15 de septiembre
De nuevo me veo escribiendo como forma de pasar el rato,
como la mejor manera que se me ocurre de canalizar esta espera de aeropuerto y
convertirla en una transición que me ayude a entender que me voy, que esto se
acaba, que me esperan tres meses a casi 10.000 km de casa. Me lo he pasado tan
bien que no he tenido ni tiempo de procesar que me iba.
Sé que volveré por Navidad, como el turrón, que tres
meses no son nada comparados con los cinco habituales, me consta que mi familia
y amigos me quieren... en fin, que no hay motivos para estar triste. Aun así,
las despedidas son complicadas; cuesta ver lágrimas provocadas por la
anticipación de tu ausencia y que no se te contagien. Pero sé que son la peor
parte, luego llegas, tienes la paz de estar sola, dormir, volver a tu rutina...
si no me gustara aquello no habría decidido intentar quedarme uno o dos años
más.
Me explico. Voy a empezar a mover hilos para seguir
trabajando en Seattle (sí puede ser) o en alguna otra ciudad de ser necesario.
A la beca que me quiero pedir para volver a España no podría optar hasta dentro
de un año (sí sale, porque con la ausencia de Gobierno la convocatoria de este
año aún no ha salido), así que la única manera de tener un perfil competitivo
cuando la pida es seguir trabajando en mi campo, seguir publicando. Y lo dicho:
si puede ser en Seattle mejor que mejor.
Hoy hay luna llena. Mientras la observaba en el coche,
camino del aeropuerto, no he podido evitar acordarme de aquellos viajes
nocturnos por carretera que hacíamos cuando era pequeña. De eso hace más de un
cuarto de siglo, y atravesar media España en verano, con un coche sin aire
acondicionado, durante el día, no era una opción. Conservo uno de esos
recuerdos que creo que no son míos, uno de esos que te han contado tantas veces
que ya vives como tuyos. Me recuerdo a mí misma mirando al cielo hipnotizada,
preguntando por qué la luna nos seguía... mi lógica era simple: si nosotros nos
movíamos sin parar por la carretera y seguíamos viendo la luna, quería decir
que se movía con nosotros. Para mí suponía una especie de magia. Ahora me voy y
no puedo evitar pensar que la magia sigue existiendo: por muy lejos que estemos
de los que queremos, si miramos al cielo seguiremos viendo la misma luna.
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Qué bonito eso de la luna, ¿no? Sí sí, pues siento cortar
el momento romántico para hablar de lo que me ha pasado. He perdido el segundo
vuelo. No he cogido la conexión a Seattle.
A ver, viajando tanto era algo que tenía que pasarme… Así
que nada, otra experiencia “pa la saca”. La conexión original que había cogido
hacía una escala de cuatro horas en Nueva York pero cancelaron el vuelo de ese
día. La consecuencia fue que me mandaron un email con nuevos billetes, el
primero de los cuales era al día siguiente del segundo... como la combinación
no tenía sentido alguno, escribí a atención al cliente a ver qué pasaba y me
dijeron que me habían reubicado pero claro, eso no tenía en cuenta el vuelo de
conexión. La alternativa que me dieron fue una conexión de una hora en París.
Me pareció poco tiempo pero pensé que más sabrían los de la aerolínea que yo, y
que como ya había facturado me esperarían si hacía falta. Craso error el mío.
El primer vuelo llegó con unos 15 min de retraso. Corrí
todo lo que pude y utilicé toda mi elocuencia para saltarme las colas que
fueron posibles aduciendo la inmediatez de mi vuelo pero no sirvió de nada...
control de pasaportes, bus de conexión entre terminales, carrera hasta la
puerta de embarque al ver el avión aún allí y quedarme con un palmo de narices
al decirme que no me dejarían montarme, que el embarque estaba cerrado.
Toda sudada y sin terminar de procesar que lo había
perdido, me dirigí hacia el mostrador de atención al cliente donde tras 20 min
(y eso que sólo tenía a un señor delante) me atendieron. Me dieron dos
opciones: coger el mismo vuelo al día siguiente pagándome yo la noche de hotel
(lo que teniendo en cuenta que había huelga general en Francia y a saber qué
podría encontrarme fue un: "gracias, pero no, gracias") o hacer París-
Detroit - Seattle y llegar unas ocho horas más tarde de la hora original.
