sábado, 30 de marzo de 2019

73. Allí abajo. Parte 2: Sídney


Hola Soletes,

Me ha costado volver a escribir más de lo que me hubiera gustado pero aquí me tenéis, compartiendo con vosotros las pocas pinceladas que pude ver de Australia. Creo que hablar de las grandes capitales o de destinos muy conocidos me impone… Me pasó lo mismo con Nueva York y al final nunca publiqué aquel post. Así que nada, este será mi nuevo reto, reto con el que continuaré en el siguiente post, ya que la semana que viene ¡¡viajo a Nueva Orleans!! Pero de momento, volvamos a las antípodas y a relatar lo que allí pasó.
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Como supongo recordaréis, la primera parte del viaje fue bastante impresionante pero también bastante accidentada (podéis recordar las aventuras con la nieve, los hobbits, etc, pinchando aquí). Me quedé contando el susto que me llevé cuando en el avión me di cuenta de que había reservado el hotel desde el día siguiente porque me había liado con el cambio de fecha. El viaje fue bien, y al llegar al hotel fueron muy amables y me ampliaron la estancia una noche más. Eso sí: me dijeron que había tenido suerte porque la noche anterior estaban completos… uff. 

Tras acomodarme me puse a explorar un poco y terminé en un supermercado fascinándome de lo similares y lo diferentes que eran las cosas, y me hice con unas cuantas para ahorrar en comida. Tras eso decidí que me merecía probar la piscina y el jacuzzi del hotel (que no recordaba que tenían) y la verdad es que me parecieron geniales. Las luces eran bastante tenues y había una composición de luces led en el techo que hacía que pareciera que estabas bajo las estrellas.

Aquí el spa

Estas galletas son, según me han dicho, las más famosas

Cosas que sé de Sídney por ahora: la conquistaron los británicos en el siglo XVIII poniéndole por nombre “Nueva Albión”, y allí era donde enviaban a sus reclusos porque sus cárceles estaban llenas, sé que es casa de la famosa ópera, que hay animales exóticos, que es la capital del país y que tiene playas bonitas. A ver qué descubro tras una semana por aquí.

Día 2
Me levanto cansada, supongo que es normal tras haber estado ayer el día de viaje, cruzar la frontera y el mal rato del error del hotel. Si alguna vez venís a Australia, lo primero que os recomiendo es que os compréis una SIM australiana para el móvil. Al menos en mi caso me parece lo más sensato, por 10 dólares (unos 7 euros) tienes un número de teléfono local, llamadas gratis y 4 gigas de datos, lo que a efectos prácticos se traduce en quedar con gente sin estrés, poder llegar a cualquier sitio en Uber (están arreglando la red de trenes y hay muchos desvíos) o poder encontrarte en el mapa si no sabes dónde estás. En el mismo aeropuerto las venden.

Lo segundo es comprar una Opal Card, una tarjeta de transporte con la que se pueden coger buses, trenes y ferris, lo que también es una tranquilidad. Si haces ciertos viajes al día, ya no te cobran más, así que merece la pena y reduce el gasto y el estrés (o tener que llevar dinero suelto). En este blog he visto consejos bastante buenos, así que también os invito a mirarlo si venís: https://sydneyexpert.com

Así que nada, aquí estoy, un poco abrumada por las posibilidades… sintiéndome casi culpable por no haberme levantado a las 7 de la mañana y salido pitando a dejarme las suelas de los zapatos visitando la ciudad. Ay que ver cómo funciona la mente y cómo somos capaces de ponernos presión hasta para estar de vacaciones “de la forma correcta”. La cuestión es que no son exactamente vacaciones… voy a hacer una visita de laboratorio, y en dos días me tocará hacer una presentación de una hora, la cual no he empezado a prepararme. Al final he decidido dedicarle un par de horitas a la presentación y luego ir a echar la tarde en una playa que me han dicho que es preciosa… tampoco puedo irme muy pronto o me quemaré entera (luzco un blanco nuclear muy de Seattle), y la idea de ver el atardecer por allí me resulta muy apetecible. Espero que no me roben el móvil ni nada parecido si me voy a bañarme... que es lo que me falta ya.

Día 2 por la noche
Manly Beach tampoco es lo que esperaba. Me la habían recomendado 3 personas diferentes, así que decidí venir. Absolutamente abarrotada y con un viento que impedía bañarse (cosa que está prohibida salvo en unos pequeños espacios señalados por banderas, ya que si no los socorristas no podrían estar pendientes de tanto rango de playa) es una playa grande pero sin nada reseñable, muy urbana. Lo bueno es que puedes llegar cogiendo un ferry municipal y pagando con la Opal, por lo que no es caro ni hay que aventurarse demasiado. Manly significa "varonil". Yo había asumido que el nombre se lo habrían puesto en honor de alguno de los primeros pobladores que llevaría ese apellido, pero no. Resulta que se lo pusieron porque cuando llegaron y vieron a los aborígenes, les parecieron muy masculinos. Qué cosas.

