Hola Soletes, ya estoy de vuelta con el post del domingo/lunes de manera
habitual. Se me hace raro volver a esta rutina tan poco “rutinaria” pero bueno,
poco a poco. Han pasado muchas cosas desde la última vez que escribí, son
muchas las sensaciones vividas tras volver por primera vez a casa y regresar de
nuevo a Ciudad Esmeralda. Voy a dividir esta experiencia en dos: esta semana os
hablo de cómo fue volver a casa (las expectativas, los miedos y lo que pasó de
verdad) y la semana que viene os hablaré del regreso a Seattle.
9 de marzo
Estoy inquieta. Supongo que la inminente vuelta a
casa tiene bastante que ver. Estoy preparando el viaje, los regalos para
llevar, intentando que no se me olvide nada, organizando la intendencia de lo
que me llevo o no, la quedada en Alemania en mi escala de camino, lo que tendré
que hacer de trabajo allí, lo que tengo que cerrar antes de irme, etc. No sé,
tengo la sensación de que hay muchas cosas de las que debo encargarme para que
todo salga bien, que hay una larga cadena de eventos que pueden derivar en que
algo no salga como estaba previsto, que se me pierda la maleta, que olvide
algún papel o no pague algo antes de irme y la líe.
Tengo algunos miedos raros: no parar de comer y engordar
un montón, que me dé mucha pena irme y no quiera volver, que quiera ver a todo
el mundo en tan poco tiempo y tenga mucho estrés, que al reentrar al país me
pongan algún tipo de problema, no acostumbrarme a la lluvia… Otro de mis
miedos es que vaya diciendo lo que pienso en voz alta y me lleve algún que otro
guantazo. El que no entiendan tu idioma tiene ciertas ventajas, te acostumbras
a hablar de temas más o menos privados en lugares públicos. Hoy recogiendo mi
mesa en el trabajo reflexionaba sobre lo siguiente: menos mal que las
limpiadoras no saben español, supongo que se asustarían si viesen mis post-it con mensajes como “meter el tiburón
en el armario”, como mínimo supongo que se cuestionarían mi salud mental. No,
no me he vuelto majara: cuando voy a las sesiones con el paciente tengo que
coger una llave (con un llavero de un tiburón) y guardarla después en una
especie de taquilla. Me pongo ese recordatorio para no llevármela a casa sin
querer.
18 de marzo
Ayer al intentar hacer la facturación para el vuelo,
la página web me decía que mi reserva no existe… mantengamos la calma, será que
mi nombre no cabe en el formulario o cualquiera de esas cosas que suelen
pasarme. Estoy en el Aeropuerto de Seattle-Tacoma: mi conductor de Uber se
perdió de camino a casa pero llegamos bien porque iba con tiempo. Al ir a
facturar no hubo problema con mi nombre, pero no me han podido asignar asiento y
no me han dado el billete hasta Barcelona... Se supone que tengo que preguntar
en la puerta de embarque.
Tras más de media hora para pasar el control
seguridad llego y embarco sin problemas. El vuelo va bien, si olvidamos que el
de al lado es un poco raro (se pasa el vuelo viendo películas infantiles muy serio
y rompe a reír en silencio para volver rápidamente a su estado anterior de cara
de póker) y que detrás tengo a una pesada que no me ha dejado reclinar el
asiento apenas y se apoyaba en él cada vez que se levantaba.
¿Os acordáis de Irene y Marian del post “Norte, Sur,Este y Oeste”? Pues como tengo una escala de siete horas en Frankfurt han
venido hasta aquí para verme. Fue todo un poco odisea: en las máquinas del aeropuerto
para comprar el billete de tren a la ciudad no se podía pagar con tarjeta y
pedían cambio exacto, así que tuve que ir a un oficina de turismo (que me costó
encontrar porque era blanca y roja y tenía el nombre en alemán) a que me
vendieran un billete en el que no ponía nada. Tras preguntar, encontré el andén
que era y me monté en el S9 rumbo a Hauptbahnhof. Casi me paso la parada, pues
en lugar de poner eso decía: “Frankfurt main HBF”… por una especie de intuición
me plantée que quizás HBF significara Hauptbahnhof y pregunté justo a tiempo de
bajar del tren mientras las puertas se cerraban. Fueron unas horas geniales:
paseamos, fuimos a un mercadillo y comimos en un restaurante griego mientras
nos poníamos al día (¡gracias, chicas!). Desde luego, una experiencia muy
diferente a haber pasado siete horas encerrada en una terminal.
8.30 de la tarde
Vaya viaje de locos, han pasado justo 24 horas desde
que salí de casa y voy por mi tercer vuelo, el último de esta aventura, el que
me dejará directa en brazos de los míos. Ese que casi no cojo...
El avión de Frankfurt ha tenido que aterrizar media
hora más tarde por no sé qué problema de mantenimiento en el aeropuerto de
Barcelona. En conclusión: tenía hora y media para desembarcar, coger la maleta,
ir hasta el autobús que conecta las terminales, llegar a la otra terminal,
facturar, pasar el control de seguridad y llegar hasta la puerta de embarque.
Con que alguna parte de la cadena tomase más tiempo de lo previsto, estaba
perdida. Por suerte la maleta salió pronto, así que la recogí volando y me fui
a la carrera a pillar el autobús. Un hombre delante de mí en la rampa que
bajaba a la zona de los autobuses con un carrito me impedía avanzar... Conseguí
ver cómo el autobús ya estaba en la parda y desee con todas mis fuerzas que no
se moviera de allí. Tanto lo desee que, una vez me hube subido, tardó aún unos
minutos en arrancar. Minutos durante los cuales empecé a valorar qué posibilidades
tenía si habían cerrado el mostrador y no podía facturar la maleta: pedir que
me la llevaran al día siguiente en otro avión, dejarla en una taquilla del aeropuerto
y recogerla a la vuelta, dejarla allí, quedarme yo con la maleta, dormir en el
aeropuerto y volver al día siguiente… Todas las opciones me parecían horribles
dado mi estado de cansancio físico y mental.