Elegí la última opción. Tras un susto debido a que la
puerta de embarque no era la que decían, despegué con 20 minutos de retraso
hacia Detroit, con la promesa de que la conexión de hora y media que tenía
sería más que suficiente porque era un aeropuerto pequeño y bien organizado y no
tenía que cambiar de terminal. Yo sólo pensaba en el paso por aduanas... en
fin. Ya os contaré lo que sucede después. De momento me veo un tanto beoda (me
he pedido dos vinos blancos y está visto que últimamente el alcohol me cunde
que da gusto), en un avión del año de la nana (sin enchufes y con una tele
obsoleta que no funciona), muriéndome por ir al baño a hacer pis y molestar a
la abuelilla que va a mi lado... aunque, por otro lado, si se levanta seguro
que es bueno para su circulación. Vamos allá.
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Joder... no estoy segura de lo que acaba de pasar. Creo
que he ayudado a que la señora que va a mi lado no se tirase el vaso de vino
entero encima mientras se levantaba... pero también puede haber sido lo
contrario, que le haya ayudado a hacerlo. Me ha dicho que no pasa nada, que le
queda bien el vino tinto... que ahora todos en el aeropuerto van a saber lo que
se ha tomado. Le he traído servilletas del baño en el que, por cierto, alguien
había vomitado. A la vuelta ya no estaba, la pobre se estaba lavando. Nos hemos
hecho un poco amigas... resulta que es de Detroit pero acaba de estar de vacaciones
en Marruecos.
Ah, no lo he dicho, no todo es malo en este avión...
acabo de tomar la mejor comida de avión que recuerdo: verduras asadas, risotto
con pollo, un bollito con Brie y un dulce que era igual que el más tierno de
los roscos de Reyes. Sólo me ha sobrado la sal, el azúcar y una cuchara, lo
demás ha ido todo para adentro. Yo creo que ha sido el vino que, por cierto,
tengo la esperanza de que me ayude a dormir. Ya lo sé: el alcohol produce
somnolencia pero después el sueño es más ligero; tampoco es que pretenda dormir
como un tronco en un avión, así que creo que me ayudará. Volveré con más
noticias cuando las tenga, de momento me sorprendo de que mi inglés no se haya
deteriorado en este mes: he puesto una reclamación y pedido perdón por el vino
sin esfuerzo alguno.
Ahora a dormir.
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Un pobre bebé que no para de llorar me saca de mi
ensueño. Parece que he conseguido dormir una hora y media, estupendo. Mi
querida vecina se ha levantado a por agua y se la ha tirado encima ella solita,
eso me deja un poco más tranquila respecto al incidente anterior… Ah, no lo he
dicho: hay un azafato que me llama “Milady” y me pone ojitos, hacía mucho que
no tenía un viaje con tantas anécdotas, y a ver si no pierdo el último vuelo o
me pierden la maleta o a saber. En fin, de un modo u otro, más cansada o menos,
llegaremos.
Debería escribir sobre mi cumpleaños, sobre lo bien que
lo he pasado, sobre que ya tengo 30, sobre fluir, sobre cerrar heridas y dejar cosas
(o personas) atrás… pero no tengo muchas ganas. Ha sido un verano mágico, casi
mejor que el anterior, cosa que ya era difícil. Ahora me preparo para el otoño
en Rain City y aunque promete ser
duro el contraste con mi querida casa, el hecho de tener visitas pendientes y
de volver en Navidades creo que aliviará cualquier mal que se pueda cruzar en
mi ánimo.
PD: el bebé llorón resultaron ser gemelos, lo que explica
cómo pudo tirarse casi todo el vuelo llorando.
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Casi pierdo el
vuelo en Detroit. Llegamos con unos minutos de retraso, luego nos pidieron que
nos quedásemos en el asiento por no sé qué problema de seguridad. Por fin
salimos y recorrí la terminal hasta la otra punta para pasar a la parte de
inmigración de los no ciudadanos. Al pasarlo tuve que esperar la maleta,
recogerla y llevarla a la cinta de refacturación. Tras eso, pasar otro control
de seguridad (con la consiguiente parafernalia de quitarse los zapatos, sacar
el ordenador, etc), en el que por suerte no había apenas nadie, y luego volver
a recorrer la terminal hasta la otra punta (vale, mi puerta no era la última,
era la penúltima) cargada con la mochila y el portátil. Sólo pensaba: “palante,
palante, palante…” no quería ni mirar el reloj, iba lo más rápido que podía y
punto, estaba muy cansada pero tenía claro que allí no me iba a quedar. No sé
qué cara llevaría pero algunas personas se apartaban de mi camino sin siquiera
pedírselo.
