sábado, 3 de diciembre de 2016

39. Un fin de semana “made in Hollywood”.

Hola Soletes,

Aquí vuelve esta descastada a contaros el puente que pasé en Los Ángeles. Con el viaje a Nueva York tengo una especie de “bloqueo creativo”, me gustaron tanto aquellos días que creo que tengo miedo de no poderlo plasmar en el papel como es debido… así que para que no me pase lo mismo, aquí van mis vivencias en esta ciudad que me ha dejado prendada.

Mariposas en el estómago al ver esto en el aeropuerto
Día 1
9 am
Levantarte con el sol entrando por la ventana, sol de verdad, no de ese que se filtra por las nubes. Estirarte ociosa sabiendo que tus planes para hoy son sorpresa y acurrucarte un rato a no hacer nada porque sabes que no hay prisa.

Desayuno en la cama y camino a conocer la Playa de Santa Mónica, la verdad es que Ray es un cielo y conmigo tiene el cielo ganado. Anoche me invitó a cenar y paseamos por su barrio: Westwood.

¿Se puede ser más bonito?

LA dista un poco de cómo me la imaginaba, al menos de momento... aunque me han dicho tantas cosas de ella que ya no sé qué pensar. Con 8 millones de habitantes, los mismos que el estado de Washington completo, es la segunda ciudad más grande de Estados Unidos (y la tercera más cara). Poco más conozco: que se ruedan todo tipo de películas, que es la casa de la UCLA, que hay mucho tráfico y que todo está lejos. La luz es preciosa, eso es verdad, desde el avión me impresionó el atardecer rosa fucsia y cómo justo antes de aterrizar parecía que había una manta dorada y densa que escapaba entre las nubes.

Al contrario que Seattle, no me impresionó su Skyline cuando llegué. Parece que la ciudad es bastante llana. Una vez hube aterrizado, era curiosa la sensación de estar en una novela sudamericana por la cantidad de gente hablando en español, los gestos y la indumentaria.

Luces navideñas de colores, un campus señorial y unas instalaciones deportivas impresionantes terminaron de darme la bienvenida a la ciudad. Me sorprendió que el oso, la mascota de aquí diera tanto miedo... Harry el Husky (la mascota de la Universidad de Washington) es mucho más dulce, pensaba que las mascotas debían ser adorables por definición.

Otra cosa que me sorprendió es que aquí se pueden cruzar las intersecciones en diagonal, hay como una cruz en medio, con lo que no tienes que esperar a que se ponga el semáforo dos veces. Me dejó impactada lo altas que eran algunas palmeras y me pregunté cómo harían los directores para meterlas en los típicos planos en los que los protagonistas conducen un coche por esas calles (supongo que cuando empezó la industria del cine, hace ya varias décadas sería más fácil porque las palmeras serían mucho más bajas). Y lo caro que es todo (más que en mi querida Ciudad Esmeralda). En fin, allá vamos a por mi primer día completo en Los Ángeles que además coincide con Acción de Gracias.

9 pm
Estoy exhausta, hemos andado unos 17 km y casi la mitad con los pies metidos en el agua. Se me han rozado los muslos de tanto andar en bañador y de la sal... pero ha merecido la pena. Ray dice que soy una princesita… no le falta razón.

Venice es otro mundo: artistas callejeros, deportistas, hippies, tatuadores, vendedores ambulantes y turistas convivían en armonía por el paseo. Ha sido como en las películas, pero más "de verdad". Siempre digo que soy de la opinión de que puedes ver documentales y leer libros pero no aprenderás tanto como viajando. Ha sido el olor, el sonido de las olas, la luz de bronce de esa puesta de sol interminable, el sabor de la comida de Acción de Gracias improvisada de la que hemos disfrutado... ha sido todo.

Pavo, batata, guisantes, stuffing, un bollo, mermelada y puré de patatas con gravy

Para empezar, hemos ido a un muelle que me ha recordado al de Brighton y cómo no, la pequeña ludópata que hay en mí ha tenido que ponerse a jugar cuando ha visto que había una máquina de El Mago de Oz, de esas que metes monedas y te caen. Al final me han salido varias fichas rojas y verdes y una tarjeta de Dorothy. Cuando he visto que lo que podía conseguir a cambio era un peluche horrendo, me he guardado una de cada y he comprado dos tristes caramelos con el resto (que a Ray y a mí nos han sabido a gloria).