Y no se aprecia la cantidad de gente que había...



De camino a la isla, al coger el tren, constato algo que me habían dicho: algunos por aquí son un poco bordes y cortantes. Quien me hizo ese comentario dijo algo así como que qué se podía esperar de los descendientes de ladrones y convictos expatriados... No estoy de acuerdo. He tenido la misma sensación que tuve en Nueva York, en Londres y en Madrid: la gente no tiene paciencia, está demasiado ocupada para que tú, estúpido turista que te paras a mirar un mapa o no caminas a 100 por hora, les hagas perder su valioso tiempo. Y eso que es domingo. Un local me soltó una bordería: que si no había leído los carteles que decían que había que caminar por la izquierda. Lo dijo con una amargura y un desprecio que la principal emoción que me suscitó (una vez se me pasó el mosqueo de que justo después se cerrara la puerta del tren en mi cara) fue la pena... creo que no podría vivir en una ciudad tan grande, por mucho que sea el paraíso. Creo que acabaría siendo una de ellos.

Al mismo tiempo son bastante relajados de cara a planificar cosas... mañana me tengo que reunir con un investigador con el que llevo en contacto desde octubre y aún no me ha confirmado sitio ni hora. El tópico de que son muy guapos también es verdad, o al menos están muy en forma. Son como una versión más "auténtica" de la fauna que se puede encontrar en las playas de Los Ángeles. O al menos así me lo ha parecido: bronceados, desenfadados, muchos surferos y skaters, tatuajes, rastas...

Me está costando desconectar... supongo que es por todos los incidentes que he tenido y porque tengo la presentación en menos de dos días. Me cuesta estar presente, disfrutar del contacto con la arena y el agua, y la sensación del sol tocando mi piel, que tan infrecuente es en Ciudad Esmeralda. Tras recorrer la playa entera paseando por la orilla y de meditar, me encuentro mejor. De alguna forma estoy como esperando que pase algo fabuloso e inesperado en este viaje, y me voy decepcionando cuando pasan los días y veo que no es así. ¿Es que no es este suficiente regalo? ¿Acaso no vale con haber venido a la otra punta del mundo y experimentar un verano en febrero? ¿Qué más quiero?

Al volver me paro en el muelle a admirar la Ópera. Me sorprende un poco que sus paredes no sean brillantes, no sé por qué pero pensaba que eran como de azulejo en lugar de cemento mate de color amarillento. Sinceramente ha sido un poco decepcionante, como siempre que ves en directo algo muy esperado…. No es tan grande como pensaba, o quizás sea que los cientos de turistas que la rodeaban le quitaban un poco la magia. También descubro que aquí el Burguer King se llama Hungry Jack’s (por lo visto alguien tenía el nombre registrado y no quiso vender los derechos).



Día 3
Empieza un día nuevo y con él se abren nuevas posibilidades. A pesar de que aún no soy muy habilidosa, decido ponerme hoy lentillas y disfrutar de un día como aquellos que no tienen problemas de visión. No tener que estar preocupada por si a alguno de los animalitos le gustan mis gafas ni estar limpiándolas todo el rato del polvo que, sin duda se acumulará.

Me dirijo a Featherdale Wildlife Park, una reserva de animales salvajes en la que espero poder ver: canguros, wombats, dingos, equidnas y ornitorrincos (creo que es lo que más ilusión me hace) y, por supuesto, koalas. Tras eso voy a la Universidad a conocer por fin al catedrático que me acogerá en la estancia. A ver qué tal va.

En el parque no había ornitorrincos pero los otros animales eran adorables y únicos, sobre todo los equidnas (son como erizos gigantes). No todos los días tienes a varios canguros comiendo de tu mano, puedes ver pingüinos azules, o aprender que los koalas están casi todo el día fritos encima de los árboles pero que no se caen porque se sostienen utilizando unos músculos especiales que tienen en el culo. Ah, y que los wombats expulsan heces en forma de cubo. Sí. Son el único animal del mundo.




Sofocada por el tremendo calor y la humedad (me he podido beber tres litros de agua fácilmente) pongo rumbo a la Universidad, que es bastante difícil de encontrar. Los investigadores de allí son encantadores, amables, y tienen unas ideas muy interesantes.

Para terminar el día, me quedo sin batería y me pierdo a la vuelta cogiendo uno de los autobuses en el sentido equivocado. Cansada pero muy contenta me voy a la cama esperando que vaya bien la presentación de mañana.

Día 4
Todo sale bien. Creo que la presentación les gustó, que les ha resultado útil y que han aprendido algo. Objetivo cumplido. O eso o son muy buenos actores, porque me han echado bastantes flores. Vaya equipo más genial, me tienen impresionados con todo lo que hacen.