Sorprendentemente, llegué al mostrador 15 min antes
de que cerrara. Parecía que todo iba a salir a pedir de boca... Pero la cola no
avanzaba, casi se habían agotado los 15 cuando llegó mi turno. Fui la última
persona que atendieron (de hecho, al recoger mi maleta fue la primera en salir),
al resto de la cola los mandaron a no sé qué mostrador de última hora. Cuando
pensaba que ya podía relajarme, porque aún quedaba tiempo para la salida del
avión, me dice una chica de la aerolínea: “uy, corre que ya están embarcando”.
Corrí, literalmente, hasta el control de seguridad para descubrir una cola
enorme, nunca había visto tanto jaleo en el Aeropuerto de El Prat... Tras un
buen rato lo pasé sin incidentes (por cierto en los tres aeropuertos que he
visitado hoy he visto tres combinaciones diferentes de medidas de seguridad:
iPad y zapatos dentro o fuera de la mochila y quitados o puestos, no sé de qué
depende…). Una vez ahí descubrí que mi puerta de embarque estaba en la otra
punta de la terminal, al final del todo. Según mi móvil hoy he dado más de
20.000 pasos... Entre las carreras, los sustos y el no dormir, es normal que
esté cansada.
Corrí de forma intermitente porque me había bebido el
agua a la bulla antes del control de aeropuerto y me estaba dando flato. Estaba
todo apagado, silencioso y medio en obras, con esas cintas transportadoras de
personas que te ayudan a avanzar más rápido paradas. Esperaba que no fuese
porque ya se había ido el último vuelo del día... Pero no, al doblar la última
esquina del edificio, allí estaban: una cola de unas 60 personas esperando para
embarcar. ¿En serio? Qué exagerada había sido la chica que me dijo que
corriera... Pero bueno, era mejor así que al revés. Derrengada, me senté a
esperar que pasara la marabunta de personas y se me normalizara el pulso. Y
embarqué.
No recuerdo haber corrido tanto en mi vida, y no
olvidemos los casi 12km visitando Frankfurt, pero creo que saber lo que me
espera al otro lado me ha dado fuerzas... Me llega a pasar esto a la vuelta y
no sé qué habría sido de mí. Por suerte a la vuelta el vuelo sale tarde, tengo
una sola escala de 3 horas y luego me recogen.
A ver qué me depara esta semana... Llevo varios días
sonriendo sola nada más de pensarlo. De momento el reencuentro “frankfurtero”
me ha encantado.
2 de abril
Esto se acaba. He pasado dos semanas de ensueño, el
sabor de estar en casa no era un espejismo, la realidad ha sido mejor que el
recuerdo. No dejo de pensar en lo afortunada que soy de tener personas en mi
vida que dedican tanto esfuerzo a que yo sea un poco más feliz. El tiempo es
algo curioso, parece estirarse o encogerse a placer cuando se viven situaciones
intensas... Parece como si hubiese llegado hace un mes y al mismo tiempo como
si acabase de llegar. Han sido muchas emociones, sorpresas y vivencias. Desde
cosas sencillas como desayunar zumo de naranja natural y pan (de verdad) con
tomate, aceite y jamón serrano mientras el sol del Mediterráneo te da en la
cara, hasta sorpresas como que mi familia me hubiese preparado la cena de
Navidad para la noche de mi llegada (árbol de Navidad y Rosco de Reyes incluidos).
Pensaba que iba a ver esto muy diferente o que no me
iba a sentir cómoda con tanta interacción acostumbrada a la soledad pero no ha
sido así... Lo único que se me ha hecho raro es cruzar la calle con los
semáforos en verde (de verdad, tenía que pararme a ver si tocaba cruzar o no) y
el que no haya diferencia horaria (a lo mejor iba a escribir un mensaje y
pensaba: “espera, ¿allí qué hora es?”). Me ha alegrado mucho redescubrir lo que
ya sabía: que las buenas relaciones siguen intactas pese a la distancia.
Pero no todo ha sido bueno... Como mi prima me dijo
ahora tengo "piel de guiri", por lo que me quemo fácilmente (supongo
que es el precio a pagar por pasar 5 meses prácticamente a la sombra), mi melanina
dirá que después de tanto tiempo de huelga ahora no sale a escena. Eso es una
tontería en el fondo... Lo que me ha dado más penita son las personas que me he
dejado sin ver, los bebés que sé que nacerán y conoceré tarde, los peques que
crecen a la velocidad del rayo y los mayores a los que los achaques les pesan
más que antes de mi partida. Supongo que, por mucho que virtualmente esté, hay
cosas que sólo se aprecian con el contacto humano.
Por otra parte pienso que son dos años y que casi sin
sentir ha pasado medio... Así que en un par de suspiros más estaré de vuelta en
mi tierra. No es que mientras lo vaya a pasar mal, ya tengo un montón de planes
interesantes para 2016 que os iré descubriendo poco a poco.
Ahora me da miedo volver, no poder evitar comparar la
lluvia, la soledad y la comida sosa con lo vivido estos días... Por suerte mi
experiencia me dice que irse es lo más difícil. Llegar no lo es tanto cuando es
bueno lo que se encuentra al otro lado.
--------
Y volví. Y no fue tan malo, yo diría que casi genial. La semana que viene os
contaré la vuelta a este lado del arcoíris (con visitas a los campos de
tulipanes, nuevas fugas de agua y el regreso de Sam incluidos).
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Mucho ánimo con la semana y gracias por leerme.
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