorprenderme que un grupo tan numeroso comenzara en un día cualquiera del mes. El grupo se componía de personajes de diferentes perfiles: había desde enfermeras a jefes de servicio, personal de recursos humanos o finanzas, técnicos de laboratorio o investigadores postdoctorales.

En este mundo alternativo en el que todo es blanco y celeste y todos son tan excepcionales y sobresalientes en sus habilidades y buen hacer (casi dan miedo, vaya) que te hacen preguntarte qué haces tú ahí, tuvimos un maestro de ceremonias (porque aquello parecía un show más que una clase) que nos fue guiando por algunos de los datos del hospital, intercalando las explicaciones con vídeos: el presidente dándonos la enhorabuena por haber sido elegidos para formar parte de la empresa y hablándonos de la responsabilidad que ahora teníamos, vídeos típicos de campañas de recaudación de fondos con empleados felices y sonrientes, vídeos entrañables de pacientes agradecidos, etc.

Por tener, tuvimos hasta juegos: por equipos, tuvimos que definir qué eran para nosotros las palabras que componían el texto de misión y visión de la empresa, emparejar unas cifras con el concepto al que correspondían y luego tuvimos un concurso (con pulsadores y todo) en el que competíamos a ver qué grupo se sabía mejor el código de colores de las emergencias del hospital. La verdad es que también ha sido inspirador y entretenido, se han esforzado mucho en que no nos muriéramos de aburrimiento y absorbiéramos la mayor cantidad de información posible.


Detrás de las acreditaciones con las que accedemos a las instalaciones, y que debemos llevar puestas en todo momento, tenemos la “chuleta” por si dicen el color por megafonía para que sepamos qué es. Lo curioso es que los colores cambian de hospital a hospital…

Entre las cosas más interesantes que aprendí está la historia del hospital. La institución, que hoy se compone de miles de trabajadores encargados de atender el hospital en sí (donde se trata a los pacientes, con varios edificios), la parte de investigación (en la que trabajo yo) y la parte de fundación, encargada de recaudar fondos empezó con una sola persona. Anna Clise, una recién llegada a una Seattle que se había fundado hacía menos de 50 años, fundó en 1907 el hospital junto con 16 amigas a las que consiguió reclutar. Como muchas grandes hazañas filantrópicas, esta mujer fue motivada por la muerte de su segundo hijo (que tenía artritis reumatoide): al darse cuenta de que esta parte del país no tenía demasiados recursos para niños, decidió fundar un hospital infantil cuyo lema fuese “atender a quien lo necesite sin importar de donde viene (raza, religión o género) ni si puede pagar el tratamiento”. Estas mujeres comienzan a recaudar fondos en la comunidad, alquilan siete camas del entonces Hospital General de Seattle y consiguen algunos médicos que donan sus horas de trabajo para ellas.


Este es el logo original (cuando se llamaba Hospital Ortopédico Infantil), la verdad es que da un poco de miedo.

Tras más de cien años, el hospital, exclusivamente dirigido por mujeres hasta 2004, y altamente dependiente de donativos, ha ido creciendo hasta convertirse en lo que es hoy: centro de referencia para los estados de Washington, Wyoming, Alaska, Montana y Idaho, que sigue atendiendo gratis a familias sin recursos. Casi desde el principio aparecieron las “guilds”, palabra que no sé muy bien cómo traducir (supongo que asociación o cooperativa sería lo más correcto), básicamente son grupos de voluntarios que se reúnen para hacer actividades de recaudación de fondos que luego donan al hospital, hay 450 de ellas, con miles de miembros en total que han recaudado millones de dólares en conjunto.

La verdad es que me han impresionado, no tenía ni idea de que el instituto de investigación, que está afiliado a la Universidad de Washington, tiene sólo 11 años y está entre los cinco mejores de Estados Unidos. En concreto, mi grupo de investigación está considerado el mejor en mi campo… hola vértigo, aquí vamos otra vez. Además del prestigio, de lo moderno y bien estudiado de las instalaciones (todas pensadas para ser ergonómicas, eficientes, seguras, ecológicas y respetuosas con el paciente) que una de mis hermanas calificó como “la Disneylandia de los hospitales” cuando las llevé a visitarlo, cuidan mucho al empleado. Por ejemplo, en mi edificio (además de la típica cocina con varias neveras, microondas, cafeteras, etc.) hay un gimnasio gratis 24h y paraguas que te puedes llevar a casa si resulta que ese día llueve mucho. Como están preocupados por el medio ambiente, los problemas de parking y la salud de los empleados, además de tener una tarjeta de autobús con viajes ilimitados por el precio de lo que cuestan dos viajes, cada día que vas andando, en bicicleta o en autobús te dan incentivos económicos (unos 4€ si vas al centro de trabajo y 1€ si trabajas desde casa, hay flexibilidad siempre que a tu jefe le parezca bien). También te prestan una bicicleta si es el método que quieres usar o te reparan la tuya si se te rompe y te pagan un taxi un cierto número de veces al año si no has ido en tu coche y tienes alguna urgencia. Ah, y por ser empleado tienes descuentos en hoteles, viajes, compras online, el cine, la factura del teléfono... Se encantan ellos mismos y hacen por transmitirlo: me regalaron un bolígrafo, una libreta y un termo del hospital el primer día y por lo visto organizan varios eventos sociales para que los empleados se conozcan entre sí (por ejemplo, helado gratis en verano y café en invierno o un concurso, que ganó mi equipo, para ir a un scape room).

