Mi primer Acción de Gracias, Soletes, fue muy especial.
Estaba recién llegada a Ciudad Esmeralda, descubriendo asombrada la cultura y
las tradiciones estadounidenses (lo podéis recordar aquí). Mi segundo Acción
de Gracias también lo fue, me parece mentira que haga ya un año que hiciese una
comida-cena improvisada en Santa Mónica con Ray, que por aquel entonces estaba
en Los Ángeles (pinchad aquí para leer sobre ese viaje) . Este año también
ha sido especial: Ashley me había invitado a pasarlo con ella en la casa de su
familia, en Portland y como nunca había visitado el Estado de Oregón y estaba
en mi lista, decidí ir un par de días extra y conocerlo.
La cena sería el sábado, porque una de sus hermanas está
haciendo la residencia de medicina y tenía el jueves (cuando se celebra de
verdad) de guardia. Ella se iba antes, por lo que me vi el mismo jueves montada
en un tren “Camino de Oregón”.
A veces se me olvida que estamos en el far far west… en
inglés esta película se llama “the way west”, algo así como “camino al Oeste”
Jueves
Al final me llevo el portátil… Quería que esta hubiese sido mi escapada de desconexión, mi fin de semana tranquilo y con tiempo para mí ya que en Navidades soy consciente de que estaré rebotando por la geografía española como una pelota de ping-pong. En fin, supongo que no se puede tener todo: aún no llevo un mes en el nuevo trabajo y tengo mucho que demostrar… Además, no sé si os lo he dicho: en un par de semanas estaré oficiando la boda de dos buenos amigos y aunque es un honor, me tiene un poco intimidada, así que quiero prepararme bien. Sea como fuere, sacaré ratitos de ocio.
Al final me llevo el portátil… Quería que esta hubiese sido mi escapada de desconexión, mi fin de semana tranquilo y con tiempo para mí ya que en Navidades soy consciente de que estaré rebotando por la geografía española como una pelota de ping-pong. En fin, supongo que no se puede tener todo: aún no llevo un mes en el nuevo trabajo y tengo mucho que demostrar… Además, no sé si os lo he dicho: en un par de semanas estaré oficiando la boda de dos buenos amigos y aunque es un honor, me tiene un poco intimidada, así que quiero prepararme bien. Sea como fuere, sacaré ratitos de ocio.
Al notar las gafas tirantes en las orejas, he sido consciente de cómo se me ha cambiado la cara al ver el tren que me llevaría a Portland. Puede que esté enamorada de viajar y por eso no puedo evitar la sonrisa tonta... En fin, cargada a mi pesar con el ordenador, una maleta de mano y una mochila pequeña me dirijo a mi asiento dispuesta a emprender esta aventura de tres días y medio.
Qué bonito es el paisaje… casi me da pena que sólo sean cuatro horas de camino.
Al llegar, lo primero que me sorprende de Portland es que
la forma de salir de la estación es cruzando las vías del tren, sin barrera ni
nada… más tarde compruebo que es práctica habitual a lo largo de toda la cuidad.
Supongo que la gente está acostumbrada y no hay accidentes. Casi al llegar a la
parada del cercanías que me lleva a mi alojamiento, me arrepiento de no haber
cogido un Uber; el pensamiento de “Pero no seas floja, ¿dónde está tu espíritu
aventurero? venga, que te ahorras casi 20 dólares” que me animó a coger el cercanías
se transformó en “Jolín, que es de noche, vas con la maleta, por una ciudad que
no conoces y estás cansada… mala decisión”. Casi me tengo que dar la razón en
lo segundo: en menos de 5 minutos me piden dinero dos indigentes… no me da
demasiado miedo porque me he juntado con un grupo de seis personas que también
espera al tren, pero aun así no puedo evitar ponerme tensa.
Llego a la parada donde tengo que bajarme y doy gracias a
que no se baja nadie raro conmigo ni hay nadie en la estación. Lo que en el
mapa de Google parecían 13 minutos de ir en línea recta por un barrio
residencial, se convierten en más de 20 de arrastrar la maleta por calles
oscuras y mal pavimentadas, gasolineras y otros negocios de polígono
industrial. Ignoro a la gente rara con la que me cruzo y rezo porque no decidan
que sería buena idea robarme el portátil. Un cocinero a tamaño real cuya mano
“me apunta” me pega un buen susto hasta que me doy cuenta de que sólo es una
más de las múltiples figuras decorativas de jardín que se acumulan en un
establecimiento cerrado. Me río por dentro al tener un deja vu de mis primeros tiempos en Seattle cuando, literalmente, me asustaba hasta de mi sombra. Supongo que es la tensión por lo desconocido…
a día de hoy me sé (más o menos) los barrios de Seattle y por uno así no
pasaría sola andando de noche, ni de broma.