Llegué cuando
estaban a medio embarque. Me tocó en una de las últimas filas, entre un negraco
enorme, cuyos brazos y piernas ocupaban parte de mi asiento, y una mujer que,
por suerte, era de tamaño medio. Debido a las turbulencias que hubo durante
casi todo el viaje, no pudieron pasar a darnos agua casi hasta el final de las cuatro
horas... en fin, menos mal que tenía galletas y había bebido justo antes de
embarcar. Esta vez la tele sí funcionaba, así que vi dos películas y se me pasó
relativamente rápido.
Mi maleta y yo
llegamos a Seattle: ¡lo habíamos conseguido! O casi. La penúltima odisea fue
encontrar un Uber que me llevase a casa. Para cogerlos es muy fácil
normalmente, indicas tu ubicación por GPS y listo. En el aeropuerto no,
tienes que ir a un área específica que está muy mal señalizada. Cargando con la
maleta. Tras un rato y hacerme amiga de una chica con la que casualmente
compartí el Uber (si eliges la opción de compartir coche, la app te pone sola
con alguien cuyo destino esté cerca del tuyo) pusimos rumbo a Downtown. No importa cuántas veces lo
vea, el Skyline de Seattle me sigue
impresionando. Y me encanta. Me recuerda a la sensación que tenía de pequeña
cuando veía las luces de la feria, era como magia. En esos pensamientos andaba
metida cuando me acordé de que la tarjeta de crédito que tenía vinculada para
pagar en la app de Uber me había caducado. Al final la actualicé corriendo y no
hubo problema.
La última “odisea”
fue abrir la puerta de mi edificio. Hace dos semanas cambiaron los mandos para
abrir la puerta y los repartieron mientras no estaba. Mi idea original era
pasarme por la oficina a recoger el nuevo, pero con la nueva hora de llegada
estarían más que cerrados. Pensé en llamar a la patrulla de cortesía cómo recurso
para abrir la puerta (no sé si recordáis de otro post que es un servicio que
tiene mi comunidad por si pasa algo una vez cerrada la oficina) pero recordé
que mientras estaba fuera también habían cambiado de empresa, la nueva tenía
otro número de teléfono que yo no sabía. Una vez descartada esa opción,
haciendo uso del wifi de aeropuerto y de unos minutos que tuve en París antes
de embarcar a Detroit, escribí a los de la empresa de alquiler a ver qué solución
me daban. Finalmente me dejaron el mando en el sitio donde dejan la paquetería
del otro edificio, que sigue teniendo las llaves antiguas. Más que escribir una
novela empiezo a plantearme si debería escribir un videojuego. En resumen:
prueba superada. Había conseguido llegar hasta mi ansiada cama.
17 de septiembre
Creo que podríamos estar hablando de la segunda
temporada. Aún no hace un año que llegué a Ciudad Esmeralda pero creo que se ha
cerrado un ciclo, pues vuelvo a un sitio familiar y, en la mayoría de los
casos, sé qué esperar; las veces que no me entero de lo que me dicen son las
menos y apenas me cansa hablar en inglés. Hace un rato que he vuelto del cine y
de tomarme un batido enooorme de oreo (era tanta cantidad que no cabía en la
copa y te ponían una parte en el mismo vaso de batidora para que te lo echases
si querías) y anoche fui con unos vecinos a cenar tortitas a un sitio en el
cual sirven desayunos 24h. Hace unos meses me habría quedado en casa el fin de
semana después de volver de viaje pero algo ha cambiado: ahora tengo amigos
aquí, de hecho tengo ganas de volver al trabajo para ver a algunas personas. No
me acostumbro a ver las hojas en el suelo tan pronto, ni a las calabazas o
chocolatinas que acechan en los supermercados bajo carteles que rezan “feliz
Halloween” y creo que nunca me habituaré a la lluvia o a que el cine valga
13.30 dólares y el batido nueve, pero en fin, ni puedo ni quiero dejar de ser
yo.
Como buen inicio de temporada os he contado lo que ha
pasado justo ahora pero me he saltado este maravilloso y ajetreado verano que
acaba de terminar, así que volveré con algunos post en forma de flashbacks para contaros lo que pasó y los
iré intercalando con las cosas interesantes que vayan sucediendo. Eso sí: será
cada dos semanas pues, siendo realistas, ni yo ni vosotros podíamos seguir este
ritmo.
Mucho ánimo con la vuelta al cole, Soletes. Hasta dentro
de 15 días.