A la vuelta me da un bajón de cansancio importante… supongo que es una mezcla de la liberación de tensiones, de haber estado una hora de pie dándolo todo con la charla y que no estoy acostumbrada a ir sudando de un lado a otro con las temperaturas por encima de los 30 y el solano que hace por estos lares. Al final acabo picando de las cosas que tenía en la habitación en vez de salir a cenar. No sé si me estaré perdiendo mucho, pero he preguntado a tres personas diferentes y todas me han dicho que no hay nada típico de comer de Australia, a excepción de las galletas de chocolate que mencioné antes, que el salmón está muy bueno y la comida asiática también. Pero a ver… ¿no se supone que hay más ovejas que personas? (sí, en Nueva Zelanda son vacas y aquí ovejas) esperaba que al menos tuvieran algún buen queso. Lo que sí pruebo es una sidra local del minibar; está buena, se parece a las de Seattle.

Día 5
Llueve. El cielo está gris y espeso. Casi diría que la ciudad se ve un poco triste hoy... aunque agradezco que las temperaturas hayan bajado. Casi me viene bien para el paseo que tengo en mente. Me dirijo al planetario, tengo mucha curiosidad por aprender acerca de las constelaciones del hemisferio sur. 

Vaya decepción. Es un edificio antiguo y hay algunos instrumentos astronómicos y meteorológicos del siglo XVII pero eso es todo... al menos ha sido gratis. Por lo visto hay unas visitas nocturnas en las que sí que se hace una observación del cielo, pero sí está nublado (como se prevé) te ponen una peli en el IMAX. No gracias, eso lo puedo ver en cualquier parte.


Así son las constelaciones del hemisferio sur
Me he venido paseando por The Rocks uno de los barrios más antiguos, que aparentemente ha sido reconstruido. Tiene un rollito un tanto bohemio y parece que está de moda para venir a tomar algo. La humedad que hace es impresionante... no sé si será así todo el verano. Se ha puesto a llover otra vez. Creo que voy a pasarme por un centro de visitantes mientras escampa, a ver si me dicen algo más que hacer... porque aún no he visto nada que me deje con la boca abierta. No sé, a lo mejor es como la imagen estereotipada que tenía de Estados Unidos con los cowboys pegando tiros. Creo que a estos me los esperaba llevando sombrero y cazando cocodrilos por los pantanos. No sé, Soletes, quizás es que tenía muchas ganas de enamorarme de Australia y esas cosas no se pueden forzar... quizás es que la naturaleza me toca más el corazón que las grandes ciudades.

Día 6
Hace unas horas maldecía mi suerte porque se hubiera levantado el día lluvioso. Ahora no puedo sentirme más conectada con el sitio. Estoy chorreando de la cabeza a los pies, hasta el punto de que la camisa blanca que llevo está pegada a mi piel y se ha vuelto transparente. Las gotas en mis gafas me impiden ver bien por dónde voy pero me da igual. Bondi Beach con lluvia es toda una experiencia. Tiene esa belleza salvaje que sólo otorga el mar embravecido. Sólo unos pocos surfistas valientes y yo hemos decidido que vale la pena disfrutarla.

Y entonces me doy cuenta, entonces recuerdo lo poco que me gustó la soleada y turística Manly. Esto es lo que me hace disfrutar, aquello que tengas que ganarte venciendo un poco la pereza y la incomodidad, pero que te recompense con un espectáculo como este. Estar como una sopa, con arena hasta en la cabeza (que no sé cómo ha llegado ahí) y barro en los pies, hace que te dé igual que la marea te trague hasta media pierna aunque lleves los pantalones del trabajo puestos. Que te hace sonreír porque recuerdas que estás viva, que no todo tiene que ser perfecto para estar bien, para ser apasionante, que esos momentos mágicos no se pueden buscar ni forzar, y que a veces sólo con el tiempo puedes dejar de pensar en lo superfluo y dejarte llevar por las sorpresas que puedan venir. Escribo esto refugiada bajo un saliente de la roca, en el paseo que va hasta Bronte Beach (se llama Coastal Walk, muy recomendable). 





Día 7
Último día, también lluvioso. Ahora casi me da pena irme... Sídney y yo no hemos tenido amor a primera vista pero le he ido cogiendo cariño con el paso de los días. Nubes y viento me despiden, como para que no me duela demasiado alejarme de unas gentes y una cultura cuyo estilo de vida me ha encantado, para que no se haga difícil volver a la nieve que está por caer. No ha estado nada mal viajar a las antípodas, meter mis pies en sus mares, sentir cómo es el sol australiano. Aunque terminara por no ver a Orión y a la luna boca abajo (cosa que ocurre en el hemisferio sur y me hacía ilusión comprobar), soy de la opinión de que siempre hay que dejarse algo por hacer… y aunque no tengo tan claro que alguna vez vaya a volver a Sídney, si la vida me termina llevando por aquellos lares, tendré algo con lo que ilusionarme para volver.

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