Tras abandonar la calle principal tengo que ir por
carriles de tierra oscuros, sin aceras y con charcos, arrastrando la maleta…
uso la linterna del móvil para ver algo y finalmente llego a la casa. Ahí la
aventura continúa: tras encontrar la llave escondida en un candado con combinación,
consigo abrir la puerta tras descifrar que la misma llave se usa en dos
cerraduras distintas que abren en direcciones opuestas (ahí doy gracias a mis
horas de videojuegos de la infancia). Subo la maleta a pulso por las escaleras
enmoquetadas y por fin, puedo sentir que estoy sana y salva. La habitación está
bien pero comparto baño con el hijo del dueño cuando en el anuncio ponía que
era individual… sorpresas
de AirBnB. Aparte, esto está en la quinta puñeta, ahora entiendo que fuese tan
barato, menos mal que llevaba un sándwich… a ver quién sale de aquí ahora a
comprar la cena.
Aquí tenéis una foto del camino a la casa que saqué por
la mañana, para que veáis que no exagero.
Este era el barrio |
No tengo remedio…
iban a ser 3 días y medio para mí, para no hacer nada… y ahora veo que he
perdido el primero trabajando y viajando, que los dos últimos estaré con Ashley
y que, por tanto, solamente me queda un día en el que quiero ver todo Portland,
trabajar, y descansar… pues lo veo difícil, la verdad. A ver cómo me organizo.
Viernes
Hoy quiero explorar la ciudad e ir a varios sitios
emblemáticos que me han recomendado... pero voy sin agenda cerrada, solamente
me he apuntado a un “walking tour” (unas rutas guiadas de 2-3 horas que se hacen a pie) por la tarde para no perderme los esenciales.
Aquí tenéis una creación del área de turismo donde te
dicen todo lo que puedes hacer en función de tus gustos, la verdad es que está
graciosa la idea.
Conforme pasa el día, voy conociendo mejor la ciudad. Su
apodo es “La cuidad de las rosas” porque tienen rosas todo el año. La gente
tiene un rollo parecido al de Seattle pero, en general, van con menos prisas y
son un poco más cutres vistiendo. Aquí también huele a marihuana… aunque no es
legal. Ah, y son muy ecológicos ellos y súper modernos (puedes pagar el bus con
el móvil, por ejemplo, sin tener que bajarte una app especial). Su historia es
mucho más oscura que la de Seattle… también se erigió en medio de la conquista
del Oeste y sus principales negocios durante la fiebre del oro consistieron en
prostitución y venta de alcohol… pero ellos además tenían unos túneles que
daban al puerto donde se dice que había quien hizo fortuna secuestrando
marineros y vendiéndolos a patrones de barco que iban hacia Shanghái, por lo que llamaron a esta práctica “Shanhaiing”.
Lo primero que hago es ir a tomar el brunch a un sitio que
me han recomendado. Me sorprende lo barato que es comparado con Seattle, pero
no admiten reservas y tengo que esperar 45 min para terminar sentándome en la
barra… por lo visto es lo común. La comida está riquísima y el ambiente está
muy chulo. Merece la pena. Al pagar descubro otra cosa interesante: no sé si es
cosa del Estado de Oregón o de ese restaurante en concreto, pero te piden que
especifiques dos propinas: una para la cocina y otra para los camareros.
Para empezar pedí uno de sus famosos donuts de batata y chocolate
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El tour guiado ha estado bien, hemos recorrido el centro
de la ciudad y nos han explicado curiosidades varias. Casi mejor os las resumo
acompañándolas de sus correspondientes fotos:
Esta es Portlandia, estatua que pretendía ser símbolo de
la ciudad. El autor pidió derechos de imagen y, como consecuencia, no hay nada
sobre ella (tazas, camisetas imanes…) por lo que nadie la conoce.
Este es un icónico teatro de la ciudad, en cuyo ascensor
se rodó una de las escenas más emblemáticas de 50 sombras de Grey.
El nombre de la ciudad se decidió lanzando una moneda al
aire… esta es la moneda.