Aquí tenéis el muelle


Después hemos bajado a la playa y he metido los pies en el Pacífico ¡por fin! llevaba queriendo hacerlo desde que llegué a Estados Unidos y no había podido. El agua helada, tan fría que dolía, no os voy a engañar, pero no está nada mal que, siendo casi diciembre, apetezca bañarse.

En fin, lo último del día fue ese atardecer majestuoso del que hablaba... Ray y yo contemplábamos en silencio cómo el mar parecía una de esas conchas anacaradas mientras el sol se iba bañando en él. Hasta los pájaros parecían parar a mirarlo con respeto.


Os aseguro que las fotos no son ni de lejos tan bonitas como observarlo en directo.

Ha sido un momento mágico, de esos en los que reflexionas sobre las oportunidades que te está dando la vida gracias a haber sido valiente. Sobre lo efímero de algunos momentos y que, precisamente eso es lo que los hace bellos.... como me dijo una vez una profesora, hace ya muchos años: “ya nunca volverá a ser 24 de nov de 2016, lo que hagas hoy será único y quedará para siempre como recuerdo de este día”.

Día 2
Estoy nerviosa. Ray me tiene preparada una sorpresa para hoy y no sé qué es, es mi regalo atrasado de cumpleaños. Creo que vamos al parque temático de Universal Studios pero no estoy para nada segura. Ahora estoy esperando en una estación de metro sola: resulta que las tarjetas son individuales yo he pasado primero y él no podía; el pobre se ha ido a comprar otra pero está tardando. A ver qué pasa.

4.15
Qué pasada... Sí que hemos venido a Universal Studios. No es un parque excesivamente grande, como Disney, pero tiene muchísimas atracciones. Comenzamos con un tour por el parque para tener una idea general de todo. Durante una hora, una especie de trenecito te llevaba por los diferentes sets de rodaje, que iban desde Amity Island (donde está ambientada Tiburón) hasta el Lejano Oeste o la pequeña Europa, pasando por los estudios donde se rodaba CSI o La Voz y los antiguos despachos de Hitchcock. En tres ocasiones, hubo experiencias inmersivas 3D: un terremoto en una estación de metro que apareció en un capítulo de Bones, una pelea de King Kong contra unos dinosaurios y una persecución de Fast and Furious donde hologramas de los actores, que costaba creer que no fuesen de verdad, te hacían ponerte en situación. Al terminar me dio pena haber empezado por ahí, pues pensé que iba a ser lo mejor del día. Me equivocaba.

Lo que más nos llamó la atención y más disfrutamos fue Harry Potter World. Al entrar puedes ver el Howarts express, pasear por Hogsmeade, tomarte una cerveza de mantequilla, ir al callejón Diagon a comprar una varita en Olivanders (y ver la ceremonia de elección del mago), oír a la coral de sapos, sacar dinero en Gringots, escuchar a Mirtle la llorona mientras vas al servicio o pasear por Howarts volando... en una especie de montaña rusa con 3D. Es algo de lo que estoy orgullosa, esas cosas suelen darme bastante respeto y se me hizo difícil resistir la tentación de salir corriendo durante la casi hora que esperamos para entrar (y más con los carteles de advertencia sobre los movimientos rápidos, caídas fuertes, giros, prohibiciones de montarte si tenías cualquier malestar físico...). La espera en sí fue impresionante, de verdad parecía que estuvieses paseando por el castillo: cuadros que se movían y hablaban contigo, hologramas de los actores de las películas vestidos cómo Ron, Hermione, Harry y Dumbeldore te daban la bienvenida y te guiaban por el castillo. Una vez nos montamos y confirmé mi temor de que era una de esas en la que te cuelgan los pies, volamos por los campos de Quiddich, el bosque tenebroso (con sus arañas gigantes), y otros tantos sitios. Los dementores hechos por ordenador se mezclaban con muñecos reales, confieso que cerré los ojos un par de veces... pero lo peor no fue ni cuando nos pusimos boca abajo: cuando tuve miedo de verdad fue cuando se paró de repente y me vi frente a una pantalla blanca y a bastante altura del suelo sin saber qué iba a pasar después. No pasó nada, al poco volvió a funcionar y terminó. No pude alegrarme más de haberme atrevido.



Aquí una pequeña selección de esa parte del parque
El resto del día lo pasamos en Springfield, ayudando a los Transformers a vencer a Megatron, haciéndonos fotos con los velociraptores de Jurasic Park, viendo un espectáculo de Waterworld, con Shrek salvando a Fiona o convirtiéndonos en Minions con Gru.

¿Os suena?