El contrapunto es todo el papeleo que hay que hacer, los mil cursos online sobre seguridad, privacidad, “hay que ser bueno con todo el mundo”, “qué hacer si viene un terrorista a tu oficina” y otras cosas igual de sorprendentes. Por ejemplo, para que te den el incentivo de transporte, tienes que indicar cada día cómo has ido a trabajar, para que te paguen tienes que confirmar que has ido a trabajar, etc. Ah, se me olvidaba, y tienes que decirles qué seguro médico quieres, si quieres plan de pensiones y otros jaleos varios en los que espero no haber metido la pata porque, siendo sincera, no he acabado de enterarme del todo.

9 de noviembre
Hacía tiempo que no estaba tan abrumada (no voy a decir cansada porque me repito más que el ajo) pero vaya intensidad de todo: de equipo, de infraestructura, de cosas por hacer… Barbara, la otra postdoc que empezó conmigo y con la que fui a Florida sigue siendo genial, de verdad que me alegro de tenerla en el equipo, me siento más tranquila y más fuerte con ella.

Hoy ha sido mi tercer día. De momento voy bien, luchando mucho conmigo misma para no exigirme demasiado y tener paciencia por no tenerlo todo listo para antes de ayer, pero voy viendo como poquito a poco voy solucionando cosas y todo va encajando. Objetivo para esta semana: paciencia. Tras llamar a emergencias ayer sin querer, tratando de contactar con los informáticos para decirles que no me funcionaban la mitad de las cosas, tuve un golpe de realidad y me di cuenta de lo diferente que es trabajar aquí con respecto a ser una “simple” voluntaria. Creo que nadie, salvo yo misma, esperaba que fuese a estar al 100% desde el principio, así que he de bajar mi listón o me va a dar algo.


Ya me voy haciendo un “hogar” laboral aquí. Este es mi cubículo. No se ve pero el otro "muro" es de cristal y puedes escribir con rotulador (es una chorrada, pero es algo que veía en las películas y siempre había querido hacer).

Objetivo para la siguiente semana: reunirme con todos mis nuevos compis y superiores y ver en qué podemos colaborar y planificar cómo integrar hábitos de vida saludables en mi rutina, que últimamente es un desastre. He dicho.

15 de noviembre
Me han dicho que estoy rompiendo las reglas… pero creo que no en el mal sentido. En la formación del primer día coincidí con Pamela, una chica americana cuya energía me encanta, que resulta que trabaja en mi misma planta. Habla español y dice que quiere practicarlo, así que vamos a empezar a hacer una “comida en español” una vez a la semana con un par de personas que están en la misma situación. Por lo visto eso es raro, eso de hacer migas con personas de otros departamentos no es algo habitual. Pero me da igual, en ninguna de las interminables normas que nos explicaron el primer día estaba eso escrito y no voy a mentir: me encanta romper las reglas que no están escritas, si no sería todo muy aburrido.

17 de noviembre
Otra semana superada, acabo de volver de un “happy hour” de seis horas… madre mía qué diferente es este ambiente, parece que se toman en serio lo de “work hard, play hard”, pero con el sueldo (que, por cierto, cobraré cada dos semanas) que aún no sé en qué consiste después de impuestos no sé yo si me va a dar para pagar los precios desorbitados de los cócteles que se sirven en Ciudad Esmeralda.

Parece que ya le voy cogiendo el truco a todas las chorradas burro-cráticas que hay que hacer, o al menos sé con quién hay que hablar si yo no tengo ni idea, pero soy consciente de que aún me queda mucho por andar. Me doy hasta final de año para estar integrada, creo que eso tiene más sentido.

Esta ha sido una semana agridulce. Por una parte estoy contenta: las reuniones han ido bien y los compañeros parecen muy abiertos y deseosos de colaborar. Por otra un poco triste: una de las postdocs, con las que he colaborado bastante, se vuelve a su país de forma repentina… como ya decía, en esta ciudad más vale que te prepares para los adioses inesperados, porque son muchos los amigos que se van casi sin avisar. Para terminar con un sabor más dulce, ha llegado a mi correo electrónico la guinda del pastel: la confirmación de que me aceptan una presentación en un congreso que tendrá lugar en California en Marzo (y aquí si presentas algo te pagan los gastos de viaje). ¿Y dónde? Nada menos que en el Hotel Disney, en Disneylandia (el original que fundó Walt Disney). Eso, Soletes, es poco menos que mi sueño de la infancia… lo que me hace, una vez más, pensar que la manera en la que los sueños se cumplen es muy muy rara, que nunca sabes hacia dónde te llevarán tus pasos pero seguro que el camino tiene sorpresas escondidas para recompensar tu esfuerzo. Prometo contarlo todo en el post correspondiente.

19 de noviembre
Mañana es lunes otra vez, y esta va a ser una semanita corta: el jueves es Acción de Gracias y he decidido que necesito un descanso. Me voy de Seattle, necesito un par de días en soledad, un tiempo conmigo misma, sin agenda ni objetivos, en los que pueda descansar, bajar el estrés y dejarme llevar. Sé que mi viaje a España y mis “vacaciones” de Navidad están a la vuelta de la esquina pero siendo realista también sé que de lo que se dice descansar tendré más bien poco tiempo. Así que este es mi momento, unas mini vacaciones en… en el próximo post os lo cuento.

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