Para finalizar os presento la maravilla local que tiene
el Record Guinness al parque más pequeño del mundo. No es más que un alcorque
normal y corriente que está en medio de la carretera… pero tiene historia.
Cuando construían la cuidad, dejaron un boquete en medio de la carretera. Un
periodista local, tras preguntar varias veces si iban a taparlo y no obtener respuesta,
decidió tomar cartas en el asunto y hacerlo por sí mismo. Plantó unas flores y
declaró en su periódico que era el parque más pequeño del mundo. A raíz de eso
se ha convertido en un símbolo de la cuidad que a veces tiene como inquilinos
playmobils, barbies u otros habitantes.
Desde luego que se esfuerzan por hacer justicia al lema
de la cuidad “Keep portland weird”
(mantén Portland raro).
Para terminar el día, he ido a Powell City of Books y es enooorme. Me he pasado un par de horas y
no la he conseguido ver entera… Era de esperar, ya que es la librería más
grande de Estados Unidos. Me he ido porque entre la espera en el sitio del brunch y el tour estaba harta de estar
de pie. Ah, en este Estado no hay impuesto de venta (IVA) así que las cosas son
un poco más baratas. Y, por supuesto, he tenido que aprovecharlo…
Otras cosas curiosas respecto al transporte son que no te
puedes echar la gasolina tú mismo, sino que tiene que ser un trabajador de la
gasolinera y que no puedes parar un taxi por la calle, tienes que pedirlo por
teléfono (por lo visto tenían problemas con gente que subía y luego no quería
pagar, así que ahora te obligan a dar tus datos antes).
Estaba tan cansada que no he querido ni buscar dónde
comprar comida. He vuelto a la casa, he picado unos tomates cherrys que me
quedaban, anacardos, atún y piquitos. Menos mal que venía preparada.
Sábado
El sábado por la mañana me recogió un amigo de Ashley y
fuimos a su casa. Tal como ocurrió el primer año, me parece que son una familia
ideal en una casa ideal: todos con carreras brillantes, muy monos, y allí
currando desde las 12 de la mañana para que la opípara cena para 16 personas esté
lista para las cuatro de la tarde. Todo se sucede como un ballet en el cual
unos cortan las verduras, otros las colocan en bandejas, otros comprueban la
temperatura del horno, se encargan de la salsa o trinchan el pavo con la
sincronización perfecta para no meterse en el área de trabajo del otro (la gran
cocina con isla central ayuda, la verdad…) y para que nada se enfríe antes de
tiempo. Contrario al ambiente que a veces se vive en las fiestas de este tipo,
todo se hace con calma, disfrutando de la conversación, aprovechando para saborear
la primera copa de vino y comenzando a degustar los aperitivos que van saliendo
primero. Entonces lo entendí: la cena empieza a las cuatro, la celebración, el
momento familiar, empezaba a las 12.
¿dije pavo? Podéis llamarle señor don pavo mejor
Me dejaron encargarme de las servilletas y me hizo mucha
ilusión
Antes de comenzar con la cena, tan variada como
deliciosa, se leyeron unos textos de agradecimiento muy bonitos. Una vez
hubimos terminado, entre todos fuimos llevando cosas a la cocina y recogiendo
un poco. Luego jugamos al jungle speed
y a Mascarade (un juego de mesa de
esos de adivina quién es quién). Y como dos horas después pasamos a los postres
(menos mal, porque si no creo que nadie habría probado bocado). Tras retirarse
la mayoría de personas, los “jóvenes” (básicamente las hermanas de Ashley +
parejas y yo) nos quedamos jugando a las cartas hasta casi media noche.
Domingo
Por la mañana pude trabajar un poco, luego comimos sobras
(es tan divertido como las sobras de Navidad) y por la tarde visitamos una
fábrica de cerveza artesanal.
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Termino este post desde el avión que me lleva a casa por
Navidad, maravillada por una aurora boreal que he visto mientras sobrevolábamos
Islandia y pensando que parece mentira que haga tres años que defendí mi tesis
doctoral… parece otra vida llena de aventuras y sorpresas y ¿sabéis qué? Voy a
hacer todo lo posible para que dentro de tres años lea esto y vuelva a sorprenderme
de las cosas maravillosas que han pasado. Pero ahora es momento de tomarme un
merecido descanso. Volveré en enero.
¡Felices fiestas
y feliz 2018!
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