Día 3
No me creo que ya esté en mi asiento en el avión de vuelta. Estoy muy cansada pero ha merecido la pena. Dejo en LA: estrés, miedos y otras tonterías.

Ayer fuimos a Runyon Canyon Park, lugar frecuentado por buenorros sin camiseta que van allí a hacer deporte. Pero no fuimos a eso, la idea era subir a lo más alto a contemplar una panorámica de la ciudad. Estaba bastante nublado, así que sólo pudimos observar las siluetas de los edificios entre las nubes. Aun así, fue bonito contemplar los rayos de sol que se filtraban entre las nubes, como si una serie de pequeños milagros se estuvieran efectuado ahí abajo.

Poco más o menos, esto es lo que se veía

La otra idea era sacarnos una foto con el cartel de Hollywood detrás pero era ridículamente pequeño, tan solo una mancha blanquecina que asomaba borrosa detrás de nuestra cabeza. Visto lo infructuoso del intento, Ray volvió a sorprenderme, esta vez pidiendo un Uber que nos llevó a un parque para perros desde el que había una vista bastante decente con el cartel. El camino hacia allí fue toda una aventura, no sólo por subir por la mítica Mullholand Drive y pasar por un callejón llamado Malaga Road, sino porque el conductor no estaba muy bien de la cabeza... pero ¿qué es un viaje sin algún momento surrealista que dé un poco de miedo? Al fin, llegamos y pudimos hacernos la foto justo a tiempo pues empezó a llover de manera torrencial.

Esta es una de las ansiadas fotos

Pedimos otro Uber para bajar y mientras lo esperábamos bajo un árbol (en California dicen que llueve cinco días al año por lo que no tenía sentido llevar paraguas) me di cuenta de que no me funcionaba el móvil... ya nos veía hechos una sopa caminando unos cuantos kilómetros hasta que vimos que un coche con la pegatina de Uber paraba a nuestro lado. Menos mal, conseguimos bajar de la montaña sin más problema. La lluvia caía torrencialmente, me sorprendió lo rápido que las inmensas avenidas de la ciudad se habían convertido en verdaderos ríos. Saltando charcos, conseguimos llegar a Mel’s Drive-in, un restaurante ambientado en los 50 (tipo Grease, para que os hagáis una idea) donde podías elegir la canción que querías que sonase metiendo una moneda de 25 céntimos en una rockola que había al lado de la mesa. El gran Ray Charles nos deleitó durante unos minutos gracias a eso, mientras disfrutábamos de un batido de Oreo y unas hamburguesas.

Tras parar a comprar un paraguas, visitamos el paseo de la fama (donde están las estrellas rosa con el nombre de los famosos grabados en letras doradas), el teatro chino (donde algunos han dejado las huellas de pies y manos) y el teatro Dolby (donde se celebra la ceremonia de los Oscar). Eso sí, en el centro de LA más es más: en Downtown todo era ruido, gente, luces de colores en las tiendas, música, brillantina, maquillaje... definitivamente está bien para verlo y saber cómo es, pero creo que no me gustaría vivir por allí. Para terminar la tarde fuimos a la estación de trenes de Union, donde se han rodado películas como Blade Runner o Pearl Harbour y a la calle Olvera, la primera de la ciudad, que tiene un montón de tiendecitas mexicanas muy monas. Antes de volver pasamos por Chinatown, toda llena de neones, colores y música, muy al estilo LA, obviamente.

Tras descansar un rato, cenar y arreglarnos salimos a disfrutar de la noche. Me pareció muy curiosa toda la fauna que se movía por los locales de baile y ocio, y me encantó que cada uno pudiese ir como le diese la gana sin que nadie le pusiera mala cara (más todavía que en Seattle). Fue una  experiencia genial para ponerle el broche a este fin de semana.
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Me he enamorado un poco de California, no me importaría para nada volver... y gran parte de la "culpa" la tiene Ray pues lo que he vivido estos días ha sido su LA. Mil gracias una vez más por este último regalo maravilloso de mis 30, sin duda el cumpleaños con mejores regalos de mi vida.

Ahora toca volver a la rutina, trabajar duro para sacar adelante todo lo que pueda en estas tres semanitas que me quedan antes de volver a casa por navidad. Ojalá que la espera haya merecido la pena. De momento, os agradezco las más de 5.000 visitas que tiene ya el blog y la paciencia que estáis teniendo conmigo los que seguís ahí. Un besazo y nos vemos pronto, que tengo novedades interesantes…

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